Archivo de enero, 2011

Manuel Alegre y la ‘Letra para um hino’

É possível falar sem um nó na garganta
é possível amar sem que venham proibir
é possível correr sem que seja fugir.
Se tens vontade de cantar não tenhas medo: canta.

É possível andar sem olhar para o chão
é possível viver sem que seja de rastos.
Os teus olhos nasceram para olhar os astros
se te apetece dizer não grita comigo: não.

É possível viver de outro modo.
É possível transformares em arma a tua mão.
É possível o amor. É possível o pão.
É possível viver de pé.

Não te deixes murchar. Não deixes que te domem.
É possível viver sem fingir que se vive.
É possível ser homem.
É possível ser livre livre livre

Brecht escribió poesía política sin ser político. Van Rompuy escribe poesía lírica siendo político. Manuel Alegre ha escrito poesía para todos los gustos, incluida la revolucionaria, siendo poeta y político a partes iguales.

La actualidad deja escaso margen de movimiento a la poesía. Un premio por aquí, una muerte por allá y -en medio- un inmenso páramo informativo. Mi intención hoy, trayéndoos un poema de Manuel Alegre, es alterar modestamente este statu quo.

Manuel Alegre, lo recordarán quienes siguieran el desarrollo y desenlace de las pasadas elecciones portuguesas, es el histórico candidato socialista que trató infructuosamente de arrebatar la presidencia del país al conservador Anibal Cavaco Silva. Era su segunda oportunidad y casi seguro dado su edad, 75 años, que la última.

Alegre es ahora un socialdemócrata cuya trayectoria política ha corrido paralela a la restauración democrática del país tras la dictadura salazarista. Llegó a tiempo para vivir los estertores del imperio colonial portugués y sufrir la cárcel y el exilio político. Lo que se dice un padre de la patria.

Pero Alegre, además, es un gran poeta. Uno de los mejores en lengua portuguesa y también uno de los más leídos, recitados y memorizados por el público en general. Alegre es el poeta de la resistencia, de la retórica revolucionaria, de la actualización y humanización de los mitos históricos portugueses. Me extraña que, entre la generación de españoles que vivió el fin del franquismo, no sea más celebrado. Aunque quizá me estoy equivocando.

NOTA: Me he decidido por publicar este poema en el original antes que alguna traducción. Yo no sé portugués y lo he entendido, así que seguro que vosotros también. En este enlace podréis leer una antología de su poesía en castellano.

NOTA 2: Otros políticos poetas o poetas políticos en el blog: Alphonse Lamartine.

IMAGEN: manuelalegre.com

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Poesía sin biografía

Andan perdidos, como muertos en vida
Con las bocas abiertas, las mandíbulas dislocadas
Mirando al cielo, a ver si cae algo
Quizá lo mismo de ayer, y de anteayer
La mierda les sale hasta por las orejas

Dan vueltas alrededor de una higuera
A veces cae una breva, y entonces…
De cuando en cuando surge algún fulano predicando el ateísmo
Andando en dirección contraria, chocando con los demás
Molestando, al fin y al cabo
Y es que ellos son unos paganos muy religiosos
Lo más sagrado es la triada capitolina (dinero, dinero, dinero)

Lo cierto es que me aburría, y quise huir
Salí del circuito, salte la celosía
Y escale la montaña de cadáveres descompuestos
Unos militares me vieron desde sus atalayas
Pero no bajaron, solo rieron, rieron hasta que el aire se les acabo
Hasta que la sangre brotaba de sus gargantas,
Hasta su tez se volvió morada (como la de un anfibio extraño)
Fue entonces cuando entre toses los oí cagarse en mi puta madre

Quise ver mundo, y corrí,
Corrí sobre las dunas de arena intemporales
Sobre restos históricos de alacranes y culebras
Pasaron los días y solo vi arena
Arena y polvo, polvo y arena
Y en el momento que me estaba bebiendo mi orina, comprendí
Que estaba condenado a vivir con todos esos idiotas cadavéricos
A dar vueltas en su puñetero sentido
A llevar la boca abierta como un lagarto sediento
Y a adorar su miserable dinero

El mundo era aquella maldita higuera copernicana.

Lectores benévolos del blog me han llegado a comentar que prefieren los comentarios que con más o menos fortuna escribo -depende del tiempo, el autor y el espíritu- que los poemas que elijo. Cuando les pregunto el porqué dicen que a mí siempre -o casi siempre- me comprenden, pero que en cambio las poesías les resultan áridas, a veces inextricables. Acto seguido me confiesan, como si hubiera algo que confesar, que no suelen leer mucha.

Tan absurdo es creer que la poesía debe ser necesariamente oscura como inocente pensar que sin predisposición y entrenamiento se puede alcanzar la epifanía lírica. Digan lo que digan, la sensibilidad hay que alimentarla para que no se quede anémica. Y el movimiento se demuestra andando. Y etc.

Otra cosa es el didactismo. Yo lo considero una obligación, y por eso me entretengo mucho en explicar lo mejor posible un autor, una corriente literaria o un periodo histórico. Claro que se puede disfrutar de una poesía en ausencia de un contexto, la autonomía es una cualidad intrínseca del arte, pero las notas a pie -si sirven para ayudar a descifrar y no para entorpecer- siempre son bienvenidas.

Estos tres párrafos algo plúmbeos tienen su razón de ser. El autor y el poema de hoy pertenecían hasta hace un rato a la más absoluta intimidad. De José María Robles Martínez no puedo decir más de lo que él mismo me dijo en el puñado de correos electrónicos que nos intercambiamos antes de Navidad. Por lo que deduje es joven (o muy joven) y vive (o ha vivido) cerca del mar. De las poesías que amablemente me dio a leer y de las que os he traído -con su venia, por supuesto- esta Hoguera copernicana, me ha gustado la insolencia, la primera persona, que mancilla lo sagrado y, como diría el bueno de Orwell, el dare to stay alone.

PD. Suerte, Txema.

IMAGEN: N.S.

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Beckett. Dieppe.

Qué haría yo sin este mundo sin rostro sin preguntas
En el que estar no dura sino instantes en el que cada instante
Se vierte en el vacío olvidando haber sido
Sin esta onda en la que al fin
Cuerpo y sombra se sumergen juntos
Qué haría sin el silencio fosa de los murmullos
Jadeando furioso hacia el socorro y el amor
Sin este cielo que se eleva
Sobre el polvo de grava
Qué haría yo yo haría como ayer como hoy
Mirando por mi tragaluz si no estoy solo
Errando y dando vueltas lejos de toda vida
En un títere espacio
Sin voz entre las voces
Encerradas conmigo.

Como a Karl Kraus, que no se le ocurría nada que decir sobre Hitler, yo no sabría qué escribir sobre Samuel Beckett. No es -lo prometo- un fácil guiño beckettiano, sino una imposibilidad manifiesta. Las exégesis de su obra, hasta las más brillantes y profundas, son necesariamente un corolario amargo. Por los siglos de los siglos.

Yo me limito, como millones, a leerlo y no opinar. A dejarme deslumbrar por la genialidad y ceder gustoso a ser arrasado en nombre del vacío: “Fija estos garabatos de hermosura en la paleta / nunca se sabe si esto puede ser el final”.

Pero ya. Beckett no dejó nunca de expresarse poéticamente, no importa que fuera en novelas u obras de teatro. También escribió propiamente poemas. En ellos está todo él, reducido pero igual de complejo, desolador y sarcástico. Este que os traigo hoy, uno de los varios maravillosos que escribió en francés, es algo así como una coda a todas sus inquietudes del espíritu.

TRADUCCIÓN: Jenaro Talens

IMAGEN: Un boceto a lápiz de Samuel Beckett realizado por Avigdor Arikha (The Samuel Beckett Society)

–> Un poema de Jenaro Talens en el blog.

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Isidore Ducasse: el mal, el siglo y la redención

Los lamentos poéticos de este siglo no son más que sofismas.

***

Los juicios sobre la poesía tienen más valor que la poesía. Son la filosofía de la poesía. La poesía no podrá prescindir de la filosofía. La filosofía podrá prescindir de la poesía.

***

La duda ha existido siempre en minoría. En este siglo, está en mayoría. Respiramos por los poros la violación del deber. Esto se ha visto solamente una vez y no volverá a verse.

***

No acepto el mal. El hombre es perfecto. El alma no muere. El progreso existe. El bien es irreductible. Los anticristos, los ángeles acusadores, las penas eternas, las religiones son el producto de la duda.

***

Si sois desdichados, no hace falta decírselo al lector. Guardadlo para vosotros.

***

Es necesario esperar todo. No temer al tiempo ni a los hombres.

***

No dejaré memorias.

***

El canto I comienza con una advertencia: “Sólo algunos podrán saborear este fruto amargo sin peligro”. Ese fruto -diabólico- es el de una mente probablemente enferma, y no sólo de literatura. Después, cientos de páginas dedicadas al Mal, lo Perverso, lo Incorrecto… minucias crueles que se extienden a lo largo de “las desoladas ciénagas de páginas sombrías y llenas de veneno”. Isidore Ducasse, una vida de claroscuros que trajo locos a sus biógrafos durante décadas.

El así llamado Conde de Lautréamont, rehabilitado post mortem por los surrealistas como precedente intachable de la escritura automática, esa técnica que hoy nos hace sonreír por ingenua y muchas cosas más, fue ignorado en vida, corta vida, por toda la pléyade parisina.

No sé si os gustan, si os remueven de verdad de la silla sus perversidades adolescentes. En cualquier caso, no os he traído ningún fragmento de los Cantos de Maldodor, sino algunas pinceladas de sus Poesías. Este librito minúsculo, que todo indica que Ducasse escribió al mismo tiempo que los Cantos y que fue publicado en 1870, se puede leer como un compendio moralista de máximas salvadoras.

En ellas, el adolescente emite juicios rotundos sobre la poesía, el espíritu humano o la muerte. Pero, a diferencia de Maldodor, lo hace con una voluntad consciente de redención y al mismo tiempo de explicación de su obra: “Quiero que mi poesía pueda ser leída por un joven de 14 años”. Os traigo varios fragmentos, que he seleccionado porque me parecen proféticos, profundos y bellos. Porque cuando Ducasse dice que los juicios sobre la poesía tienen más valor que ésta, está anticipando el siglo venidero.

TRADUCCIÓN: Ángel Pariente

IMAGEN: Ducasse, niño y adolescente (www.lexpress.fr)

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Aleksandr Blok: la poesía de antes de Octubre

Os conté lo celestial.
Todo lo forjé en la oscuridad del aire.
En la barquilla, un hacha. En el suelo, los héroes.
Así arribaba a la tierra.

El banco de la barquilla está rojo de la sangre
De mi ensueño lacerado,
Pero en cada casa, en cada hogar,
Busco a la belleza valiente.

Veo: vuestras doncellas son ciegas,
Los jóvenes no tienen fuego en su mirada.
¡Atrás! ¡A las tinieblas! ¡A las criptas sordas!
¡Necesitáis de un látigo, no de un hacha!

¡Y pronto me separaré de vosotros,
Y me veréis, allá,
Tras de las montañas humeantes,
Volando en la nube de fuego!

Algunos pasajes de Relatos de Kolimá, el testimonio literario de las estancias de Varlam Shalámov en los infiernos del Extremo Norte, están aderezados con versos de Aleksandr Blok. Blok fue un poeta ruso, de la Rusia literaria de antes de (la revolución) de Octubre, que influyó inmensamente en las generaciones venideras, acmeístas incluidos.

Trotsky, que le dedicó un capítulo de su Literatura y revolución, que criticó su decadentismo, su simbolismo individualista, alejado del espíritu transformador de la época, también le alabó por haber sido capaz -llegado el momento, es decir, tomado ya el palacio de Invierno- de abrirse y descubrir una nueva voz.

Desconozco si la obra de Blok puede partirse en dos. Si Doce -el poema que Trotsky dice que sería el único en perdurar de toda su obra- representa un salto mortal con respecto a su producción poética anterior. Desconozco casi todo de él, la verdad, salvo lo que cualquiera con un átomo de curiosidad puede leer en Wikipedia: que nació en San Petersburgo en el seno de una familia burguesa… Ah, y que su musa y sin embargo esposa respondía al nombre de Lyubov Dmítriyevna.

La poesía de Blok, religiosa, mística, plagada de símbolos (hogueras, caballos, bosques, brumas) es también una poesía cuidadosamente desolada, profundamente rusa. El poema que he elegido, de 1905, da fe de todos los adjetivos anteriores (y de alguno más).

En el blog-> Un poema de Shalámov y otro de Mandelshtam

TRADUCCIÓN: Nina Bulgákova y Samuel Feijóo

IMAGEN: www.onthisdeity.com

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Regalar poesía: teoría y práctica

A tus exangües pechos, Madre Melancolía,
ha de vivir pegado, con secreta amargura,
porque absorbí los éteres de la amarga filosofía
y todos los venenos de la literatura.
En –fatigada de sed alma mía-
sueña con una Arcadia de sombra y de verdura,
y con ello el don sencillo de un odre de agua fría
y un racimo de dátiles y un pan sin lavadura.
Todo el dolor antiguo y todo el dolor nuevo
mezclado sutilmente en mi espíritu llevo
Con el extracto de una fatal sabiduría.
Conozco ya las almas, las cosas y los seres,
he recorrido mucho las playas y los Citeres…
¡Soy tu hijo predilecto, Madre Melancolía!

Gracias a que al final, como decía mi abuelo, todo se sabe, puedo hoy dar las gracias a @jmmartin20 por sus regalos (y la manera que elegiste para regalármelos) y a @elbecario y a @juancmarti por la inesperada y divertida juaristiada.

Los (dos) regalos son una maravilla y, obviamente, no los merezco. Pero, además y por suerte, uno de ellos puedo compartirlo con vosotros. Se trata de la antología Nuestra poesía en el tiempo (Siruela, 2009) que editó, seleccionó y prologó el poeta Antonio Colinas.

No he cambiado de opinión sobre las antologías: son una magnífica forma de crear adeptos para la causa -el sabio y didáctico prólogo de Colinas me reafirma en ello- y al mismo tiempo una bomba de relojería de lo sublime. La perfección condensada y prolongada durante casi 600 páginas puede llegar a saturar, como satura el roscón de nata por exquisito que pueda llegar a saber.

El caso es que entre la noche de ayer y la mañana de hoy he devorado casi todo el libro. Me gustó el reencuentro con poetas y poemas a los que había abandonado a un becqueriano ángulo oscuro: Enrique Gil y Carrasco y José Martí. Me sorprendió topar con autores que rara vez suelen ser incluidos en las antologías: Efraín Huerta y Juan Eduardo Cirlot. Me encantó poder decirme que había apellidos y poemas que nunca había escuchado ni leído.

Uno de estos nuevos conocidos, que espero me acompañen durante mucho tiempo, es el hondureño Juan Ramón Molina, un precursor del modernismo latinoamericano, de corta vida, pero cuyo estilo impregnó al de contemporáneos suyos, entre ellos al más grande de todos, Rubén Darío. Espero que os guste este Madre Melancolía.

PD: Ah, y que, como dice el título del post, pongáis en práctica la teoría -que no es tan rocambolesca- de regalar en la práctica poesía.

IMAGEN: http://mimo-poesiayprosa.blogspot.com

Un poema de Antonio Colinas en el blog: Las últimas cenas

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Lezama Lima fuera (ya) de foco

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.

Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir
.

Así justificaba Lezama su voluptuoso sedentarismo: “El viaje es apenas un movimiento de la imaginación. Goethe y Proust, esos hombres de inmensa inmensidad, no viajaron casi nunca”. Y, asimismo, todos aquellos que durante el 2010 le recordaron con motivo de su centenario fueron poblando en espíritu su habitación, cuartel de invierno caribeño (“donde el hielo es una reminiscencia”), de Trocadero.

La prueba de que no hace falta haber leído Paradiso para impregnarse de Lezama Lima está en CaÍn. Él confiesa -y yo con él- que no avanzó más de diez páginas en la novela, pero su obra -sobre todo La Habana para un infante difunto, que adoro- está conscientemente salpicada por la poesía de aquel cubano hermético y barroco, siempre en posesión de las llaves que abren la mansión de lo sublime.

“Definir es cenizar”, escribió Lezama. No sé si para prevenir a las universidades de hacer pedagogía de su obra o para cerrar el capítulo de las enemistades. Mi experiencia con su poesía, ese “discurso del fuego acariciado”, es contradictoria. Nada menos banal y accesorio que sus versos frondosos ni nada más increíblemente hinchado que tratar de imitarlos.

(Creo que aquella cubierta que Daniel Gil imaginó para una de sus antologías, y que hace unos meses os enseñé, resume mejor que cualquier palabra su poesía).

IMAGEN: Lezama en su hábitat (http://lasillaprestada.blogspot.com)

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