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‘Contraelegía’, de José Emilio Pacheco (1939)

Mi único tema es lo que ya no está

Y mi obsesión se llama lo perdido

Mi punzante estribillo es nunca más

Y sin embargo amo este cambio perpetuo

este variar segundo tras segundo

porque sin él lo que llamamos vida

sería de piedra.

José Emilio Pacheco, mexicano, 71 años, recibe hoy el Premio Cervantes. Callen los artículos; hable el poeta.

Es la segunda vez.

Nacho S. (@nemosegu)



‘Aquelarre’, de Emilio Carrere (1881 – 1947)

Hay unos seres increíbles

que vagan en la noche honda;

cuerpos indefinibles,

carátulas horribles

que en torno nuestro andan de ronda.

Son los elementales

artificiales,

hijos de las malas pasiones,

pensamientos impuros

y deseos oscuros

que nos envuelven en turbiones.

Todo lo que pensamos

adquiere forma en el astral,

el traslúcido mundo adonde vamos

tras las larvas del mal.

Los que atizan ansiosos

los carbones del fuego

sexual; los que disponen, tenebrosos,

la ley fatal de las mesas de juego.

Los que acechan a las mujeres

adúlteras y tejen la asechanza

y vierten sangre de venganza

en el lecho de los placeres.

Los que inspiran en el nocturno

de sábado la idea sanguinaria

al dipsómano taciturno

que asesina a la golfa solitaria.

Musa de los asesinatos

sin causa y de las turbias tentaciones;

seres como esfumados garabatos

y rostros hechos con chafarrinones,

que alienta en el seno

febril de la angustiante pesadilla

con su faz amarilla,

el ojo turbio y continente obsceno.

Los trasgos del dinero,

Ministriles del Diablo,

que es el siniestro titiritero

que maneja los hilos del moderno retablo.

Sombra de sombras lo que se aburuja

y su capuz refleja en un espejo,

espíritu de bruja

que hace un escobón su caballejo,

y todas las cosas feas

y las turbias ideas

emanaciones de Satán.

Cuando en el solitario

campanario

las doce dan:

¡din, don! ¡din, dan!

Cruzan de ronda

y al aquelarre van.

En su clásico Historia de la muerte en occidente, el historiador de las mentalidades Philippe Ariès, después de repasar cómo ha variado la preocupación por lo fúnebre desde la Edad Media al siglo XX pasando por el Romanticismo, concluye con una máxima de La Rochefoucauld: «El hombre no puede mirar directamente al sol ni a la muerte». Bien. Cierto. Aunque escritores sí los ha habido que cultivaron con deleite el «conmovedor culto a los muertos». Una poesía macabra y cementérica, con algo de morbosa ingenuidad (hoy totalmente perdida, por supuesto) y con un fondo de sano humor patético.

Así es la obra del cícliclamente olvidado Emilio Carrere (quizá alguien recuerde la genial La torre de los Siete Jorobados), poeta, novelista, bohemio de vocación y no por necesidad, como aseguraba Julio Camba que lo fueron casi todos en la España de principios del XX, y de quien hoy publicamos este Aquelarre incluido en la Antología de la poesía macabra española y americana editada por Valdemar.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Larga noche de piedra’, de Celso Emilio Ferreiro (1912-1979)

El techo es de piedra.

De piedra son los muros

y las tinieblas.

De piedra el suelo

y las rejas.

Las puertas,

las cadenas,

el aire,

las ventanas,

las miradas,

son de piedra.

Los corazones de los hombres

que a lo lejos acechan,

hechos están

también

de piedra.

Y yo, muriendo

en esta larga noche

de piedra.

LONGA NOITE DE PEDRA

O teito é de pedra.

De pedra son os muros

i as tebras.

De pedra o chan

i as reixas.

As portas,

as cadeas,

o aire,

as fenestras,

as olladas,

son de pedra.

Os corazós dos homes

que ao lonxe espreitan,

feitos están

tamén

de pedra.

I eu, morrendo

nesta longa noite

de pedra.

Celso Emilio Ferreiro, como Gabriel Aresti o Salvador Espriu, es la clase de poeta que aparece en los manuales de lengua y literatura española bajo el epígrafe de ‘Otras literaturas’; a saber: la gallega, catalana y vasca. Un reduccionismo injusto, pues la obra poética de Ferreiro, sobre todo su Longa noite de pedra, recoge las mismas inquietudes sociales, políticas y culturales de sus contemporáneos en lengua castellana.

(NOTA: La jovial y prometedora filóloga Patricia Álvarez estudio en el instituto Celso Emilio Ferreiro de Vigo. Gracias a ella y a un vagón de metro de Madrid que reproducía su obra, conocí a este poeta.)

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.