Entre una guerra y otra,
O al final de las guerras,
Suponiendo que alguna vez terminen,
Existe lo que antaño se llamaba
Los cuarteles de invierno.
En la tregua del frío
Los soldados se daban a olvidar
Lo que era inolvidable;
Con sueños, aguardiente y fanfarronas
Quimeras se les iba
Agrio y moroso el tiempo de las manos.
Alguno cavilaba hasta escribir
El Discurso del método,
Y había quien con versos y novelas
Parlamentaba con su corazón
Entre irónicos, sabios y prudentes,
Fogueados y aturdidos del tumulto
Que seguían llevando en la memoria,
Daban la vuelta a todo lo vivido,
Sabiendo que faltaba todavía
La más dura campaña,
El sonreír sereno y con encanto
Esperando rendirse a discreción.
Tan sólo por haber sido el traductor de La Rochefoucauld, Joubert u Orwell me siento más cercano a Carlos Pujol que a los escritores que aparentemente dicen retratar mi generación. Esto, dicho así, pudiera parecer una forma como otra cualquiera de esnobismo, sólo que más démodé, pero no, realmente le debo a Pujol haber acertado sin saberlo con un puñado de mis autores insustituibles.
Por si no fuera suficiente, Carlos Pujol es un excepcional poeta. Uno de esos que te anticipan con naturalidad los estados de ánimo de la madurez; que te invitan a reflexionar sobre aquello que te queda aún muy lejos o cada vez más atrás sin exigirte a cambio un peaje desorbitado. Hay unos versos suyos, entre cientos, que no dudé un segundo en apropiármelos como divisa frente a la indiferencia hacia realidad: «De tanto verlo no se supo ver / hasta que no quedó nadie / para contarlo».
El poema de hoy lo he sacado de su libro, de una nostalgia exquisitamente certera, Cuarto del alba, editado en Granada en 2004 por la editorial Veleta.
IMAGEN: http://www.eduardoberti.com/
Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)