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‘En las cabinas telefónicas’, de Pere Gimferrer (1945)

En las cabinas telefónicas

hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.

Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias

que con el escote ensangrentado se refugian allí para mo-

rir.

Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol

alucinante,

calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de

los coches patrulla en el amanecer.

Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine

-y a esta hora está muerta en el Déposito aquélla cuyo

cuerpo era un ramo de orquídeas.

Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esqui-

nas por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,

Mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.

Una última claridad, la más delgada y nítida,

parece deslizarse de los locales cerrados:

esta luz que detiene a los transeúntes

y les habla suavemente de su infancia.

Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas

notas conocimos una noche a Ava Gadner,

muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos

una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y te-

nía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz

muy baja-se llamaba Nelly.

Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche

plateada de anuncios luminosos.

La noche tiene cálidas avenidas azules.

Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.

En el oscuro cielo combatían astros

cuando murió de amor,

y era como si oliera muy despacio

un perfume.

En las cabinas telefónicas fue una de las aportaciones poéticas de Pere Gimferrer a la archiconocida (y archidebatida) antología de los Nueve novísimos poetas españoles, publicada en 1970 por el crítico José María Castellets y que supuso una plataforma de lanzamiento para jóvenes escritores como Félix de Azúa, Guillermo Carnero,Vicente Molina Foix o el mismo Gimferrer.

La obra poética de Gimferrer, una de las más fecundas y premiadas de la poesía contemporánea española, ha transitado por el castellano y el catalán. En 1998, Vázquez Montalbán (también presente en la antología de Castellets) le dedicó una sentida columna en la que hablaba así del ahora académico de la lengua: «Es algo más que un poeta. Es el guardián del patrimonio de las palabras, así en la Academia como en el lugar secreto donde la palabra urde un nuevo orden del mundo, la poesía como Teología del Verbo».

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Exili’, de Pere Gimferrer

Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) es un poeta, prosista, crítico y traductor -según la Wikipedia– que ha escrito diversas obras tanto en catalán como en castellano. Miembro de la Real Academia de la Lengua Española, y muy conocido por su particular apariencia, ha sido reconocido con infinidad de premios literarios a lo largo de su carrera.

Pero una anecdótica intervención en 2002 del entonces presidente del Gobierno José María Aznar, le convirtió en protagonista inesperado de la actualidad política.

En su afán por demostrar su proximidad a Catalunya, el dirigente del PP decidió leer los versos finales de su poema Exili, publicado dentro de su libro El vendaval (1988). Ni que decir tiene que, visto el resultado, no fue una elección muy afortunada porque se trata de una especie de trabalenguas que -incluso para un catalanohablante- se hace difícil de pronunciar.

El poema en cuestión, que plantea la dificultad de describir con palabras (‘mots’) algunas realidades de nuestro mundo, es éste:

Clavats a la paret, el signe Rossinyol,

el signe Cadarnera, noms d’un batec, d’un crit,

o l’Estornell, el passatger dels boscos,

una claror d’imatges en un moment verbal:

la llum en simulacre, el so del mot fet mot. Hem dit la tarda groga

o la caputxa de l’hivern, la conca

de plom del riu que esmola el glaç del cel,

la desafecció del mot i el món visible:

diem mots, però no diem el món. Impur, el vespre ens crida

amb un penell de llum al cel estrangulat de vermelleses,

la cacera dels signes i dels mots falconers.

I ni tan sols de signes vivim: del so dels signes, no la vida del mot, sinó la pell del so. L’entelament del món a l’obaga dels mots.

Lo que traducido podría ser algo así:

Clavados en la pared, el signo Ruiseñor,

el signo Jilguero, nombres de un latido, de un grito,

o el Estornino, el pasajero de los bosques,

una claridad de imágenes en un momento verbal:

la luz en simulacro, el sonido de la palabra hecha palabra. Hemos dicho la tarde amarilla

o la caperuza del invierno, la cuenca

de plomo del río que afila el hielo del cielo,

la desafección de la palabra y del mundo visible:

digamos palabras, pero no decimos el mundo. Impuro, el anochecer nos llama

con una veleta de luz al cielo estrangulado de rogeces,

la caza de los signos y de las palabras halconeras.

Y ni siquiera de signos vivimos: del sonido de los signos, no la vida de la palabra, sino la piel del sonido. El empañamiento del mundo a la sombra de las palabras.

Poema seleccionado y comentado por Joan F. Domene.