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‘Sextina del trotamundos’, de Rudyard Kipling (1865 – 1936)

En general, los he probado todos,

Los caminos felices de este mundo.

En general, los he encontrado buenos

Para los que no pueden, como yo,

Usar la misma cama mucho tiempo

Y van de un lado a otro hasta que mueren.

Qué más da dónde o cómo uno se muera,

Mientras haya salud para mirarlo todo,

Las diferentes cosas, el modo en que las hacen,

Los hombres y mujeres que se aman en el mundo…

En fin, aprovechando el tiempo,

Poniendo buena cara, si no es bueno.

Al contado o a crédito… A las cosas lo bueno

Es cogerles el gusto. Si no, te morirías,

A no ser que tu vida dure muy poco tiempo

Y no hagas predicciones ni te inquietes, y todo

Te dé igual, mientras haya qué comer en el mundo,

Sin pensar en las cosas que has dejado de hacer.

¿Y qué cosas me quedan por hacer?

He probado bastantes, y me han salido bien,

En diversos empleos alrededor del mundo;

Porque el que no trabaja ha de morir,

Aunque eso no es razón para estar toda

La vida sin cambiar de oficio: hay poco tiempo.

Y bien, en ningún sitio he estado mucho tiempo;

Ningún sueldo bastaba para hacer

Que me quedara cuando me fastidiaba todo

Y había que largarse por las buenas,

Y ver cómo las luces del puerto iban muriendo

Y acompañar al viento alrededor del mundo.

Es como un libro, pienso, este maldito mundo,

Que lees y te preocupa cierto tiempo,

Hasta que sientes que te morirás

Si no acabas la página presente

Y pasas a la próxima, puede que no tan buena;

Pero te empeñas en pasarlas todas.

Bendito sea el mundo, da igual lo que nos haga;

Todo está bien, excepto si dura mucho tiempo.

A mi muerte, escribid: «Le gustó todo».

De acuerdo. La poesía política de Kipling – virreyes desencantados que gobernaron colonias espléndidas, soldados heroicos afligidos tras su paso a la reserva- no es la poesía política de Brecht. La segunda puede que ya no sirva al Pueblo, pero la primera es seguro que aún chirría en las conciencias pacifistas. Es lo que tiene Kipling, que hay que excusarse. Kipling el incómodo, el más furibundo defensor de una ideología política tan caduca como denostada.

Pero, tras las disculpas, la magia. Algunos de sus poemas como La guerra santa, Las runas de la espada de Weland o El himno de McAndrew son tan precisos, profundos, premonitorios y magnéticos que acaba -si es que alguna vez lo hizo- por importarte un bledo de qué maldito pie cojeó su autor.

Un poquito más. Este fragmento bellísimo de su Canción del banjo, creo que genialmente traducido –juzgarlo vosotros– por José Manuel Benítez Ariza.

… Y aquellas melodías que quería decir

Tantas cosas que sólo tú entendías;

Melodías corrientes

Que te hacía sonarte la nariz

O reír, por no llorar… Con ellas puedo

Partirte el corazón

Con juergas, alegría y diversiones.

Y también con mentiras, con bebida y lujuria

En la alegre comedia que termina dejándote

Pensamientos que queman como hierros al rojo.

NOTA: El primer poema también fue traducido por José Manuel Benítez Ariza para la editorial Renacimiento.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)