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‘En camino’, de Georg Trakl (1887 – 1914)

Llevaron al extraño hacia la cámara de los muertos al anochecer;

Aroma de alquitrán; el callado susurro de los plátanos rojos;

El negro vuelo de los grajos; se relevó la guardia en la plaza.

Entre lienzos oscuros se hundió el sol; una vez y otra vez

Vuelve esta tarde ya pasada.

Toca la hermana en la habitación contigua una pieza de Schubert.

Quedamente se hunde su sonrisa en el pozo arruinado

Que, azul, murmura en el crepúsculo. Qué viaja nuestra estirpe.

Alguien, abajo, susurra en el jardín; alguien que abandonó

Este cielo sombrío.

Aroman las manzanas sobre la cómoda. Y la abuela enciende

Las doradas velas.

Qué otoño más suave. Bajo los altos árboles quedos resuenan nuestros pasos

Por el viejo parque. Qué serio el otros del jacinto atardecer.

El manantial azul está a tus pies, misterioso el silencio rojizo de tu boca

Que oscurece el sueño ligero del follaje, el oro apagado de unos ruinosos girasoles.

Cargados de adormidera están tus párpados y sueñan silenciosos en mi frente.

Suaves campanas tiemblan en el pecho. Una nube azul,

Tu rostro, va cayendo sobre mí, en el crepúsculo.

Suena con la guitarra una canción en un lejano bar,

Los saúcos salvajes, un día de noviembre transcurrido hace mucho,

Pasos habituales en el desván en penumbra, el aspecto de las vigas ennegrecidas,

Una ventana abierta, sobre la que un dulce esperar quedó atrás…

Tan inefable es todo esto, Dios, que es posible caer con estremecimiento de rodillas.

Qué oscura es esta noche. Una purpúrea llama

Se ha apagado en mi boca. En el silencio

Muere el sonido solitario de la lira de un alma ansiosa.

Deja que la cabeza, ebria de vino, se hunda en el arroyo.

Nada más alejado de mi intención que idealizar lo irracional o hacer pedagogía de la locura. Si hoy me he decidido por Georg Trakl es por una buena razón: estoy leyendo la admirable Mil años de poesía europea, del sabio Francisco Rico, y entre los muchos habituales de este tipo de obras, me he topado con un aperitivo inaudito, la poesía de Trakl, que no sé si he entendido bien pero que parece anticipar el descenso a las simas de la antimodernidad tan frecuente en el pasado siglo.

Los poemas de Trakl que he leído, unos nueve, poseen la desasosegante belleza de lo tenebroso, su poquito de hermetismo lúgubre, de sensibilidad neorromántica, de decadencia transgresora y de milenarismo finisecular. Con ingredientes así a nadie debería extrañar su conducta antisocial, de «solitario e iluminado«, escribe Rico, que desembocó en un suicidio temprano tras años de excesos (alcohol y drogas) y crisis nerviosas agravadas por los desastres vividos como médico-farmacéutico en la Gran Guerra, conflicto del que no alcanzó a sufrir más que su primer año.

Por lo mismo, tampoco debería resultar insólito que su legado fuera reivindicado por el mismísimo lugarteniente de la nada, Martin Heidegger. El filósofo, escribió el poeta Jorge Teillier en 1962, lo encumbró hasta el parnaso con su habitual jerga iniciática designándole «Poeta del Occidente aún oculto» y nombrándole sucesor de Hölderlin.

En camino no es seguramente el poema más agradable para leer en Nochebuena. Aunque a modo de disculpa, me atrevo a asegurar que la melancolía infantil -superficialmente recubierta de barniz religioso- inherente a esta fiesta no esté muy alejada de la melancolía que exhiben los poemas de Georg Trakl. ¿No?

NOTA: Traducido del alemán por Jenaro Talens y Ernst-Edmund Keil.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado