Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente…,
y la noche de Madrid,
y los rincones impuros,
y los vicios más oscuros
de estos bisnietos del Cid:
de tanta canallería
harto estar un poco debo;
ya estoy malo, y ya no bebo
lo que han dicho que bebía.Porque ya
una cosa es la poesía
y otra cosa lo que está
grabado en el alma mía…Grabado, lugar común.
Alma, palabra gastada.
Mía… No sabemos nada.
Todo es conforme y según.
Tuve durante varios años un profesor de literatura al que para verle cómica pero profundamente cabreado no hacía falta más que mentarle un nombre: Manuel (Machado).
Aquella anti educación sentimental, se quiera o no, siempre marca, y desde entonces y hasta muy tarde, solo tuve en cuenta a Antonio (por otro lado, nada extraño, así ha sido, es y será siempre en todos los colegios laicos, religiosos, públicos o privados). No pretendo ir de puro purísimo ni de defensor de agraviados, pues. Si me dan a elegir, me quedo con el pequeño (en edad).
Quien haya leído suficiente poesía sabrá que Manuel fue un grandísimo poeta, que para nada es uno menor. Por decirlo con el filosofo Gregorio Luri -en su blog ha sido donde volví a leer este descarado poema-, sucede tan solo que ha estado «secretamente olvidado«.
Respecto a Yo, poeta decadente, me pregunta T., con un poco de mala leche, de qué se arrepentía en él el bueno de Manuel. El poema, como recordaba Laín Entrago en un unamuniano artículo (de esos que ya no se publican), fue escrito en 1909. Nada que ver.
IMAGEN: http://a-kael.blogspot.com
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