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‘Del año malo’, de Jaime Gil de Biedma (1929 – 1990)

Diciembre es esta imagen

de la lluvia cayendo con rumor de tren,

con un olor difuso a carbonilla y campo.

Diciembre es un jardín, es una plaza

hundida en la ciudad,

al final de una noche,

y la visión en fuga de unos soportales.

Y los ojos inmensos

—tizones agrandados—

en la cara morena de una cría

temblando igual que un gorrión mojado.

En la mano sostiene unos zapatos rojos,

elegantes, flamantes como un pájaro exótico.

El cielo es negro y gris

y rosa en sus extremos,

la luz de las farolas un resto amarillento.

Bajo un golpe de lluvia, llorando, yo atravieso,

innoble como un trapo, mojado hasta los cuernos.

Las reflexiones sobre el significado ritual del Año Nuevo de Mircea Eliade me siguen cautivando como la primera vez que las leí. Nada como un año sobre el que pesa el decreto colectivo de haber sido malo (lo asegura hasta la publicidad, nuestro oráculo contemporáneo) para comprobar qué poco hemos cambiado los humanos en cuestión de ceremonias de purificación temporales y regeneración periódica de la vida.

No todos los fines de año se prestan al consuelo psicológico con la misma facilidad. En un mal año, los lugares comunes sobre la salud y la felicidad se liberan de ser fórmulas convencionales para convertirse en la expresión de un alivio sincero, íntimo, casi fraterno. Esto es, al menos, lo que he observado estos días. Daniel Defoe, cuyo Diario del año de la peste debería ser libro del año, escribió: «Una terrible peste hubo en Londres en el año sesenta y cinco que arrasó con cien mil almas. ¡Y sin embargo estoy vivo!». El impúdico alivio del superviviente.

Para amortiguar un poquito la carga sentimental del día, el título del post y el poema de Jaime Gil de Biedma, que roza la perfección, he pensado en unas cuantas acotaciones de los diarios de varios escritores. Son todas del 31 de diciembre. En ninguna se hace balance exhibicionista, estrepitoso y grandilocuente de nada, salvo quizá de la intimidad. ¡Y fijaos en los años!

Franz Kafka, 31 de diciembre de 1914

Estoy trabajando desde agosto; por lo común, no trabajo poco ni mal, pero ni en uno ni en otro aspecto llego al límite de mis posibilidades, como debería ser, especialmente porque según todos los indicios (insomnios, dolores de cabeza, debilidad cardiaca) mi capacidad no va a durar mucho.

Josep Pla, 31 de diciembre de 1918

Lluvia y humedad. En el café hay un vaho blanco y azul –irrespirable- que empaña los cristales. Juego al billar con los amigos. Veo la jugada pero no sé afinar. Todo me sale grosero y poco elegante: siempre demasiada bola. Me acerco al piano del cine, vacío como una enorme gruta oscura, el abrigo con el cuello levantado. El frío del local llega a los huesos. Sensación de empequeñecerse. Roldós toca a Bach. Gavotas deliciosas. Voy a dormir en seguida. La lluvia me civiliza y amodorra. Delicia de la cama caliente y de la lluvia lenta y vaga.

George Orwell, 31 de diciembre de 1939:

Considerably warmer, & thawing this afternoon, but appears to be freezing again tonight.

NOTA: Mis mejores deseos a todos para el 2010.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado. (En Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)




‘Metrónomo’, de Gabriel Ferrater (1922 – 1972)

Chica, mujer, chica,

mujer. Oyes el batir

de un metrónomo duro

y velas la alterna

naturaleza que amas.

¿Cuál prefieres,

Chica que se exhala,

Mujer que se recoge?

Urdes la segura

conspiración

de todas las cosas:

abolid a la joven,

traed a la cumplida,

la bien reclamada.

Ahora, de la joven

no sabes ni hablar:

vida anterior,

como de pájaro o fruta.

Mujer instaurada,

la interpretarás.

Tendrás, para contarla,

valores bien entendidos

y tacto, suave

terciopelo de silencios,

y palabras. Tus palabras,

que te van refinando.

Incisivas durante años,

no usas otras

para hablar de ti:

las palabras que te arrancan

la piel de la lengua

cada vez que las dices.

POSEÍDO

Estoy más lejos que amándote. Cuando los gusanos

hagan una cena fría con mi cuerpo,

encontrarán un regusto de ti. Y eres tú

que indecentemente te has amado por mí

hasta llegar al fondo: saciada de ti,

ahora te excitas, te me marchas

tras otro cuerpo y rechazas la paz.

No soy sino la mano con la que vas a tientas.

Qué fastidio, y hasta qué pena, empezar un párrafo sobre Gabriel Ferrater hablando de su suicidio antes que de su poesía, pero la terca idolatría -justificada- que se le rinde se alimenta tanto de sus augustas dotes para la vida (felicidad, mujeres, libros) como de su cerebral pacto con la muerte a sus exactos cincuenta.

Gran amigo de Jaime Gil de Biedma, de quien era, al decir de su biógrafo Miguel Dalmau, el sparring perfecto para aquellas conversaciones cultas empapadas en alcohol y noche, Gabriel Ferrater pasó por la Barcelona de los cincuenta y sesenta bebiendo, traduciendo, follando, leyendo y, de forma condensada, escribiendo una poesía memorable a la que unos pocos rebuscados adjetivos nunca harían justicia.

NOTA: Tanto Metrónomo como Poseído pertenecen a Las mujeres y los días, el volumen que recoge los tres libros de poesía que escribió Ferrater y que fue traducido del catalán por María Angels Cabré en 2002.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.




‘El convaleciente’, de Juan Gil-Albert (1904 – 1994)

Ungido por el aceite de la vida

me adelanto hacia ti, tentación terrenal,

en cuyos ciegos ojos verdes

resplandecen de nuevo las incesantes ilusiones.

Hasta mí, rodando como piezas de oro,

llega un sol tierno y jubiloso

que con su cálido tintineo

trata de hacerme olvidar los viejos desengaños.

Nada puede engañarme, amigo mío,

ni siquiera el esplendor de tus mejores días de abril;

no soy alguien a quien se miente con fortuna

sino el desencanto mismo que sonríe voluntariamente.

yo iré por mi mismo pie al encuentro de tus llamadas,

puesto que la seducción de tus miserias me atrae,

pero iré sostenido por mis flaquezas

conocedor de que ando sobre un terreno resbaladizo.

Así, si el que regresa casi de la muerte

cae de nuevo en las redes de tus hechizantes gracias,

no tomes como triunfo propio

lo que no es sino la nostalgia de mi fidelidad.

Sé que no he sido un activista, sino un superviviente”. Juan Gil-Albert, nonagenario, voluntariamente ya fuera de foco pero con el reconocimiento que durante años el exilio a secas primero y luego el exilio interior -en Alicante, su tierra natal- le sustrajeron.

En el prólogo a su obra poética completa, Gil-Albert, involuntario maestro de generaciones, afirma haber sido siempre “un prosista nato y un poeta tardío”; quizá por esa razón -su primer libro de poesía se publicó en 1936, con 32 años- las antologías, a veces tan acomodaticias, le sitúan en esa generación, cuando como él mismo reconoce, “por nacimiento, formación, estilo y amistad estrecha” su lugar está junto a la del 27 , de la que se considera un “poeta isla”.

Esquematizando injustamente una vida de 90 años: Gil-Albert fue un surrealista en sus orígenes, un intelectual comprometido con la Segunda República, un lujoso cultivador de poesía social y un esteta amante de la belleza (preferentemente masculina), la luz, las frutas y las estaciones.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.