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‘Sonatina burocrática’, de Erik Satie (1866 – 1925)

ALLEGRO

Ya ha salido.

Va alegremente a su despacho ‘gavilándose’.

Mueve la cabeza contento.

Le gusta una guapa dama muy elegante.

También le gustan su portaplumas,

Sus mangas de lustrina verde y su gorrito chino.

Da grandes zancadas:

Se precipita a las escaleras que sube a cuestas.

¡Qué ventolera!

Sentado en su sillón

Está feliz y lo demuestra.

ANDANTE

Reflexiona sobre su ascenso.

Tal vez obtenga un aumento

Sin necesidad de ascender.

Cuenta con trasladarse el próximo trimestre.

Ha echado el ojo a un piso.

¡Ojalá ascienda o aumente!

Nuevo sueño sobre el aumento.

VIVACA

Canturrea un viejo aire peruano

Que ha recogido en la baja Bretaña de un sordomudo.

Un piano vecino toca una pieza de Clémenti.

Qué triste es todo esto

El piano reanuda su ejecución.

Nuestro amigo se interroga con benevolencia.

El frío aire peruano se le sube a la cabeza

El piano continúa

Lástima, tiene que abandonar su despacho, su bonito despacho.

Ánimo, vámonos, dice.

Érase un tipo extravagante en una época extravagante; un tipo que juzga oportuno añadir una ‘k’ a su apellido para subrayar su ascendencia normanda; que abandona el conservatorio sin haber obtenido ni un mísero diploma; que se llama a sí mismo «compositor de cabeza de madera»; que prohíbe expresamente recitar en voz alta los burlescos textos que escribe para sus composiciones.

Érase un excéntrico que funda una iglesia con himno pero sin fieles; que inventa una música –de mobiliario– para ser tocada sin que nadie la escuche; que practica deliberadamente la vida de privaciones de un asceta. Es Erik Satie, el más inclasificable de los compositores, el amigo de los dadaístas, los cubistas y demás istas; de Man Ray, quien dijo de él que era el «único músico con ojos».

Los Cuadernos de un mamífero son los apuntes al natural de toda su vida. Ahí están, fruto de su fértil imaginación, los textitos con los que ilustraba los manuscritos de sus composiciones musicales. Composiciones satíricas, infantiles, surrealistas… He elegido esta deliciosa Sonatina burocrática, una «broma pequeña», según el guasón de Satie. Leerla y escucharla al mismo tiempo, como he hecho yo mientras escribía este post, es toda una experiencia liberadora.

IMAGEN: Retrato a lápiz de Erik Satie pintado por Picasso.

NOTA: Traducción del francés por Mª Carmen Llerena para la editorial Acantilado.

Nacho S. (nemosegu)






‘Aislamiento’, de Alphonse de Lamartine (1790 – 1869)

En la montaña a veces, a la sombra del roble,

cuando se pone el sol, tristemente me siento;

paseando mi mirada al albur sobre el llano,

cuyo cuadro cambiante a mis pies se despliega.

Acá resuena el río de olas espumosas;

serpentea y se hunde en la lejanía obscura;

allá el inmóvil lago prolonga su agua quieta

do la estrella nocturna en el azul se eleva.

En lo alto de estos montes llenos de espesos bosques,

todavía el crespúsculo lanza su último rayo;

y el carro vaporoso de la reina de sombras

sube, para blanquear los bordes del espacio.

Entretanto, elevándose desde la flecha gótica,

su religioso son se expande por los aíres:

el viajero se para, y la campana rústica

mezcla a los’ ruidos últimos del día conciertos sacros.

Mas a estos dulces cuadros mi alma indiferente

no experimenta ante ellos reducción ni transpones;

yo contemplo la tierra como una sombra errante,

pues ya el sol de los vivos no calienta a los muertos.

De colina en colina pasa mi vista en vano,

del sur al aquilón, de la aurora al ocaso,

recorro todo punto de la inmensa extensión,

y digo: «En ningún sitio me espera la ventura»

¿A que pues estos valles, palacios y cabañas,

para mí objetos vanos cuyo encanto se ha ido?

Ríos, rocas y bosques, soledades queridas,

¡un solo ser os falta y todo está desierto!

Que la vuelta del sol o comience o se acabe,

con ojo indiferente yo lo sigo en su curso;

en cielo negro o puro que se ponga o que salga

Pues, ¿qué me importa el sol? de los días nada espero.

Si pudiera seguirlo en su magna carrera

siempre verían mis ojos el vacío y los desiertos:

nada deseo de todo aquello que ilumina,

no le demando nada al inmenso universo.

Mas quizá más allá de los bornes de su círculo,

donde el sol verdadero ilumina a otros cielos,

¡si pudiera dejar mi despojo en la tierra,

lo que tanto he soñado estaría ante mis ojos!

¡Allí, me embriagaría de la fuente a que aspiro,

allí, reencontraría la ilusión y el amor,

y ese bien ideal que toda alma desea,

y que no tiene nombre en la estancia terrestre!

¿No puedo yo, subido sobre el carro del Alba,

de mis deseos anhelo, elevarme hasta ti?

¿En la tierra del éxodo por qué estoy todavía?

¡No hay nada de común entre la tierra y yo!

Cuando la hoja del bosque caiga ya en la pradera,

y por vientos mecida sea arrancada a los valles,

a mí, que me asemejo a la hoja marchitada:

¡llevadme como a ella, tempestuoso aquilón!.

Ayer, un político contemporáneo y haikus. Hoy, un político del XIX y poesía del romanticismo. No traicionaré a Julien Benda, quien a pesar de su espíritu refractario a lo sentimental tuvo a Lamartine por un dios, y huiré del hombre de acción (pretensión que le condujo a la ruina) para escribir sólo sobre el poeta. Sobre el poeta y sobre su primer libro, obra maestra (así la consideran muchos, incluido, creo, el propio Benda): Méditations poétiques.

Meditaciones, canto inaugural del romanticismo francés, gozó de éxito inmediato tras su publicación, en 1820. Fue la revelación de una intimidad doliente pero sincera, alejada de mistificaciones elegíacas demasiado superficiales para resultar humanas, lo que catapultó estas composiciones de Lamartine a categoría de revolución literaria. Romanticismo de primera hora, alejado aún de los densos manierismos del alma. Naturaleza como confesora de un estado de ánimo personal e intransferible, demasiado ingenuo como para aspirar a convertirse todavía en el mal del siglo.

NOTA: Lamartine escribió este poema, como todos los incluidos en Meditaciones, en su retiro de Milly, tras la muerte de su enamorada Mme. Julie Charles en 1817.

NOTA 2: Traducido del francés, aquí podéis leer el original, por Miguel A. García Peinado.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘El lobo y el cordero’, de Jean de La Fontaine (1621 – 1695)

Que la razón que triunfa es del potente

en esta historia quedará patente.

Bebía un corderito

en las límpidas aguas de una fuente,

cuando se hace presente

un lobo que corría aquel distrito.

-¿Cómo osas enturbiarme la corriente?

-gruñe el lobo, furente-.

No ha de quedar inulto tu delito.

-Ruego a su señoría no se altere;

antes bien considere

que bebo en el regajo

más de cuarenta pasos por debajo,

y, así, es cosa clara

no poder ser que yo se la enturbiara.

-Tú me la enturbias –díjole el mal bicho-.

Y, además, se me ha dicho

que las pasadas yerbas

diciendo ibas de mí cosas acerbas.

-¿Cómo puedo haber sido

si yo aún no había nacido?

Yo mamo aún –dijo el corderito.

-Si tú no fuiste, las diría tu hermano.

-Aún no tiene mi madre otro hijo

-repuso el inocente al tirano.

-Pues alguno será de tus parientes.

Vosotros, los pastores y los perros

nunca cesáis de cometerme yerros.

Tomaré la venganza con mis dientes.

Al punto al bosque se lo lleva preso,

y allí lo traga, sin mediar proceso.

Haciendo recuento un día de aquello que irremisiblemente vamos perdiendo, un amigo periodista me habló del ocaso del hombre razonable. No es que el sentido común haya desaparecido del todo, estuvimos de acuerdo, sino que ya no tiene el mismo resplandor de antaño. Somos devotos de la sabiduría especializada y debidamente cumplimentada.

Damos más importancia a quien lo dice (y su cargo) que a lo que dice. Recurrimos a voces expertas por una mezcla de inseguridad patológica y vanidad. Cualquier cosa con tal de aplacar la duda razonable y blindarnos a las críticas. Resumiendo: hoy un Jean de La Fontaine, hombre mesurado y juicioso, lo tendría fatal.

Afortunadamente, a La Fontaine le tocó vivir en la Francia absolutista del siglo XVI, donde todos los vicios y males del mundo no eran capaces por sí solos de amedrentar la lucidez y la insolencia del escritor dotado para retratar su época.

La Fontaine, por carácter y amistades, tomó partido por los Antiguos –Racine, Boileau, Moliere– contra los Modernos, en la querella literaria y de civilización que decidiría tantas cosas en el futuro. Su pasión por los clásicos grecolatinos y medievales le sirvió tanto para escribir dramas y comedias, hoy un tanto olvidadas, como de inspiración para sus inmortales fábulas.

En ellas, y bajo el disfraz de la antropoformización, compuso un fresco de virtudes y vicios, pelín pesimista y siempre irónico, sobre la naturaleza humana. Las artes, la política, la amistad, el amor, los héroes, los tiranos… Nada escapó a un ser curioso tan dotado para la observación. Un escritor que, dando la vuelta a una de sus historias, «lo vio todo, y de todo pudo hablar».

NOTA: Traducido del francés por Miguel Requena.

Seleccionado y comentado por Nacho S.



‘Desmesura’, de Pierre Réverdy (1889 – 1960)

El mundo es mi prisión

si estoy lejos de lo que amo

vosotros no estáis demasiado lejos barrotes del horizonte

el amor la libertad en el cielo tan vacío

sobre la tierra agrietada de dolores

un rostro ilumina y calienta las cosas duras

que formaban parte de la muerte

a partir de este rostro

de estos gestos de esta voz

sólo soy yo mismo quien habla

sólo mi corazón el que resuena y palpita

una cortina de fuego pantalla tierna

entre los muros familiares de la noche

círculo encantado de las falsas soledades

haz de reflejos luminosos

lamentos

todos estos desperdicios del tiempo crepitan en el hogar

todavía un plano que se desgarra

un acto que falta al llamado

queda muy poca cosa por tomar

en un hombre que va a morir.

El surrealismo como movimiento de vanguardia no era sinónimo de absurdo. Hoy, su significado al margen de lo estrictamente artístico está pelín devaluado: desde una injusticia a una casualidad, todo lo calificamos sin más como surrealista. Aragon aseguraba que lo maravilloso parte del rechazo de la realidad.

Y Breton partía de la intuición de que había cosas que veía pero que no eran visibles. Al surrealismo le bastaba esta premisa: la realidad alberga un valor oculto que es necesario desvelar.

¿Y qué pinta en todo esto Pierre de Réverdy? Pues Réverdy es uno de los apóstoles del surrealismo, aunque su apellido haya quedado un poco oscurecido por su discreta vida monacal y por el derroche grandilocuente de sus principales popes. No hace falta rebuscar mucho en sus poesías para encontrar versos que fundan el surrealismo:

Si hubiese por lo menos sin que se la pudiera

Alcanzar una bella pradera hacia donde ir.

O:

Hacia la ciudad milagrosa donde mi corazón palpita.

O:

Todo lo bueno llega solo de arriba.

Y:

Liberar el espíritu de esta monotonía.

Luis Cernuda, en una definición que se ha convertido casi en canónica, se refirió a Pierre de Réverdy como el «más puro de los poetas franceses» del siglo XX. La fe depositada por Réverdy en la poesía «como reina del vacío» no está muy alejada de la espiritualidad anónima en la que se sumió los 35 últimos años de su vida. Confieso que no soy un entusiasmado ni del surrealismo ni de Réverdy, pero leer algún poema suyo -como este Desmesura para salir de la monotonía y matar la curiosidad más allá de los nombres clásicos de siempre, es un estupendo deporte.

NOTA: Traducido del francés por Alfredo Silva Estrada.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.





‘Mi yugular es hija de la nieve’, de Salah Stétié (1929)

Mi yugular es hija de la nieve

que al latir me golpea el cuello

la espera de la nieve es pura espera

pura en el umbral de la nieve y sus hijas alzadas

el lugar de sus vientres que ha invadido la nieve

mientras la palma de mis manos acaricia el oscuro trigo

y el lagarto de la muerte en mi cuello.

Me he sentado, con los pies

brillando por el fuego de las uñas

a nuestro alrededor la palabra es morada

el aire es necesario para alumbrar el cuarto

y si hablo tan sólo hablo con imagen a la dormida

la que arderá en el pensamiento

y volverá después a la casa de toda lágrima.

Enigma es la faz nacida del niño

como una ortiga que la luna también está quemando

en una niebla de rasguños, el corazón: este

corazón

de cara a los fusiles que se desnudarán

para volver a la sustancia de árbol

por el enigma dulce de la luna

paloma airada bruscamente débil

desplegando sus alas de espejismo

y sus remeras como alusión

a la ilusión del corazón.

Traigo aquí este poema de Salah Stétié porque no lo entiendo. Ya esta bien, después de bastantes meses. En realidad, todo en Fiebre y curación del icono, desde el título al prólogo de Ives Bonnefoy (aquí, en este mismo blog, un poema suyo), me resulta complicado y opaco. Los símbolos me sobrepasan. El significado de las metáforas se me escurre. La pretendida unidad me resulta inescrutable. No estoy poniéndome en la piel del crítico que rebaja la calidad de lo que no alcanza a comprender para disimular sus propios defectos: es que no comprendo. Y enfermo cuando algo se me escapa.

Salah Stétié es un poeta libanés que escribe en francés, como el gran Amin Maaluf, del que nunca dejaré de admirar -y espero que alguno de vosotros tampoco- sus Cruzadas vistas por los árabes. Las raíces de Stétié, doblemente orientales y occidentales, le han hecho muy codiciado entre los que se entretienen en dilucidar donde acaba Hölderlin y empieza la poesía persa. «Su obra», escribe Bonnefoy, «no describe un lugar, no escribe una vida, al menos de manera explicable, no evoca acontecimientos».

Brevemente, pero ya os he puesto en situación. Ahora tan sólo tenéis que hacer el sano esfuerzo de leer el poema con atención y, quizá luego, trasmitir con palabras aquello que yo fui incapaz.

NOTA: Traducido del francés por Evelio Miñano.

Seleccionado y ¿comentado? por Nacho Segurado



‘Callarse’, de Paul Valéry (1871-1945)

He aquí un título excelente…

Un excelente Todo…

Mejor que una “obra”…

Y, sin embargo, una obra, porque

si enumeras cada uno de los casos

en que la forma y el movimiento

de una palabra, como una onda,

se elevan, se dibujan,

a partir de una sensación,

de una sorpresa, de un recuerdo,

de una presencia o de un vacío…

de un bien, de un mal –de un Nada y de un Todo,

y observas y buscas

y sientes y mides

el obstáculo que hay que oponer a esta fuerza,

el peso del peso que hay que poner sobre la lengua

y el esfuerzo del freno de tu voluntad,

conocerás cordura y poder

y callarte será más bello

que el ejército de ratones y los arroyos de perlas

de que pródiga es la boca de los hombres.

En unos de sus jugosos razonamientos especulativos, a los que tan dado era, Paul Valéry recuerda una anécdota que el pintor Edgar Degas le refería a menudo. Resulta que Degas, además de pintar, también escribía poesía. Lo primero le salía muy bien y muy fácil. Lo segundo, aceptablemente bien pero con muchísimos esfuerzos. Así la cosa, un día le dijo a Mallarmé: «Su oficio es infernal. No consigo hacer lo que quiero y sin embargo estoy lleno de ideas». A lo que Mallarmé al parecer le respondió: «No es con las ideas, mi querido Degas, con lo que se hacen los versos. Es con las palabras».

Esta anécdota no es caprichosa y funda una filosofía (del lenguaje). La poesía para Valéry era un universo autónomo, con sus propias reglas y condiciones. Hablar de la poesía como se habla de la prosa es arruinar la poesía. Mientras el lenguaje corriente, la prosa periodística por ejemplo, tiene como único destino «ser comprendida», tras lo cual perece, el lenguaje poético jamás se agota, el poema no muere por haber vivido: «Está hecho expresamente para renacer de sus cenizas y ser de nuevo indefinidamente lo que acaba de ser».

Perdonad si he abusado un poquito de la teoría. Leer los poemas de Valéry –poemas abandonados, nunca terminados– es un acto doblemente conmovedor cuando se intuye algo más de su ascetismo poético. Valéry tiene una obra mínima y cuidada, reelaborada ad infinitum con materiales clásicos, simbólicos y parnasianos y una extrema sensibilidad musical que aísla el poema de cualquier contaminación externa.

El autor de Cementerio marino (que es una pena, por razones de espacio es imposible traer aquí) no creía en la inspiración ni en la figura del médium-poeta. En sus reflexiones a menudo recurría a esta trabajada imagen: «En unos minutos recibirá el lector el choque de hallazgos, comparaciones, vislumbres de expresión acumulados durante meses de investigación, de espera, de paciencia y de impaciencia».

Que cada uno, claro está, lo disfrute como quiera. Eso sí, que no trate de explicarse su disfrute.

NOTA: Traducido del francés por Carlos R. de Dampierre

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘El cigarro’, de Stéphane Mallarmé (1842 – 1898)

Toda el alma resumida

cuando lenta la consumo

entre cada rueda de humo

en otra rueda abolida.

El cigarro dice luego

por poco que arda a conciencia:

la ceniza es decadencia

del claro beso de fuego.

Tal el coro de leyendas

hasta tu labio aletea.

Si has de empezar suelta en prendas

lo vil por real que sea.

Lo muy preciso tritura

tu vaga literatura.

ORIGINAL EN FRANCÉS

Toute l’âme résumée

Quand lente nous l’expirons

Dans plusieurs ronds de fumée

Abolis en autres ronds

Atteste quelque cigare

Brûlant savamment pour peu

Que la cendre se sépare

De son clair baiser de feu

Ainsi le chœur des romances

À la lèvre vole-t-il

Exclus-en si tu commences

Le réel parce que vil

Le sens trop précis rature

Ta vague littérature.

Paul Valéry llego a decir de Mallarmé, a quien por otro lado tanto debe, que para leerlo había que aprender a leer de nuevo. Una afirmación que suena como una advertencia. En la misma línea, la citadísima frase de Mallarmé, tan cierta en él como falsa en otros, de que los poemas se escriben con palabras y no con ideas, es la piedra angular de su refinamiento, su exquisitez formal, su angustiosa serenidad y su brevedad olímpica.

Personalmente, más que leer sus poemas tratando de hacer arqueología (perdonadme foucaultianos), buscando los orígenes de lo que luego fueron las vanguardias o identificando las cimas del simbolismo, prefiero hacerlo sin más ambición que el puro placer estético, procurando que no me trastorne lo oculto y que no me desespere el fulgor de lo insoportablemente brillante.

NOTA: La versión castellana del poema seleccionado corresponde a Alfonso Reyes. Ni que decir tiene que traducir a Mallarmé es una tarea complicada. Muchos, entre ellos Octavio Paz, lo hicieron con tino y respetando más o menos la rima original. A mí esta de Reyes me parece especialmente acertada.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.




‘Hic est locus patriae’, de Yves Bonnefoy (1923)

Los árboles llenaban el lugar de tu sangre;

el cielo se rasgaba, demasiado cercano

para ti; otros ejércitos vinieron, oh Casandra,

y nada pudo ya resistir a su abrazo.

Aquel que regresaba se apoyó sonriendo

en la copa de mármol que adornaba el umbral.

Cae la luz en el sitio que llaman La Arboleda.

Era luz de palabra, fue noche de huracán.

ORIGINAL EN FRANCÉS

Le ciel trop bas pour toi se déchirait, les arbres

Envahissaient l´espace de ton sang.

Ainsi d´autres armées sont venues, ô Cassandre,

Et rien n´a pu survivre à leer embrassement.

Un vase décorait le senil. Contre son marbre

Celui qui revenait sourit en s´appuyant.

Ainsi le jour baissait sut le lieudit Aux Arbres.

C´était jour de parole et ce fut nuit de vent.

Por un lado, la crítica artística, la cota de malla teórica que envuelve el arte. Por otro, la poesía pura, esencial, destinada a dar cuenta con agonía de “la imperfecta ebriedad de vivir”. Sobre estos dos polos, en apariencia opuestos, bascula la obra de Ives Bonnefoy.

La raíz de la poesía de este crítico, historiador del arte y poeta francés es “aclarar el lugar de los muertos”. Algo así como una meditación, con vocación de ser compartida, sobre la existencia singular.

No es de extrañar, una vez en estas profundidades, que su obra esté influenciada por el psicoanálisis y el surrealismo. Su aproximación a la vida tanto como al arte es la de un humanista que trata de entablar diálogo con un tiempo que todavía es suyo (poesía) y otro que ya no lo será jamás (historia).

NOTA: Traducción a cargo de Enrique Moreno Castillo.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.




‘Paria’, de Tristan Corbière (1845 – 1875)

¡Que se las arreglen con las repúblicas,

hombres libres! -Picota al cuello-

¡Que pueblen sus nidos domésticos..!

-Yo soy el frágil cuclillo.

-Yo- corazón eunuco, desprovisto

de todo éxtasis y vibración…

¿Qué me canta su libertad,

a mí? Siempre solo. Siempre libre.

-Mi patria… está en el mundo;

y, puesto que el planeta es redondo,

No temo ver el fin…

Mi patria está donde yo la planto…

Tierra o mar, ella está bajo mi planta

de mis pues –cuando estoy de pie.

-Cuando estoy acostado: mi patria

es el lecho sólo y moribundo

sobre el que quiero forzar en mis brazos

mi otra mitad, como yo sin alma;

y mi otra mitad: es una mujer…

Una mujer que no poseo.

-Mi ideal: es un sueño

hueco; mi horizonte –lo imprevisto-

y la nostalgia me roe…

De un país que yo no he visto.

Mi bandera sobre mí ondea,

tiene al cielo por corona:

es la brisa en mi cabellos…

Y sin importar la lengua;

puedo sufrir una arenga;

y callarme si así quiero.

Mi pensamiento es aliento yermo:

es el aire. Por doquier el aire es mío.

Y mi palabra es el eco vacío

que nada dice –y nada más.

Mi pasado: es lo que olvido.

Lo único que me ata

es mi mano en mi otra mano.

Mi recuerdo –Nada- es mi huella.

Mi presente, es todo lo que pasa.

Mi futuro –mañana… mañana.

No conozco a mi semejante;

yo soy lo que me hago.

-El yo humano es detestable…

-Ni me amo ni me odio.

-¡Venga! La vida es una joven

que por placer me ha cogido…

El mío, es: reducir a harapos,

y prostituirla sin deseo.

-¿Los dioses?… –Por casualidad nací;

tal vez algunos existan –por azar…

Ellos, si desean conocerme,

me hallarán en cualquier parte.

Donde yo muera: mi patria

se abrirá bien, sin suplicarlo,

suficiente para mi mortaja…

¿Y para qué una mortaja…?

Ya que mi patria está en la tierra

mis huesos allí se irán solos…

Tristan Corbière murió de tuberculosis («ríes amarillo y toses: sin duda / escupiendo un viejo amor malsano») y en el más absoluto anonimato antes de cumplir los 30. Diez años después, por obra y gracia de Verlaine, era ya un poeta maldito.

De su vida se sabe bien poco, y quizá no haga falta más que estos tres adjetivos que le dedica el autor de Poemas saturnianos – «bretón, marino y perfecto desdeñoso«- para formarse una idea.

De su obra, provocativa e ingeniosa, desmitificadora y sarcástica, se han editado varias antologías. Sus poemas, de los que el publicado hoy es un buen ejemplo, son una mezcla de caricatura de sí mismo y desdén hacia el mundo exterior. Como dice en una estrofa de Epitafio, otro de sus composiciones más típicamente self-deprecation:

Se mató por ardor o murió por pereza.

Si vivió, fue por olvido; he aquí lo que dejó.

Su única queja fue el no ser su amante.

No nació para ninguna meta,

siempre fue empujado por el viento –en contra-,

y fue las sombras de un ragut,

mezcla adúltera de todo.

NOTA: De la traducción de Clara Janés y J. M. Martín Triana para la editorial Visor.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Las máscaras del vacío’, de Henri Michaux (1899 – 1984)

A menudo, en la retracción de mí mismo,

se me aparecen las máscaras del vacío.

Las máscaras que adquiere el vacío no son plenas. No le resulta necesario.

Unos rasgos ínfimos procuran enmascararlo; y lo logran. Seguramente allí está, casi podríamos olvidarlo…

Habitualmente esas máscaras vienen de dos a dos

y se imprimen, sutiles aunque duras, en el disco terminado del universo.

Podríamos creer que son gestos, álgebra de gestos detenidos en un

cataclismo pompeyano. Pero no hay huella alguna de cataclismo.

Al contrario, una extraña movilidad,

y por todas partes dentro del mismo Espectro del poder,

la espantosa succión del vacío.

También están los desiertos matinales, tapados de animales muertos…

Henri Michaux no soportó verse como un artista demediado y huyó del foco que proyectan los medios de comunicación de masas con la obstinación propia de un Salinger o un Pynchon, los dos perfectos desconocidos más populares de la literatura contemporánea. Sí, Michaux no soportaría la mirada ajena, pero cultivó largamente la introspección a base de grandes dosis de creatividad e imaginación (con la apreciable ayuda de las drogas).

El resultado: una obra compleja, fantástica y originalísima tanto en poesía como en pintura, a pesar de que él mismo estableciera una sutil, aunque definitiva (en su caso), diferencia: “Ambas [su poesía y su pintura] tratan de expresar una música. Pero la poesía también trata de expresar una verdad no lógica; una verdad diferente de la que se lee en los libros. La pintura es distinta; no tiene nada que ver con la verdad”.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.