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Poemas del tamaño de una naranja’, de Jorge Boccanera (1952)

CARTA DEL SUICIDA

Lo poco que he vivido,

me ha hecho perder demasiado tiempo.

ENSAYO SOBRE LA HONESTIDAD POÉTICA

No es que los poetas mientan,

es que los mentirosos

quieren hacer poesía.

APUNTES

Y te recuerdo, madre,

como cuando la única luz era tu sombra.

RECUERDO

Ayer,

es una casa

que se quedó sin puertas.

DEL OFICIO DE LA POESÍA

Hay que incendiar a la poesía

y cantar luego

con las cenizas útiles

SOLEDAD

Nadie.

Como decir:

todos del otro lado.

NOTICIAS DE LA HISTORIA

Según la historia universal,

a la paloma de la paz

se la comió

la gallina de los huevos de oro.

¿PREMIO?

Me presento a un concurso

y gana este dolor.

Por unanimidad.

LÍMITES

Mi pueblo

limita la norte con Bolivia y Paraguay,

al este con Brasil, el océano Atlántico y Uruguay

al oeste con Chile.

Y Luisa,

se pudre en una celda de dos metro por uno.

Había leído Polvo para morder y pensaba traeros hoy aquí uno de sus poemas (casi seguro sería Desaparecido Uno). También pensaba añadir un comentario no demasiado pedante sobre la presencia recurrente del ‘extranjero’ (y del ‘trasterrado’) en la poética de Jorge Boccanera. Quería citar este verso: «Seremos extranjeros de por vida. ¿Seremos extranjeros de por muerte?». Y aún no tenía claro cómo introducir algo sobre la memoria, los adjetivos, el exilio o el México de los infrarealistas (ese non plus ultra de la modernidad latinoamericana). Seguro, eso sí, informaría de que fue Premio Casa de América no hace muchos años. Y acabaría el post, lo veía, con algo contundente, una cita, o quizá un juicio seco.

He acabado publicando sus Poemas del tamaño de una naranja. Todo lo demás no lo he podido evitar.

Nacho S. (@nemosegu)





‘Primavera delgada’, de Jorge Guillén

Cuando el espacio, sin perfil, resume

con una nube

su vasta indecisión a la deriva…

¿Dónde la orilla?

Mientras el río con el rumbo en curva

se perpetúa

buscando sesgo a sesgo, dibujante,

su desenlace,

mientras el agua, duramente verde,

niega sus peces

bajo el profundo equívoco reflejo

de un aire trémulo…

Cuando conduce la mañana, lentas,

sus alamedas

gracias a las estrellas vibradoras

entre las frondas,

a favor del avance sinuoso

que pone en coro

la ondulación suavísima del cielo

sobre su viento

con el curso tan ágil de las pompas,

que agudas bogan…

¡Primavera delgada entre los remos

de los barqueros!

Ha pasado una década desde que la UNESCO instauró el Día Mundial de la Poesía el 21 de marzo, equinoccio de Primavera. Hasta entonces, la moribunda había sobrevivido más o menos al borde del abismo sin necesidad del mecenazgo explícito -siempre sospechoso- de las magnas instituciones culturales.

Que la poesía es un género frágil, sempiternamente aquejado de una mala salud de hierro, es una verdad con una tradición de siglos. El mito de la crisis es indivisible del oficio; lo único que parece cambiar es la naturaleza de las amenazas que le acechan.

Hoy es difícil encontrar a un hijo haciendo propósito de enmienda sobre su vicio, como hiciera Ovidio ante su padre cuando le espetó aquello de «iuro, iuro, pater, nunquam componere versus». Por el contrario, la lista de agravios contemporáneos es extensa: la superficialidad de la sociedad de consumo, el culto a lo extravagante, la dictadura de lo visual, el triunfo de lo perecedero sobre lo inmortal…

Aún reconociendo que pudiera necesitar de un pulmón artificial para sobrevivir, encuentro muy poco poético que la poesía deba tener un día para celebrarse a sí misma, aunque hoy -es cierto- la excusa me haya servido para resucitar un domingo estéril. 🙂

NOTA: Estos días he vuelto al gran Guillén. Publico hoy su variación primaveral, que viene muy al hilo.

NOTA 2: En estos enlaces encontraréis información sobre actividades del 21-M en varias ciudades: Madrid, Pamplona, Bilbao, Alcalá de Henares

(Imagen: Sergio Barrenechea / EFE)

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Coro de burocracia’, de Jorge Guillén (1893 – 1984)

La ley levanta

Frente al oficial cacumen

La sacrosanta

Letra que todos consumen.

No se interprete la Letra.

Su cuerpo mismo es sagrado.

Si una mente la penetra,

Se nos desploma el Estado.

Requisitos y papeles

Eso es lo bueno,

Con sus colas de peleles,

Pies en el cieno.

Cuando un jefe toca un timbre,

Algo nuevo se enmaraña.

Nadie rehúya la urdimbre

De nuestra araña si maña.

Vale candor

Si alguna vez estremece

-¡Señor, Señor!

-Que pase el número trece.

La burocracia ya no es lo que era. Algo cambia para que todo siga igual. La cansina espera tras una ventanilla, el larriano «vuelva usted mañana», ha sido sustituido por los interminables monólogos telefónicos y la pesada maquinaria estatal por la aún más pesada maquinaria interestatal (Europa) o infraestatal (autonomías).

La parálisis burocrática, como fenómeno que las sociedades tecnológicas no han conseguido erradicar, se ha reconvertido en una forma visible de escarnio: acostumbra a perjudicar más los intereses vitales de quien menos tiene… o más difícil lo tiene: el caso de los inmigrantes.

No sé la fecha en que Jorge Guillén compuso este poema, pero probablemente fuera ya en plena madurez. Los que conozcáis de su obra sobre todo su ¿metafísicamente optimista? Cántico, quizá os sorprenda -como hizo a mí, que no había leído su poesía denuncia- encontraros con unos versos tan apegados a lo real, tan satíricos y tan pendientes de alguno de los temas de su tiempo (que sigue siendo, en gran medida, nuestro tiempo).

FOTO: Jorge Paris

Seleccionado por Nacho S.



‘Culpa’, de Jorge de Arco (1967)

La culpa te sostiene ante la puerta

de los años fingidos, indomables,

y consientes la triste asignatura,

de oficiar mediodías tan silentes

como el fuego tenaz que te consume.

El miedo se derrama solitario

entre las cuatro esquinas de tu aliento

y te vences del lado de la nada,

del lado más oscuro, donde escupen

su indolencia los perros sin edad.

herida la conciencia, la distancia

que separa tu cuerpo de mi cuerpo,

asumes madrugadas, estaciones

que recubren la yerba y el sabor

último del coraje y su costumbre.

Resta domesticar el leve tránsito

que los necios disponen, deslizar

en los ojos la máscara primera

del olvido, la muerte más doliente

que sujeta la lluvia de los labios,

la posible condena que te ciñe

de amor en otros brazos y otra vida.

La indiscreta sensación de comprar un libro de segunda mano y ver en él una dedicatoria ajena. La dura lección de comprar un libro de poesía de segunda mano y encontrar una dedicatoria ajena… de amor.

Lo primero me ha sucedido muchas veces, lo segundo la semana pasada, en la cada vez más fascinante y atiborrada librería Ábaco. «Para Ana, estos versos escritos junto a las tierras calientes del sur al hilo del tiempo enamorado. Firmado: XXX». La dedicatoria es preciosa, como -os prometo- lo es la caligrafía. ¿Y el libro? De fiebres y desiertos es también precioso.

«La dicha es el recuerdo de lo que no se tuvo», dice el primer verso del primer poema. «Tal vez el hombre no es sino un camino», dice uno de los últimos. En medio, un dar forma a la nostalgia, tanto la vivida como la fingida vivir. Los títulos de los poemas lo dicen casi todo: En tiempo de tus labios, Nueve sílabas del corazón, El alfabeto de tus días… Algunos versos, «el exacto rito de no olvidarte», todavía más.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Pequeña confesión’, de Jorge Teillier (1935 – 1996)

Si, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.

Me amaron las doncellas y preferí a las putas.

Tal vez nunca debiera haber dejado

El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida

Vago por las afueras del pueblo

Y ni siquiera aquí se oyen las carretas

Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento

-ese deseo que le viene a todo el mundo-

pero preferí mirar una pistola

la única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero

Y la verdad es que no me importa mucho.

Me importa soñar con caminos de barro

Y gastar mis codos en todos los mesones.

«Es mejor morir de vino que de tedio»

Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.

Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano

Cuando se gastan los codos en los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo

Donde cualquiera puede ser mi amigo.

Donde crecen mis iniciales grabadas

En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo

Y lo saludo como un viejo conocido,

Pero aunque sea un boxeador golpeado

Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre

Digo que las amadas pueden ir de mano en mano

Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron

Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad

Escuchando un perdido rechinar de carretas

Y soñaré techos de zinc y cercos de madera

Mientras gasto mis codos en todos los mesones.

Recordaba Roberto Bolaño, a través del cual muchos descubrimos que había poesía en Chile más allá de Neruda, que los jóvenes de su generación con veleidades literarias se dividían entre partidarios de Enrique Lihn (algo así como realistas) y partidarios de Jorge Teillier (algo así como soñadores).

La poesía de Teillier es una agria búsqueda de los caminos que conducen de vuelta al paraíso perdido. Un intento violento -y obviamente estéril- de regresar a la infancia feliz. Una inmersión conscientemente antimoderna en el terruño, la aldea y lo original. También, y no es un tema menor, una fijación por lo que de desasosegante y grotesco tiene lo cotidiano, como en estos versos:

Me contó que no sabía quién le había contagiado la sarna

Y luego susurró una canción de Chuck Berry

Mientras hojeaba un libro sobre Arte Mochica.

Y todo esto sería un desastre si no fuera porque de esa obsesión por el locus amoenus y este rechazo visceral del presente están ausentes la moral -cristiana- y el nacionalismo -tribal-.

Para leer más poemas de Teillier, pinchar aquí.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.