A todo me he entregado
como si fuera a durar.
Con cada persona
cada casa
cada ciudad
firmé un contrato
escrito sobre la piel.
Para decir adiós
he tenido que arrancarme
las cláusulas
a tiras.
Así ha sido
una y otra vez.
con cada persona
cada casa
cada ciudad.
La letra pequeña
se esconde ya
entre cicatrices.
En la travesía de la Primavera, junto al café Barbieri, hay un local recoleto con una puerta verde, una máquina de escribir amarilla, sillones de cuarto de estar, luz propicia y un cubano llamado Pipo, un tipo alto, desgarbado y jovial. Pipo dirige una asociación cultural homónima de Lavapiés que organiza conciertos de jazz, cursos de francés y recitales de poesía. Ayer, miércoles de un inusual noviembre, tocaba velada de poetas. Y allí estuve acompañado de dos amigos, Adrián y Erea, que se dejaron arrastrar mansamente por mí aunque no conocía el lugar y mis dos únicas pistas seguras eran un nombre y un oficio: Ana Pérez Cañamares, poetisa.
Conocí a Ana gracias a este blog donde tienen a bien darme libertad para que publique con desvergonzado pudor. A finales de octubre Ana dejó dos comentarios en el poema de Óscar Hahn. A los pocos días, y tras un par de mensajes cruzados, me proporcionó amablemente una tonelada y media de información sobre el cómo, el quién y el dónde de la poesía madrileña, realidad de la que desconocía -y sigo desconociéndolo- casi todo. Festivales. Lecturas. Antologías. Librerías. Un refugio cultural que, aunque amenazado por la endogamia (eso dice Ana), parece militar con rabia candorosa en la lucha contra la necesidad y sus leyes (eso lo digo yo).
Ana y dos compañeros poetas, Hasier Larretxea y Ada Menéndez, leyeron ayer un puñado de sus poemas, algunos inéditos, otros ya publicados. Doce personas escuchamos -en la mano botellines, cigarros o nada- sentados en un recogido círculo, y más en familia que muchas familias. Para reforzar la sensación de rito laico, cuando se apagaron los aplausos finales apareció Pipo con un cestito de mimbre. La voluntad para el artista, el cepillo poético. Que los versos, y me parece justo, también tienen derecho a su peso en vil metal.
(Ampliación: Me escribe Ana, amable como siempre, para decirme que es la primera vez que en un recital ve pasar el cepillo. Ella nunca ha cobrado por acudir a una lectura. El dinero de ayer se lo donó Ada en nombre de los tres poetas a la asociación Pipo. Mea culpa por transformar lo que fue una anécdota en una costumbre).
NOTA: La alambrada de mi boca (Editorial Baile del Sol, 2008) es el primer poemario que publica Ana Pérez. Ayer me lo regaló firmado -«como Umbral», bromeó- y hoy, con su permiso, he querido publicar dos de los poemas que más me han gustado. El primero se titula El contrato; el segundo no tiene título.
Hija, si en algún momento
mientras estás ocupada en crecer
-dura y licita tarea-
puedes mirarme a los ojos
hazlo.
No te dejes las preguntas
para cuando sea la misma voz
la que cuestione y la que responda.
Mira que en esta familia
tenemos la costumbre
de conocernos mejor muertos.
Seleccionados por Nacho Segurado.