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‘Canción callejera’, Cesare Pavese (1908 – 1950)

¿Vergüenza de qué? Cuando uno ha cumplido

condena,

si lo dejan salir, es porque es como todos

y en las calles hay gente que estuvo en presidio.

De la mañana a la noche callejeamos por las

avenidas

y nos da lo mismo que llueva o luzca el sol.

Es un placer encontrar a la gente que habla en las

avenidas

y hablar solos, abordando muchachas a achuchones.

Es un placer silbar en los portales esperando

muchachas

y abrazarlas por la calle y llevarlas al cine

y fumar a escondidas, recostados en rodillas

hermosas.

Es un placer hablar con ellas, palpando y riendo,

y de noche en la cama, sintiendo lanzarse al cuello

dos brazos que quieren tendernos, pensar en la

mañana

en que dejaremos de nuevo la cárcel al frescor del

sol.

Callejear borrachos de la mañana a la noche

y mirar, riendo, transeúntes que pasan

y que disfrutan todos -incluso los feos- al sentirse en

la calle.

Cantar borrachos de la mañana a la noche

y encontrar borrachos y trabar conversación

que dure largo tiempo y nos provoque sed.

A estos individuos que van hablando para sus

adentros

por la noche los queremos con nosotros, encerrados

en lo más recóndito de la tasca,

y acompañarles con nuestra guitarra

que brinca borracha y no está ya encerrada,

pues abre de par en par las puertas, resonando en el

aire

ya lluevan fuera estrellas o agua. No importa si a esa

hora

ya no tienen las avenidas hermosas muchachas

paseando:

encontraremos al borracho que ríe solo

porque también esta noche salió él de la cárcel

y con él, alborotando y cantando, veremos amanecer.

La poesía: un ex preso, por ejemplo él. Una ciudad habitada por borrachos y mujeres, por ejemplo Turín. Un sentimiento de soledad física, palpable, por ejemplo el suyo.

Cesare Pavese era un hombre de una inseguridad total. «Y acordarse sobre todo que hacer poesías es como hacer el amor: nunca se sabrá si el propio gozo es compartido», escribió en una acotación de 1937 de su diario personal, El oficio de Vivir, publicado tras su suicidio, y del que Italo Calvino dijo que era «un testimonio del antiguo lado trágico de la vida humana del cual nadie escapa».

Su poesía, sus traducciones, sus novelas, pero sobre todo ese dietario amargo, terriblemente lúcido sobre la condición humana, son feliz objeto de relectura permanente.

NOTA: Poesía traducida del italiano por Carles José y Solsora.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.