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‘Profesora’, de Leticia Bergé (1991)

La profesora llega al colegio
¡Ay, la profesora de pelo rizado,
rubio, como un haz de paja!
¡Profesora de literatura! ¡profesora de las grandes lenguas!
Pensar que esta mujer
Haya alzado un verso de Dante
A la tarde muerta y sola.
Su fuera un poco más suave
Y nos trajera un buen poema
En vez de hacernos repetir la vida de Lope.
¡Ay, la profesora rubia,
y el rizo que cae de su coleta
de falsa Emily Dickinson!
¡Cómo le gusta suspender a los soñadores
que en su clase escriben poemas!

La precocidad es mediática. En el deporte y en su sucedáneo, la política. En literatura también, sobre todo si puede adornarse con algún tipo de tragedia o escisión. Para no alterar el ritmo de las cosas, no deberían existir adolescentes irónicos ni desasosegantes; seres cuya madurez deja en ridículo los esfuerzos de los adultos por explicarla.

Pero existen. Y triunfan. Los poetas consagrados los alaban. Los suplementos literarios los exhiben como especímenes de una feria de bestias. En algunos -lo más- el fulgor se apaga con la edad legal; en otros -los menos, Leticia Bergé entre ellos- la literatura acaba triunfando por encima de tópicos y adjetivos.

Profesora merecería un sobresaliente por sarcástico y refinado, por anticonvencional y elegante. Un poema así vale por mil exámenes de Selectividad sobria y convencionalmente contestados. Dame tu llave (AMG, 2006), el libro al que pertenece, recoge los poemas escritos por Leticia Bergé hasta que cumplió los 15 años. Poemas enigmáticos como Canción del escalador y otros inusitadamente clásicos, como los fechados en Roma. Este Pocos es una joya de humor y distanciamiento:

De mi currículum
Mortis destacaría
Una sonrisa que pocos han visto

Nacho S. (@nemosegu)