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‘Escena callejera’, de Charles Simic (1938)

Un muchachito ciego

con un letrero de papel

prendido en su pecho.

Demasiado pequeño para estar fuera

mendigando solo,

pero allí estaba.

Este extraño siglo

con sus matanzas de inocentes,

su vuelo a la luna,

y ahora él aguardándome

en una ciudad extraña,

en una calle donde me perdí.

Al oírme aproximar,

se sacó un juguete de goma

de la boca

como para decir algo,

pero no lo hizo.

Era una cabeza, la cabeza de un muñeco,

muy mordisqueado,

la levantó para que la viera.

Los dos sonrieron con una mueca.

Simic. Vida pobre de exiliado de una Europa en ruinas. Ese «atroz acento eslavo» (AMM, que le admira y se ha tomado cafés con él, asegura que aún se percibe en los gerundios). El jazz y las revistas americanas devorados durante la infancia errante («jugábamos a la guerra durante la guerra, Margaret»).

Y luego allí, ya en los USA definitivos, donde años después alcanzaría el Pulitzer y etc, habitaciones mal ventiladas («temeroso de mi pequeño cuarto sin ventanas / frío como una tumba de un emperador niño»); comercios de barrio modestos e inverosímiles, como aquella tienda «llena de Budas somnolientos»; la gloria.

Y el humor:

Queridos filósofos: me pongo triste cuando pienso.

¿A vosotros os pasa lo mismo?

Justo cuando estoy a punto de hincar los dientes en el noúmeno,

alguna novia antigua me viene a distraer.

“¡Ni siquiera está viva!” grito a los cielos.

NOTA: Traducido por Oscar E. Aguilera F.

NOTA 2: El poema seleccionado portenece a uno de sus libros más reconocidos, Hotel insomnia, de 1992. En este enlace podéis leer una antología traducida de su obra.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Una suerte de canción’, de Williams Carlos Williams (1883 – 1963)

Que la serpiente aceche bajo

su matorral;

y la escritura,

que sea de palabras, parsimoniosas y agitadas, súbitas

al atacar, serenas en la espera,

desveladas.

Reconciliar por la metáfora

a las personas con las piedras.

Componer. (No hay ideas

más que en las cosas) ¡Inventar!

La saxífraga es mi flor, la que parte

las rocas.

ORIGINAL EN INGLÉS

Let the snake wait under

his weed

and the writing

be of words, slow and quick, sharp

to strike, quiet to wait,

sleepless.

Through metaphor to reconcile

the people and the stones.

Compose. (No ideas

but in things) Invent!

Saxifrage is my flower that splits

the rocks.

Mi intención para hoy era haberos traído un poema de Whittaker Chambers. Buscando referencias literarias sobre él -las políticas me la sé al dedillo- acabé en Louis Zukofsky y los objetivistas. Pensé entonces en escribir un poquito sobre ellos, su estilo, motivaciones e influencia posterior. Pero en el camino topé con un viejo (aunque no muy leído) conocido, y con él me quedé.

Acabaré antes si digo que Williams Carlos Williams fue en gran medida lo opuesto a Ezra Pound (al que le unía una gran amistad) y a T. S. Eliot (al que despreciaba). Por no tener en común, los tres poetas estadounidenses más importantes de la primera mitad del siglo XX no tienen ni el horizonte literario. Los dos últimos abrazaron la cultura europea casi con el mismo desprecio con el que rechazaron la estadounidense. El cambio en primero, con una formación tan elevada con la de los otros, optó por convertirse en un poeta al margen de la academia (era médico de profesión) y del discurso intelectual dominante (decidió ser, también culturalmente, norteamericano; algo así como un vanguardista del terruño).

El resultado de aquel experimento a contracorriente fue un tardío reconocimiento del poeta (su último libro, Pinturas de Brueguel, de donde procede el poema de hoy, recibió el Pulitzer póstumamente) y una poesía que eludió cualquier contaminación, por mínima que fuera, del intelectualismo imperante, las modas abstractas o simbólicas. Una poesía directa, brevísima, sólo en apariencia sencilla, neutra en el sentido moral y con una capacidad brutal para describir la materia. Un afán que resume estos versos: «Nunca me canso del misterio de estas calles». De la realidad, vamos.

NOTA: El poema seleccionado fue traducido en su día por Carmen Martín Gaite y se encuentra en una antología al parecer muy difícil de encontrar ya. Otros escritores en español que tradujeron su obra han sido Octavio Paz y Ernesto Cardenal.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘A John Berryman’, de Robert Lowell (1917 – 1977)

En los últimos años sólo nos veíamos

cuando andabas de un lado para otro

y leías como embriagado

tu Dream demoledor-

audible, sonoro…

en otro mundo entonces como ahora.

yo quería seguir viviendo

para evitarme tu elegía.

Pero en realidad nuestra vida fue la misma,

la habitual

que nuestra generación ofrecía

(Les Maudits- el agasajo

que cada generación de americanos

se hace al llegarle el turno):

primero alumnos, luego profesores,

nuestra galaxia de grands maîtres,

en los cincuenta, becas de estudio

en París, Roma y Florencia,

excombatientes de la Guerra Fría, no de la Guerra-

lo mejor que la vida puede dar…

soñando más tarde en el whisky de las seis,

esperando el fuego con hielo,

hasta el tacto del vaso frío,

como el que aguarda a una muchacha…

si tú hubieras esperado.

Quisimos obsesionarnos escribiendo

y lo hicimos.

¿Te levantas tan aturdido como yo,

y encuentras las gafas olvidadas dentro de un zapato?

Algo me oprime el corazón con fuerza-

allí, aquí todavía, los buenos tiempos

en que nos sentábamos junto a un lago frío en Maine,

hablando del Cuento de Invierno,

los celos de Leontes

en la sintaxis quebrada de Shakespeare.

Tú fuiste el primero el triunfar.

Precisamente el otro día,

di con la diferencia que existe entre nosotros- el humor…

incluso en esta última Dream Song,

riéndote de la escapada sigilosa

de tu hogar y tus clases-

para saltar desde el puente.

Las muchachas no moverán la escarcha de tu tumba.

Para mi asombro, John,

te rezo a ti, no por ti,

pienso en ti, no en mí,

sonrío y me duermo.

Robert Lowell es difícil, pero no inaccesible; profundamente autorreferencial, pero no hermético; trascendente, pero no sublime. Lowell distinguió una vez entre dos tipos de poesía, la «cocida» y la «cruda». La primera agota su existencia en los seminarios de crítica textual y de literatura comparada; la segunda no se puede digerir con notas a pie de página sino que está escrita para el «escándalo». Salvo en opinión de sus detractores, la del propio Lowell coquetea conscientemente con ambas.

Lowell, perteneciente a una generación de niños mimados de la cultura estadounidense, parece que comprendió la necesidad de llegar al público como lo hacían los escritores Beat. No cayó claro, en su ingenuidad y amateurismo, pero con los años (y las crisis) se hizo cada vez más escueto, clarividente y ácidamente confesional. Por otro lado, nunca abandonó del todo el elitismo que su noble apellido, pese a todo, le había conferido. Fanáticamente religioso en su juventud -se convirtió, incluso, al catolicismo-, desencantado y pacifista en la madurez, prisionero de sus tormentos, su pasado y su arte al final.

Alguno dirá que él que lo tuvo todo –lujo, Europa, Harvard, amores-, pero que por aburrimiento jugó al malditismo y se le fue la mano. En el poema que he escogido, dedicado a su amigo el escritor suicida John Berryman, Lowell aborda todo aquello con nostalgia pero sin misericordia, con apego lúcido y crudo. Un juicio retrospectivo a lo Gil de Biedma. Poco después de este poema, publicado en Day by Day, su último libro, Lowell falleció repentinamente en el asiento del taxi que lo trasladaba del aeropuerto Kennedy a su casa.

NOTA: Traducción de José Agustín Goytisolo.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado



‘Cuatro’, de E. E. Cummings (1894 – 1962)

como el sentimiento es lo primero

quien presta atención

a la sintaxis de las cosas

nunca te besará completamente;

ser un completo estúpido

mientras la Primavera está en el mundo

mi sangre consciente,

y los besos son un destino mejor

que la sabiduría

señora lo juro por todas las flores. No llores

-el mejor gesto de mi cerebro es menos que

el aleteo de tus párpados que dice

que estamos hechos el uno para el otro: así pues

ríe, recostándote en mis brazos

porque la vida no es un párrafo

Y creo que la muerte no es un paréntesis

A mí su poesía me parece más lírica que insolente, más seria que imaginativa, más clásica que vanguardista. Es verdad que E. E. Cummings fue insolente, imaginativo y vanguardista, pero también que han pasado las décadas y que lo que entonces parecía una osadía hoy es compañía habitual y hasta repetitiva (misterios del presentismo).

La poesía de Cummings abarca desde sonetos impecables (o más o menos impecables) a estrofas verticales llenas de paréntesis y comas imposibles. Un abanico formal muy amplio -mejor dicho, incatalogable- que tiene la naturaleza, la guerra y el amor como preocupaciones de cabecera.

Cuatro es un poema de amor no demasiado exuberante (para lo que es él) y una atinada clave para comprender su poética: la subordinación de la sintaxis, otros dirían su desprecio, a la emoción y el desconcierto. El otro poema, el publicado a continuación, es un ejemplo extremo de su experimentación y búsqueda del sentido a través de lo mínimo.

s (una

ho

ja

ca

e)

ole

d

dad

NOTA: Traducido del inglés por José Casas

Seleccionados y comentados por Nacho Segurado