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‘Sobre ser la poesía un estudio frívolo, y convenirme aplicarme a otros más serios’, de José Cadalso (1741 – 1782)

Llegóse a mí con semblante adusto,

Con estirada ceja y cuello erguido

(capaz de dar un peligroso susto

al tierno pecho del rapaz Cupido),

un animal de los que llaman sabios,

y de este modo abrió sus secos labios:

“No cantes más de amor. Desde este día

has de olvidar hasta su necio nombre;

aplícate a la gran filosofía;

sea tu libro el corazón del hombre.”

Fuese, dejando mi alma sorprendida

de la llegada, arenga y despedida.

¡Adiós, Filis, adiós! No más amores,

no más requiebros, gustos y dulzuras,

no más decirte halagos, darte flores,

no más mezclar los celos con las ternuras,

no más cantar por monte selva o prado

tu dulce nombre al eco enamorado;

no más llevarte flores escogidas,

ni de mis palomitas los hijueos,

ni leche de mis vacas más queridas,

ni pedirte ni darte ya más celos,

ni más jurarte mi constancia pura,

por Venus, por mi fe, por tu hermosura.

No más pedirte que tu blanca diestra

en mi sombrero ponga el fino lazo,

que en sus colores tu firmeza muestra,

que allí le colocó tu airoso brazo;

no más entre los dos un albedrío,

tuyo mi corazón, el tuyo mío.

Filósofo he de ser, y tú, que oíste

mis versos amorosos algún día,

oye sentencias con estilo triste

o lúgubres acentos, Filis mía,

y di si aquél que requebrarte sabe,

sabe también hablar en tono grave.

José Hierro, José Agustín Goytisolo, José María Valverde… De los José que aún no habían pasado por este blog, quizá sea José Cadalso uno de los más conspicuos y, por qué no, más olvidados (cada vez se lee menos literatura clásica, salvo por obligación escolar o profesional).

Este poemita satírico del entusiasta de la espada y la pluma (Cadalso murió en uno de los mayores asedios de Gibraltar, después de una carrera fulgurante en el ejército y tras haber viajado por medio mundo) revela -quizá sin querer- alguna de las razones de fondo de la baja estima que la filosofía, considerada materia bien árida, ha gozado durante los últimos siglos en España.

(Bueno, puede que no sea para tanto. Poesía y filosofía han constituido también matrimonios fructíferos, ahí están Unamuno, o Santayana o Agustín García Calvo para demostrarlo. Y, en cualquier caso, habrá pocos que niegen que estos versos de Cadalso son un buen antídoto contra la seriedad).

PD: Días en que las frases salen como cojas. Hoy fue uno. Ah, nulla dies sine linea…

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘La electricidad’, de Joan Benejam i Vives (1846 – 1922)

Muchas veces has oído

hablar de la electricidad.

¿Qué sabes tú de ese fluido

maravilloso, en verdad?

Es una fuerza esparcida

que vaga por el mundo incierta;

mansa, muy mansa dormida,

y aterradora despierta.

Es material muy sutil,

que se junta y enrarece,

produciendo efectos mil

cuando en un punto aparece.

Tal es la electricidad,

que por todas partes cunde,

la que con velocidad

más que la luz se difunde.

Contrarias fuerzas motiva,

según cómo se presenta;

positiva o negativa,

Ya apacible, ya violenta.

las fuerzas de un mismo nombre

a su encuentro se rechazan;

las contrarias, no te asombre,

estrechamente se abrazan.

Y de este abrazo resulta

misteriosa conmoción,

fuerza terrible , que oculta,

se desarrolla a su acción.

Mas este potente fluido

hoy lo maneja cualquiera,

pues el hombre ha conseguido

domesticar esta fiera.

Hoy se aplica…. A cualquier cosa,

madre, la electricidad;

los focos de luz copiosa

que iluminan la ciudad.

Trasmisión del pensamiento

y de la palabra humana…

¡Quién sabe el feliz portento

que le ha de caber mañana!

Se aplica a la locomoción,

y a tantas cosas se aplica,

que su provechosa acción

el progreso vivifica.

mas en fiera libertad

en la atmósfera, es de ver

aquel terrible poder

que tiene la electricidad.

Mi amigo Jesús, duro arqueólogo postprocesual él, nos suele repetir con gracia y con frecuencia aquello de «¡pero qué neokantianos que sois!». No voy a negar, no, que por mis venas corren cada vez más gotas de sangre positivista. Y por lo que compruebo día a día, la enfermedad está infectándome hasta los gustos más terriblemente subjetivos, como la poesía.

Hubo un tiempo, que tuvo su inspiración en la racionalidad de la Ilustración y que fue poco a poco declinando con los primeros brotes de paranoia anticientífica, en que los poetas escribían con mucho gusto odas a la penicilina, sonetos didácticos al ferrocarril, extensos poemas épicos de espíritu y letra lucrecianos y hasta ecuaciones de segundo grado que rimaban en consonante. Todas, magníficas expresiones de optimismo en la capacidad casi ilimitada del ser humano y al mismo tiempo de crítica a los misticismos varios que acechaban el feliz avance del progreso.

No negaré que mucho de ese optimismo acrítico del positivismo decimonónico era ingenuo y un pelín exagerado. Pero estos días, leyendo una divertidísima antología de poesía científica española del siglo XIX (publicada por Nivola en 2008), me he convencido de que haríamos muy bien en recuperar aquel honesto y recto espíritu de época. ¡Me haría tanta ilusión una oda a la doble hélice o un romance del hipertexto!

NOTA: Como complemento a La electricidad, aquí va un poema humorístico-científico, escrito alrededor de la segunda mitad del XIX por Joaquín María Bartrina, y titulado Madrigal futuro:

Juan, cabeza sin fósforo, con Juana

paseaba una mañana

(24 Reamur, Viento NE.,

cielo con cirrus) por un campo agreste.

Iban los dos mamíferos hablando,

cuando Juan se inclinó, con el deseo

de ofrecer a su amada, suspirando,

un ‘Dyanthus Cariophyllus’ de Linneo.

La hembra aceptó, y a su emoción nerviosa

en su cardias la diástole y la sístole

se hizo más presurosa,

los vasos capilares de las facies

también se dilataron

y al punto las membranas de su cutis

sonrosado color transparentaron.

NOTA 2: La percha de este post le debe bastante a la semana de la ciencia 2009, que empezó el lunes y durará hasta el día 22 de noviembre.

Seleccionados y comentados por Nacho Segurado.




‘El cigarro’, de Stéphane Mallarmé (1842 – 1898)

Toda el alma resumida

cuando lenta la consumo

entre cada rueda de humo

en otra rueda abolida.

El cigarro dice luego

por poco que arda a conciencia:

la ceniza es decadencia

del claro beso de fuego.

Tal el coro de leyendas

hasta tu labio aletea.

Si has de empezar suelta en prendas

lo vil por real que sea.

Lo muy preciso tritura

tu vaga literatura.

ORIGINAL EN FRANCÉS

Toute l’âme résumée

Quand lente nous l’expirons

Dans plusieurs ronds de fumée

Abolis en autres ronds

Atteste quelque cigare

Brûlant savamment pour peu

Que la cendre se sépare

De son clair baiser de feu

Ainsi le chœur des romances

À la lèvre vole-t-il

Exclus-en si tu commences

Le réel parce que vil

Le sens trop précis rature

Ta vague littérature.

Paul Valéry llego a decir de Mallarmé, a quien por otro lado tanto debe, que para leerlo había que aprender a leer de nuevo. Una afirmación que suena como una advertencia. En la misma línea, la citadísima frase de Mallarmé, tan cierta en él como falsa en otros, de que los poemas se escriben con palabras y no con ideas, es la piedra angular de su refinamiento, su exquisitez formal, su angustiosa serenidad y su brevedad olímpica.

Personalmente, más que leer sus poemas tratando de hacer arqueología (perdonadme foucaultianos), buscando los orígenes de lo que luego fueron las vanguardias o identificando las cimas del simbolismo, prefiero hacerlo sin más ambición que el puro placer estético, procurando que no me trastorne lo oculto y que no me desespere el fulgor de lo insoportablemente brillante.

NOTA: La versión castellana del poema seleccionado corresponde a Alfonso Reyes. Ni que decir tiene que traducir a Mallarmé es una tarea complicada. Muchos, entre ellos Octavio Paz, lo hicieron con tino y respetando más o menos la rima original. A mí esta de Reyes me parece especialmente acertada.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.




‘Elegía a la ausencia de Marina’, de Gaspar M. de Jovellanos (1744 – 1811)

Corred sin tasa de los ojos míos,

¡oh lágrimas amargas!, corred libres

de estos míseros ojos, que ya nunca,

como en los días de contento y gloria,

recrearán las gracias de Marina.

Corred sin tasa, y del cuitado Anselmo

regando el pecho dolorido y triste,

corred hasta inundar la yerta tierra

que antes Marina honraba con su planta.

¡Ay! ¿Dó te lleva tu maligna estrella,

infeliz hermosura? ¿Dónde el hado,

conmigo ahora adverso y rigoroso,

quiere esconder la luz de tu belleza?

¿Quién te separa de los dulces brazos

de tu Anselmo, Marina desdichada?

¿Quién, de amargura y palidez cubierto

el rostro celestial, suelto y sin orden

el hermoso cabello, triste, sola,

y a mortales congojas entregada,

de mi lado te aleja y de mi vista?

Terrible ausencia, imagen de la muerte,

tósigo del amor, fiero cuchillo

de las tiernas alianzas, ¿quién, oh cruda,

entre dos almas que el amor unía

con vínculos eternos, te interpuso?

¿Y podrá Anselmo, el sin ventura Anselmo,

en cuyo blando corazón apenas

caber la dicha y el placer podían,

podrá sobrevivir al golpe acerbo

con que cruel tu brazo le atormenta?

¡Ah! ¡Si pudiera en este aciago instante,

sobre las alas del amor llevado,

alcanzarte, Marina, en el camino!

¡Ay! ¡Si le fuera dado acompañarte

por los áridos campos de la Mancha,

siguiendo el coche en su veloz carrera!

¡Con cuánto gusto al mayoral unido

fuera desde el pescante con mi diestra

las corredoras mulas aguijando!

¡O bien, tomando el traje y el oficio

de su zagal, las plantas presuroso

moviera sin cesar, aunque de llagas

mil veces el cansancio las cubriese!

¡Con cuánto gusto a ti de cuando en cuando

volviera el rostro de sudor cubierto,

y tan dulce fatiga te ofreciera!

¡Ah! ¡Cuán ansioso alguna vez llegara,

envuelto en polvo, hasta tu mismo lado,

y subiendo al estribo te pidiera

que con tu blanca mano mitigases

el ardor de mi frente, o con tus labios

dieses algún recreo a mis fatigas!

Darte de bruces con un libro deseado es una experiencia extrañamente gozosa y muy difícil de compartir con los demás. Como los sueños. Más aburridos cuanto más se empeña uno en detallarlos. Así que no me alargaré contando cómo di con un volumen de poesía española del siglo XVIII (por supuesto ajado, deslomado y todo lo demás). Tan sólo diré que fue fácil y que fue gratis.

Creo que fue Felix de Azúa quién escribió que solía recomendar a sus alumnos la lectura del Informe sobre la Ley Agraria de Gaspar Melchor de Jovellanos como ejemplo de excelente prosa. Como esto es un blog de poesía, me cuidaré de recomendarlo por aquello de no mezclar churras con merinas, pero me doy por satisfecho si alguien, después de haber leído esta elegía suya y estas barbaridades mías, se plantea en el horizonte de sus lecturas futuras ese intachable texto.

Jovellanos es uno de nuestros ilustrados fetén. En las a veces un tanto plañideras meditaciones de sus herederos de hoy (que los tiene, doy fe), tarde o temprano aparece su nombre. Jovellanos el inteligente, el estadista, el clarividente, el azote del oscurantismo y el fanatismo. Su recuerdo intelectual y humano tiene todavía mucho de símbolo en un país como el nuestro, dónde históricamente la lucidez ha sido un bien escaso y perseguido.

También en poesía, además de en ensayo y política, dejó Jovellanos su impronta ilustrada. La poesía debía de ser formal y trascendente. Un género que tratara con solvencia los graves asuntos de la moral de los hombres. Jovellanos exhortó a sus compañeros de letras a abandonar la poesía de tema banal y amoroso por otra realista, filosóficamente apta para un mundo nuevo y más libre. El mismo escritor comulgó (sé que este no es el mejor verbo para este post) con el ejemplo.

Así pasa en la poesía seleccionada para hoy. Amorosa, casi pre-romántica, sí, pero situada a años luz del manierismo de salón que hasta la época se estilaba en según qué ambientes. Disfrutarla con Razón.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.