Los impactos de la luz no son el día,
aunque canten la vida que no sé
y haya un sol tan extraño
que aspire a serlo sin palabras, sin
viejos nombres, sin furia, sin misterio,
ese albor de la muerte donde se asienta el mar.
Yo ya no juego con la luz. No quiso
saber de mis raíces, de las sensaciones
que me acunaron, las que observo en ti
sumida, como estás en el instante
frágil de una niñez que una vez fue mi reino.
En lo más hondo de su plenitud
hay un candor que inventa mediodías
en el fluir concreto de las horas:
un mundo hecho de cosas que se dan y perduran
trasmitiendo su flujo copo a copo.
Mientras el tiempo (que no se repite)
me circunda. Heme aquí. Ya no podría
abrir mis puertas a tu amanecer,
pero la noche ha sido mi morada,
y aún puedo percibir, sin su desasosiego,
ese aluvión de estrellas y de auroras en flor
que reclaman su cuota de rocío.
Si parco fui, tu sueño se ha vengado
de mi silencio, en esta concha
donde reposa el río que nos lleva.
Dejemos que su claridad disuelva mi costumbre.
No intentaré siquiera comprender.
Un árbol no comprende el viento que lo visita.
Jenaro Talens, profesor de teoría de la literatura y poeta, es un escritor concienzudo, grave y reflexivo (al menos los dos libros suyos que he leído –Profundidad de campo y Viaje al fin del inverno– lo son).
Sus poemas están dirigidos hacia la comprensión de lo que parece una especie de pérdida, que a veces llama fascinación, otras melancolía, otras ignorancia y otras paraíso. Abstracciones todas que remiten a un ser doliente, metafísico y angustiado con cuestiones elevadas: «Escribir en Tiniebla es / un mester pesado».
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.