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‘Los dolores del dormir’, de Samuel Taylor Coleridge (1772 – 1834)

¡Antes de que sobre el lecho descanse los miembros,

no ha sido mi costumbre rezar

con los labios emocionados o rodillas dobladas;

sino calladamente, paso a paso,

mi espíritu yo al amor sosiego,

con confianza humilde mis párpados cierro,

con resignación reverencia,

sin concebir deseo, ni expresar pensamiento!

Sólo un sentido de súplica.

Un sentido sobre toda el alma impreso

que soy débil, sin embargo no maldito,

ya que en mí, a mi alrededor, por todas partes

están la fortaleza y la sabiduría eternas.

Pero ayer por la noche recé en voz alta

con angustia y con agonía,

desde la multitud demoníaca

de formas y pensamientos que me torturaban:

¡rojiza luz, atropellante tropel,

Sentimiento de mal intolerable,

Y a quienes despreció, sólo esos fuertes!

¡Sed de venganza, la voluntad impotente

aún confundida y, sin embargo, ardiendo aún!

Deseo con aversión extrañamente mezclado,

establecido sobre salvajes u odiosos objetos.

‘Fantásticas pasiones! ¡Reyerta enloquecedora!

¡Y vergüenza y terror sobre todo!

acciones para ser escondidas no estaban escondidas,

que todo confundido no sabía yo si las había sufrido o infligido:

pues todo parecía culpa, remordimiento o pena,

las mías propias o las de otros eran el mismo

temor que ahoga la vida, vergüenza que ahoga el alma.

Así pasaron dos noches: el desmayo de la noche

entristecía y aturdía el día que llegaba.

Dormir, la vasta bendición, me parecía

la peor calamidad de la destemplanza.

La tercera noche, cuando mi propio grito fuerte

me despertó del sueño diabólico,

dominado por sufrimientos extraños y salvajes,

lloré como si hubiera sido un niño;

y habiendo así vencido por las lágrimas

mi angustia, hacia un ánimo más templado,

tales castigos, dije, eran debidos

a las naturalezas más profundamente manchadas por el pecado:

pues siempre agita de nuevo

el infierno insondable dentro

el horror de sus acciones a la vista,

para conocerlas y aborrecerlas; sin embargo, ¡desearlas y

hacerlas!

Tales dolores con tales hombres bien se acuerdan,

pero, ¿por qué, por qué caen sobre mí?

Ser amado es todo lo que necesito,

y a quien amo, en verdad amo.

ORIGINAL INGLÉS

Ere on my bed my limbs I lay,

It hath not been my use to pray

With moving lips or bended knees ;

But silently, by slow degrees,

My spirit I to Love compose,

In humble trust mine eye-lids close,

With reverential resignation,

No wish conceived, no thought exprest,

Only a sense of supplication ;

A sense o’er all my soul imprest

That I am weak, yet not unblest,

Since in me, round me, every where

Eternal Strength and Wisdom are.

But yester-night I prayed aloud

In anguish and in agony,

Up-starting from the fiendish crowd

Of shapes and thoughts that tortured me :

A lurid light, a trampling throng,

Sense of intolerable wrong,

And whom I scorned, those only strong !

Thirst of revenge, the powerless will

Still baffled, and yet burning still !

Desire with loathing strangely mixed

On wild or hateful objects fixed.

Fantastic passions ! maddening brawl !

And shame and terror over all !

Deeds to be hid which were not hid,

Which all confused I could not know

Whether I suffered, or I did :

For all seemed guilt, remorse or woe,

My own or others still the same

Life-stifling fear, soul-stifling shame.

So two nights passed : the night’s dismay

Saddened and stunned the coming day.

Sleep, the wide blessing, seemed to me

Distemper’s worst calamity.

The third night, when my own loud scream

Had waked me from the fiendish dream,

O’ercome with sufferings strange and wild,

I wept as I had been a child ;

And having thus by tears subdued

My anguish to a milder mood,

Such punishments, I said, were due

To natures deepliest stained with sin,–

For aye entempesting anew

The unfathomable hell within,

The horror of their deeds to view,

To know and loathe, yet wish and do !

Such griefs with such men well agree,

But wherefore, wherefore fall on me ?

To be beloved is all I need,

And whom I love, I love indeed.

Sus poemas han sido calificados por el canónico Harold Bloom de “testamentos de la derrota”. Adicto al láudano, atormentado en el amor y con amistades de montaña rusa (como la del también romántico Wordsworth), S. T. Coleridge presenta muchas cartas para que su obra, tanto poética como filosófica (abandonó la primera abruptamente para dedicarse a la segunda, ya olvidada), sea interpretada bajo la metafórica luz del genio caído.

Dejamos al margen sus dos composiciones más reconocidas, La balada del viejo marinero y Kubla Khan, para que quienes estén interesados en profundizar en los grandes temas diabólicos de Coleridge. Para evitar una prematura indigestión, publicamos como aperitivo Los dolores del dormir, una meditación de insomne acuciado por terrores abstractos y oscuros que engordan en medio de la debilidad, estado natural del ser humano.

NOTA: Traducción de J. María Martín Triana

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.