Debo volver más a Ramón Irigoyen. Su poesía salvajemente tierna y tiernamente salvaje la llevo anclada a mi despertar adolescente, a noches de descubrimientos, amistad, literatura, amor y alcohol.
Tras su Cielos e inviernos y los Versos de entretiempo, que tan buenos resultados amatorios nos propinó, sorprendió a todos con unos Abanicos del Caudillo que le valieron la pérdida de una beca concedida por el Ministerio de Cultura, precisamente para escribir este increíble poemario. Al jurado no sólo no le gustó, le escandalizó y fueron a por él en Santa Inquisición.
Ramón sigue siendo un poeta maldito, siempre a contracorriente, erudito helenista y ahora futuro escritor de novela negra, pero maldito a fin de cuentas.
¿Os preguntáis qué es la poesía? Él nos lo explica como bien sabe hacerlo, a pedradas.
Every poem an epitaph
Eliot
Un poema si no es una pedrada
-y en la sien-
es un fiambre de palabras muertas
si no es una pedrada que partiendo
de una honda certera
se incrusta en una sien
y ya hay un muerto.
Seleccionado y comentado por César-Javier Palacios.
Foto: Raúl Drechsel Bota