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Regalar poesía: teoría y práctica

A tus exangües pechos, Madre Melancolía,
ha de vivir pegado, con secreta amargura,
porque absorbí los éteres de la amarga filosofía
y todos los venenos de la literatura.
En –fatigada de sed alma mía-
sueña con una Arcadia de sombra y de verdura,
y con ello el don sencillo de un odre de agua fría
y un racimo de dátiles y un pan sin lavadura.
Todo el dolor antiguo y todo el dolor nuevo
mezclado sutilmente en mi espíritu llevo
Con el extracto de una fatal sabiduría.
Conozco ya las almas, las cosas y los seres,
he recorrido mucho las playas y los Citeres…
¡Soy tu hijo predilecto, Madre Melancolía!

Gracias a que al final, como decía mi abuelo, todo se sabe, puedo hoy dar las gracias a @jmmartin20 por sus regalos (y la manera que elegiste para regalármelos) y a @elbecario y a @juancmarti por la inesperada y divertida juaristiada.

Los (dos) regalos son una maravilla y, obviamente, no los merezco. Pero, además y por suerte, uno de ellos puedo compartirlo con vosotros. Se trata de la antología Nuestra poesía en el tiempo (Siruela, 2009) que editó, seleccionó y prologó el poeta Antonio Colinas.

No he cambiado de opinión sobre las antologías: son una magnífica forma de crear adeptos para la causa -el sabio y didáctico prólogo de Colinas me reafirma en ello- y al mismo tiempo una bomba de relojería de lo sublime. La perfección condensada y prolongada durante casi 600 páginas puede llegar a saturar, como satura el roscón de nata por exquisito que pueda llegar a saber.

El caso es que entre la noche de ayer y la mañana de hoy he devorado casi todo el libro. Me gustó el reencuentro con poetas y poemas a los que había abandonado a un becqueriano ángulo oscuro: Enrique Gil y Carrasco y José Martí. Me sorprendió topar con autores que rara vez suelen ser incluidos en las antologías: Efraín Huerta y Juan Eduardo Cirlot. Me encantó poder decirme que había apellidos y poemas que nunca había escuchado ni leído.

Uno de estos nuevos conocidos, que espero me acompañen durante mucho tiempo, es el hondureño Juan Ramón Molina, un precursor del modernismo latinoamericano, de corta vida, pero cuyo estilo impregnó al de contemporáneos suyos, entre ellos al más grande de todos, Rubén Darío. Espero que os guste este Madre Melancolía.

PD: Ah, y que, como dice el título del post, pongáis en práctica la teoría -que no es tan rocambolesca- de regalar en la práctica poesía.

IMAGEN: http://mimo-poesiayprosa.blogspot.com

Un poema de Antonio Colinas en el blog: Las últimas cenas

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