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‘El señor ministro ha hecho pis’, de Ramón Reig

Hoy, muy de mañanita,

cuando el sol eructaba rayos y calores incipientes,

cuando algunos despertadores se estremecía en relinchos

y los ferroviarios iban a acostarse,

el señor ministro ha hecho pis.

El pipí ha aparecido

a las 6.45 exactamente

(5.45 en Canarias)

y ha corrido raudo a través de la taza Roca

camino de las cloacas ciudadanas.

Rodas las emisoras y todos los canales televisivos

han captado el pipí del señor ministro

en el mismo instante de la micción.

Los periódicos han adornado sus páginas primeras

con tan noble suceso,

y el pis del señor ministro ha llovido sobre las gentes

como otro bautismo de obligado cumplimiento.

Mientras, las termitas de dólar

seguían hurgando en las entrañas de la tierra

y se ha tapado los oídos del dactilógrafo.

Hoy, y ayer y mañana,

la noticia es el pis

del señor ministro,

que nació con el alba,

con el trino del jilguero,

con el golpe de la azada,

con el sudor, con el morir,

con la paz de los hombres.

La poesía, como el periodismo, tiene el deber de la exactitud. En un buen poema, cada palabra tiene un peso concreto que ilumina de cierta forma irrepetible la conciencia (lo mismo que en la buena crónica). ¿Lo mejor que puede hacer la poesía por el periodismo? Nunca olvidar que, con su realidad previsible, abultada, intermitente u horrenda, tiene el compromiso de la fidelidad. ¿Lo mejor que puede hacer el periodismo por la poesía? Esto que escribe Luis García Montero en un prólogo encomiable y necesario: «Defender la dignidad del periodismo».

Ayer leí como se leen los periódicos -de un tirón y sin levantar la vista- el volumen Poemas a toda página: poesía y periodismo (Ed. Visor, 2009). A cada sección del diario, del Editorial al Obituario, le ha sido adjudicada uno o varios poemas. Brecht en portada; Reinaldo Arenas entre las Cartas al Director; Ernesto Cardenal para Internacional; en Nacional, Juaristi (Jauristi, como dice el libro, en formidable errata); Bob Dylan se queda en Deportes y Hemingway para los anuncios por palabras. Así hasta la Contra, mano a mano entre Serrat y Kundera.

El señor ministro ha hecho pis no será el único poema que os traiga de este original libro, pero sí el primero. Lo he elegido porque a) no conocía al autor, Ramón Reig, y b) me parece especialmente apropiado para los tiempos que corren. En la antología se publica inserto en la sección de Nacional, pero bien leído no dudo de que pudiera incluirse transversalmente en el resto del periódico.

Nacho S.



‘Vino, primero pura…’, de Juan Ramón Jiménez (1881 – 1958)


¡Intelijencia, dame el nombre

exacto de las cosas!

…Que mi palabra sea

la cosa misma,

creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos

los que no las conocen, a las cosas;

que por mí vayan todos

los que ya las olvidan, a las cosas;

Que por mí vayan todos

los mismos que las aman, a las cosas…

¡Intelijencia, dame

el nombre exacto, y tuyo,

y suyo, y mío, de las cosas!

2

Vino, primero pura,

vestida de inocencia;

y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo

de no sé qué ropajes;

y la fui odiando sin saberlo.

Llegó a ser una reina

fastuosa de tesoros…

¡Qué iracundia de hiel y sin sentido!

Mas se fue desnudando

y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica

de su inocencia antigua.

Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica

y apareció desnuda toda.

¡Oh pasión de mi vida, poesía

desnuda, mía para siempre!

Una de posguerra , lectora fiel, nos pedía ayer, amablemente y casi como disculpándose, poesías de Juan Ramón Jiménez. En los archivos del blog, olvido injustificable, no había todavía ninguna. Delicada elección, donde se mezcla lo aprendido en el colegio con las lecturas que llegaron después; los imborrables gustos inculcados por aquel profesor sabihondo y las rectificaciones del juicio fruto de nuestra deriva -a veces dejeneración– personal.

Aún recuerdo de memoria poemas de Juan Ramón, en concreto Octubre y El viaje definitivo. Los dos conocidísimo, citadísimos y excelentes. Pero, será la misma irrevocable madurez que influyó en el poeta, ya no me dicen tanto como estos otros dos que he elegido para publicar hoy.

El primero comienza con dos de los versos más felices del poeta de Moguer, emblemas de la reflexión pura y el ascetismo sentimental: «¡Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas!». El segundo es una síntesis sencilla y elegante de su autobiografía poética. 18 versos que exponen mejor que cualquier manual de literatura la evolución de Juan Ramón como poeta, de la inocencia primera al purismo final.

Seleccionados por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)



‘Homo Hispánicus’, de Ramón Pérez de Ayala (1888 – 1961)

Da vuelta en su conciencia,

como caballo en la pista,

la milenaria ascendencia

de atavismo senequiata,

gongorino y narcisista.

Posee infusa toda ciencia.

Cree que se pierde de vista.

Su ambición es la indolencia

se afirma individualista

y es de algo o de alguien un «ista».

O con heroica demencia

mundos vírgenes conquista

y retorna a la querencia

de un vivir ilusionista

en su pista de indolencia.

En una impagable entrevista de 1931 (que se puede leer aquí), el cronista del diario La voz alude a la «cordialidad cerebral» de Ramón Pérez de Ayala, antes de someterle a unas preguntas sobre la actualidad política española. Sus respuestas desprenden el optimismo inquebrantable del intelectual que deposita su fe en un régimen nacido de las letras y no de las armas. «Política y literatura son mellizas, y confundibles escritor y político», dice un Ayala que, tan solo un año antes, había firmado junto con Ortega y Gasset y Gregorio Marañón el «manifiesto al servicio de la República«.

Cinco años después, su optimismo ilustrado, por así decirlo, había descendido muchos enteros. Dimitió de su cargo de embajador en Londres en 1936, y desde entonces hasta su muerte, en 1961, tanto la política como la vida (un exilio casi permanente) fueron una sucesión de acontecimientos tristes y desdenes hirientes: el gran novelista Ayala acabó muriendo en España, donde la dictadura, condescendiente, le había admitido no tanto a cambio de lealtad como de que no hiciera demasiado ruido.

Es una pena, pero no sé en qué fecha escribió el poema que traigo hoy, mordaz y satírico como pocos sobre la condición de español. Me gustaría saber si antes o después de su desencantamiento de la Segunda República. ¿Quizá de vuelta en España, en los cincuenta? ¿O tal vez durante el largo exilio mexicano? Si alguno de vosotros lo sabe y lo quiere compartir, aquí están abiertos los comentarios. Españoles o no, que no os paralice la indolencia, je, je.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.