Estamos en 1934. Gobierna en España el radical Alejandro Lerroux, apoyado por la CEDA de Gil Robles, un partido de derechas clerical. Estalla la “Revolución de Octubre” que es reprimida a sangre y fuego por el gobierno central, especialmente en Asturias y su cuenca minera.
“Fue necesario que llegara el año de la sangrienta represión de Asturias para que todos, todos los poetas, sintiéramos como un imperioso deber adaptar nuestra obra, nuestras vidas, al movimiento liberador de España”, escribía años después el poeta Emilio Prados. Alberti “adaptó” su poesía con ejemplos como este, tomando prestado un verso de Lope de Vega (¡Oh qué bien que baila Gil!) para atacar al político meapilas, al que acusaba como artífice de la represión.
Gil no baila a la asturiana,
que baila a la vaticana
con sotana y con fusil.
¡Oh qué bien que baila Gil!
¡Qué jaleo!
¡Cuánto bonete y manteo
y cuánto guardia civil!
Ya se comba, ya se estira,
Ya se tapa y se destapa.
Aunque parezca mentira
No baila Gil, baila el Papa.
Gil es quien lleva el candil.
¡Oh qué bien que baila Gil!
¡Qué negrura
bailando en la Nunciatura,
ya de frente o de perfil!
Repica el tacón sangriento
del Padre Santo de Roma,
bailando en el mismo idioma
que Gil bailó en el convento
con el juez y el alguacil.
¡Oh qué bien que baila Gil!
¡Oh qué bien,
el Oremus y el Amén!
¡De qué modo tan servil!
¡Qué son el de tus tacones
llenos de clavos mortales
sellando en los hospitales
la muerte de las prisiones!
Todo con aire monjil.
¡Oh qué bien que baila Gil!
¡Qué figura
pisando en la sepultura
la sangre de cinco mil!
Para lavarle las manos,
dos ángeles vaticanos
le dan un aguamanil.
¡Oh qué bien que baila Gil!
Seleccionado y comentado por Manuel Saco