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‘Leo todavía a los poetas contemporáneos’, de Dario Bellezza (1944 – 1996)

Leo todavía a los poetas contemporáneos.

Para digerirlos, o no verlos más.

Espero todavía en el baño

o en la cocina descomponer el viejo

cuerpo, cuerpo viejo. Sería hábil

ahora en escribir versos irreprochables,

pero la muerte acucia, nada me interesa

sino su dura lección cerrada

en mi lóbrego cuarto.

No quiero odiar, escribir poemas

de odio visceral. Lo que resta

es árida concurrencia, desleal

pacto con el Mal.

Así huyo de mi mismo, de ti

solapado poeta que te has vuelto

cáncer de inicuas sanciones

morales, entre denuncia impotente

e impotente odio mortal

contra o hacia quien amabas:

el canto, o la herida, o los torvos

consejos, parándome quizás en la avenida

Vittorio en busca de un bolígrafo

para apuntar versos ridículos

infames, hilvanados de ternura.

El amor son cuatro luces (ojos)

que dan vueltas y lo echo todo

a rodar.

No sé si es cierto, como publica Wikipedia, que la obra de Dario Bellezza permanece inédita en castellano. Hasta hace unas semanas, desconocía la existencia de este poeta. Recientemente, un amigo, un libro abierto para casi todo, me recomendó que buscara algo suyo.

Me puse a ello y encontré El fuego y las brasas (ed. Celeste, 2001), una antología de poesía italiana contemporánea. Allí, entre decenas de escritores que nunca había oído mencionar (cara ignorancia) estaba Bellezza. Traducido y comentado.

Dario Belleza fue discípulo y amigo de Pier Paolo Pasolini (de quien escribió su biografía), homosexual como él, defensor del yo más omnívoro y duro merodeador de la marginalidad sin fachadas. Su poesía, como su prosa, se desenvuelve en la confesión íntima, la teatralidad, la ternura y la meditación. Murió de sida a los 52 años.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Dos en el crepúsculo’, de Eugenio Montale (1896 – 1981)

Fluye entre tú y yo en el mirador

un claror submarino que deforma

perfiles de colinas y tu rostro.

Está en un fondo huidizo, cada gesto

tuyo es ajeno a ti; entra sin huella

y se esfuma, en el medio que cubre

cada estela, cerrándose a tu paso:

tú aquí conmigo, en este aire bajado

para sellar el sopor de las rocas.

Yo, caído

en el poder que pesa en torno, cedo

al sortilegio de no reconocer

de mí ya nada fuera de mí: si alzo

el brazo apenas, se me vuelve ajeno

mi acto, se parte en un cristal, ignota

y oscurecida su memoria, y ya

el gesto no me pertenece; si hablo,

yo escucho atónito aquella voz

descender a su gama más remota

o muerta en el aire que no la sostiene.

Así, en el punto que resiste a la última

consunción de la luz,

dura el desmayo; y luego un soplo eleva

los valles en frenético temblor

y arranca de las frondas un rumor

muy leve que se extiende

entre rápidos humos y las luces primeras

dibujan ya los muelles.

…las palabras

entre nosotros caen suaves. Te miro

en un blando reflejo. Yo no sé

si te conozco; sé que nunca estuve

de ti tan separado como en este tardío

retorno. Unos instantes han quemado

todo de nosotros: salvo dos rostros,

dos máscaras donde se graba una sonrisa

desganada.

En su delicioso Gli Incontri (traducido aquí como Personajes), Indro Montanelli recordaba así a Eugenio Montale, durante años compañero de escritorio en el Corriere della Sera: “Puede contemplarte una hora seguida y jamás lograrán comprender si está buscando en tu cara una superficie tersa para acariciarla o la hendidura más adecuada para apoyar en ella el cañón del revolver”.

Más adelante, el Gran Periodista se extiende rememorando su rostro hermético, su mirada sombría y abstracta. ¿Está describiendo el físico de Montale o su poesía? Conociendo como se las gastaba Montanelli, seguramente ambos.

Montale, es lugar común mas no falso, fue uno de los mejores poetas del siglo XX italiano. Simbolista en sus inicios, representante más tarde del movimiento literario bautizado como hermetismo, su obra, como la de Ungaretti, no se aviene a ningún istmo al uso sino que discurre por una senda de radical intimidad que realza su atractivo.

Placer no conocí. Sólo el milagro

que obra la divina indiferencia:

la estatua erguida entre la somnolencia

tórrida, con la nube y el milano.

Como el Barón rampante de Italo Calvino, “un solitario que no huía de la gente”, Montale solía confesar que vivía dentro de una campana de vidrio (“la nada a mis espaldas, el vacío detrás / de mí, con terror de borracho”) y su poesía con él.

Cuando le fue concedido el Nobel, en 1975, escribió un poema en prosa -publicado en su Diario póstumo– donde se aprecia su peculiar trato con el mundo, su avergonzada satisfacción, su flema de anciano duro:

Llamas por teléfono para recordarme haber dicho que el Nobel debe rechazarse, pues no siempre se da al mejor. Forgive me, lo acepto por miedo. Una notable compensación no ofende, al contrario, previene contra la tentación del desprecio.

NOTA: Traduccido del italiano por el también poeta, ya fallecido, Jesús López Pacheco.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Vagabundo’, de Giuseppe Ungaretti (1888 – 1970)

En ninguna

parte

de la tierra

me puedo

arraigar.

A cada

nuevo

clima

que encuentro

descubro

desfalleciente

que

una vez

ya le estuve

habituado.

Y me separo siempre

extranjero.

Naciendo

tornado de épocas demasiado

vividas.

Gozar un solo

minuto de vida

inicial.

Busco un

país inocente.

GIROVAGO

In nessuna

parte

di terra

mi posso

accasare.

A ogni

nuovo

clima

che incontro

mi trovo

languente

che

una volta

già gli ero stato

assuefatto.

E me ne stacco sempre

straniero.

Nascendo

tornato da epoche troppo

vissute.

Godere un solo

minuto di vita

iniziale.

Cerco un

paese inocente.

A quien espera encontrar “un país inocente” le aguarda la melancolía, porque no hay naciones inocentes ni arcadias felices. No existen, tampoco, ni el minuto inicial ni el clima nuevo ni las épocas poco vividas.

La poesía de Giuseppe Ungaretti es un compendio de todas esas pérdidas que lo son simplemente porque uno ha nacido. Sus versos concentrados no pueden contra una vida que, ya lo dice Bernhard, “habla un lenguaje más lacónico, más aniquilador”.

Así se comprende que lo único digno de sobrevivir para el poeta sea “aquella nada de inagotable secreto”. Hay quienes se conforman con mucho.

NOTA: Traducción del italiano a cargo de Teódulo López Meléndez

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.




‘Canción callejera’, Cesare Pavese (1908 – 1950)

¿Vergüenza de qué? Cuando uno ha cumplido

condena,

si lo dejan salir, es porque es como todos

y en las calles hay gente que estuvo en presidio.

De la mañana a la noche callejeamos por las

avenidas

y nos da lo mismo que llueva o luzca el sol.

Es un placer encontrar a la gente que habla en las

avenidas

y hablar solos, abordando muchachas a achuchones.

Es un placer silbar en los portales esperando

muchachas

y abrazarlas por la calle y llevarlas al cine

y fumar a escondidas, recostados en rodillas

hermosas.

Es un placer hablar con ellas, palpando y riendo,

y de noche en la cama, sintiendo lanzarse al cuello

dos brazos que quieren tendernos, pensar en la

mañana

en que dejaremos de nuevo la cárcel al frescor del

sol.

Callejear borrachos de la mañana a la noche

y mirar, riendo, transeúntes que pasan

y que disfrutan todos -incluso los feos- al sentirse en

la calle.

Cantar borrachos de la mañana a la noche

y encontrar borrachos y trabar conversación

que dure largo tiempo y nos provoque sed.

A estos individuos que van hablando para sus

adentros

por la noche los queremos con nosotros, encerrados

en lo más recóndito de la tasca,

y acompañarles con nuestra guitarra

que brinca borracha y no está ya encerrada,

pues abre de par en par las puertas, resonando en el

aire

ya lluevan fuera estrellas o agua. No importa si a esa

hora

ya no tienen las avenidas hermosas muchachas

paseando:

encontraremos al borracho que ríe solo

porque también esta noche salió él de la cárcel

y con él, alborotando y cantando, veremos amanecer.

La poesía: un ex preso, por ejemplo él. Una ciudad habitada por borrachos y mujeres, por ejemplo Turín. Un sentimiento de soledad física, palpable, por ejemplo el suyo.

Cesare Pavese era un hombre de una inseguridad total. «Y acordarse sobre todo que hacer poesías es como hacer el amor: nunca se sabrá si el propio gozo es compartido», escribió en una acotación de 1937 de su diario personal, El oficio de Vivir, publicado tras su suicidio, y del que Italo Calvino dijo que era «un testimonio del antiguo lado trágico de la vida humana del cual nadie escapa».

Su poesía, sus traducciones, sus novelas, pero sobre todo ese dietario amargo, terriblemente lúcido sobre la condición humana, son feliz objeto de relectura permanente.

NOTA: Poesía traducida del italiano por Carles José y Solsora.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.