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‘Locusta’, de Renée Vivien (1877- 1909)

Nadie enjugó sus lágrimas al calor de mi aliento
ni empañó con sollozos la embriaguez de mi lecho:
preservo a mis amantes del agraz del amor.
Destierro de su frente la quemazón del día
y ahuyento de sus párpados cerrados la alborada.
Sus ojos no verán marchitarse las rosas.
Sólo yo abro la puerta a noches sin mañana.
Conozco estrofas de oro de sáficas cadencias
y arrobo con miradas turbias y acordes lánguidos
a quienes a la sombra de mis manos se aduermen.
Destilo lentos cantos, turbadoras caricias
y murmuro palabras prohibidas en lo oscuro.
Templo la luz del sol, los aromas y ruidos.
Yo soy la compasiva y solícita Amante.
Conozco los secretos de divinos venenos
suavemente insinuantes, dulces como traiciones,
voluptuosos como un engaño elocuente.
Y cuando, en la honda noche, un estertor se alarga
y enlaza con la coda sublime de una pieza,
deshojo una corona y sonrío a la Muerte,
que, sumisa como una esclava enamorada,
mansamente me sigue, impenetrable y grave.
Yo sé cómo mezclarla con esencias de flores
y escanciarla en las copas de oro de las Bacantes.
Desvanezco el recuerdo importuno del sol
en los ojos cansados de temen despertar
bajo la cruel mirada de una pérfida amante.
Ofrezco entre las palmas de mis manos el sueño…
sólo yo abro la puerta a las noches sin mañana.

Renée Vivien yace en el panteón reservado para la estirpe de las avasalladas. Si la conocía, @mariasalgadog seguro que me da la razón; si no, lo hará tras leer este poema -zumo concentrado de sus desgarros- y conocer un poquito de su vida de heterodoxa y maldita, por decirlo como Javier Memba (quien, por cierto, nunca llegó a dedicarle uno de sus excelentes capítulos a esta crepuscular víctima decimonónica).

El recuerdo de Renée Vivien está fijado por dos solemnidades, una académica y otra de espíritu de época. La primera corresponde a los seminarios de estudios feministas: la poetisa fue un icono de la disidencia homosexual en unos tiempos malos para casi todo salvo, curiosamente, para la lírica. La segunda enlaza con nuestro tiempo, tan proclive a la exaltación difusa -y obscenamente comercial- del malditismo.

La almibarada, extenuante y cortísima vida de Vivien tiene de sobra ingredientes, como escribe Joaquín Negrón en el fantástico prólogo a su obra poética, para cocinar un estereotipo del arte decadente, sublime y simbolista de finales del XIX… y aún quedarían sobras para elaborar un postre que entusiasmara a los wildeanos más golosos.

Amantes por doquiera (como odios); las sombras siempre presentes del laudano y el alcohol; la herencia literaria de todos de los que merecía la pena heredar algo (de Safo a Baudelaire) y apología del erotismo fúnebre, funesto y final. Una última estrofa, para que os hagáis mejor idea:

Ella recuerda besos que las otras olvidan,
Sabe bien que el deseo hermano es del dolor,
La que siempre contempla con ojos melancólicos
En las noches de orgía la agonía de las flores.

TRADUCCIÓN: Joaquín Negrón

IMAGEN: www.centrelgbtparis.org

Nacho S. (@nemosegu)