Bebe y emborráchate, Melanipo, conmigo. ¿Qué piensas?
¿Qué vas a vadear de nuevo el vorticoso Aqueronte,
Una vez ya cruzado, y de nuevo del sol la luz clara
Vas a ver? Vamos, no te empeñes en tamañas porfías.
En efecto, también Sísifo, rey de los eolios, que a todos
Superaba en ingenio, se jactó de escapar a la muerte.
Y, desde luego, el muy artero, burlando su sino mortal,
Dos veces cruzó el vorticoso Aqueronte. Terrible
Y abrumador castigo le impuso el Crónida más tarde
Bajo la negra tierra. Con que, vamos, no te ilusiones.
Mientras jóvenes seamos, más que nunca, ahora importa
Gozar de todo aquello que un dios pueda ofrecernos.
***
Destella la enorme mansión con el bronce;
Y está todo el techo muy bien adornado
Con refulgentes cascos, y de ellos
Cuelgan los albos penachos de crines
De caballo, que engalanan el arnés
De un guerrero. De ganchos que ocultan
Que están enganchadas las grebas brillantes
De bronce, defensas del más duro dardo,
Los coseletes de lino reciente
Y cóncavos escudos cubren el suelo.
Junto a ellos están las espadas de Cálcide,
Y muchos cintos y casacas de guerra.
Ya no es posible olvidarnos de eso,
Una vez que a la acción nos hemos lanzado.
Para compensar un poquito más la balanza entre lo Antiguo y lo Moderno (entre arañas y abejas, según Jonathan Swift), traigo aquí hoy a Alceo de Mitilene (de todos los Alceos que trasegaron el mundo clásico, el más interesante, como reconoció tiempo después Horacio).
Coetáneo de Safo, oriundo también de la isla de Lesbos, poeta y soldado, belicoso tanto con sus versos como con su tenacidad política. Alceo fue desterrado de un mundo que él mismo había ayudado a exaltar; un mundo donde la joie de vivre se fundía con la violencia de las tormentas y la tensión que antecede las refriegas militares.
El legado de Alceo, como el de la mayoría de los líricos griegos arcaicos (la misma Safo o Anacreonte), se ha conservado muy fragmentariamente. De los dos extractos de hoy, uno recrea el paisaje antes de la batalla (me recuerda bastante a lo que siglos después haría Bertran de Born) y el otro es una exaltación -no sin resignación- de la juventud, la amistad y el favor de los dioses.
NOTA: Traducido por Carlos García Gual.
Seleccionados y comentados por Nacho Segurado.