A veces, este cuerpo cabizbajo, tendente
A la melancolía, a miedos sin sentido,
Crece y madura
En unidades mínimas de gozo.
Esta pasión por lo inmediato,
Por lo que sólo abarca un golpe de mirada,
Se adueña de mis ojos, de mis dedos,
Dicta una travesía plena de intimidades,
De objetos entrevistos en el paisaje cotidiano
Sin saberlos apenas.
Lo que pequeño es hermoso. Cálido.
Abriga y baña
Con su ternura, con sus huecos
Al fin acostumbrados a la línea
Que tus dedos dibujan, a tu piel ya cansada
Por dudas e intemperies, por oficios
Insanos, por batallas perdidas hace tiempo,
O ganadas tan sólo en el íntimo llano donde ronda
La moral convicción que a ti te sirve.
A ti tan sólo.
Hacer memoria con la poesía (¿o será hacer poesía con la memoria?) tiene evidentes ventajas -el tono elegíaco viene solo, la reflexión moral está asegurada- y peligrosos inconvenientes, la excesiva introspección y la acrítica idealización del pasado.
La obra de Manuel Rico, al menos el par de libros suyos que he leído, está conscientemente edificada sobre «el impreciso páramo de la memoria». Una frontera dudosa que ayuda a dar forma a versos altamente ferroviarios, es decir, con capacidad de desplazarse en línea recta hacia atrás y hacia delante de un presente más eficaz que seguro.
Manuel Rico ha dicho que la poesía tiene que tener una dimensión crítica pero no panfletaria, revelar verdades ocultas aunque sin resultar ella misma impenetrable. De nada valdría, creo yo, imaginar una poética sin practicarla. Hay quienes lo hacen, pero no es el caso -afortunadamente- de Rico.
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Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)