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‘La casada infiel’ de Federico García Lorca

Es uno de los poemas más conocidos del Romancero gitano, y por ende, uno de los más populares de Federico García Lorca (Fuente Vaqueros (Granada), 5 de junio de 1898 – entre Víznar y Alfacar, 18 de agosto de 1936).

Es uno de esos poemas a los que la popularidad les ha dado una pátina de manido, pero también es un gran poema, con una bonita historia. Basta desempolvarlo un poco y leerlo despacito para recuperar las sensaciones de la primera lectura y sumergirse en su atmósfera sensual a la ribera del río.

Como curiosidad, el Romancero gitano se publicó en 1928, y se trata de un recopilatorio de poemas dedicados a la idealización de la raza gitana y sus costumbres, poemas que en su mayoría ya habían sido publicados en solitario con anterioridad.

Este poema en concreto está dedicado a Lydia Cabrera, una escritora cubana a la que Federico conoció en Madrid, y que dedicó su literatura a las tradiciones y creencias cubano-africanas. La casada infiel fue el poema que más impactó a la escritora, y por eso Lorca se lo dedicó. Aquí se lo dejo.

LA CASADA INFIEL

Y que yo me la llevé al río

creyendo que era mozuela,

pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago

y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles

y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas

toqué sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua

me sonaba en el oído,

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas

los árboles han crecido,

y un horizonte de perros

ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,

los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quité la corbata.

Ella se quitó el vestido.

Yo el cinturón con revólver.

Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas

tienen el cutis tan fino,

ni los cristales con luna

relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban

como peces sorprendidos,

la mitad llenos de lumbre,

la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,

montado en potra de nácar

sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,

las cosas que ella me dijo.

La luz del entendimiento

me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena

yo me la llevé del río.

Con el aire se batían

las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.

Como un gitano legítimo.

Le regalé un costurero

grande de raso pajizo,

y no quise enamorarme

porque teniendo marido

me dijo que era mozuela

cuando la llevaba al río.

Seleccionado y comentado por Israel Álvarez.