Archivo de noviembre, 2010

Un epitafio de Giorgio Bassani

Paso veloz como el viento a lo largo
de la orilla izquierda del Magra
donde el viento enmaraña
la cabellera de los sauces.
De mí y de ti
¿qué quedará en los ojos
de quién nos haya visto?
Una imagen así,
un flash y basta,
en suma nada.

Han llegado a comparar la sensación de flotante irrealidad que genera su prosa con el desasosiego metafísico de los cuadros De Chirico. En vida, le solían preguntar a menudo si todo eso que escribía sobre Ferrara (es decir, casi todo lo escribía) era prosa poética, a lo que él respondía, intelectual, que su prosa era una «prosa de ideas«.

Su compromiso era el de un escritor mediterráneo ante la decadencia. Un escritor que, como el protagonista de El jardín de los Finzi-Contini, rechaza por inútil cualquier ejercicio de conmemoración pero que no puede evitar componer elegía tras elegía de su mundo.

Sin tensión no hay poesía”, solía decir Giorgio Bassani, que desarrolló hasta el final de su vida, enfermo de Parkinson y de Alzheimer, el oficio de poeta (cuando ya para el de narrador no le quedaban fuerzas). A su último, creo, libro de poemas -escritos a la manera de epitafios latinos y así titulado- pertenece este triste y final Paso veloz como el viento.

IMAGEN: www.zam.it

TRADUCCIÓN: Manzano de Frutos, Carlos (Visor, 1985)

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El noviembre de Hermann Hesse

Del árbol de mi vida
Caen, una a una, las hojas.
Oh, atolondrado, abigarrado mundo,
¡cómo sacias!,
¡cómo sacias y cansas!,
¡cómo embriagas!
Lo que hoy aún arde
Se extinguirá muy pronto.
Pronto silbará el viento
Sobre mi angosta tumba.
Vendrá a inclinarse
La madre sobre el niño.
Ver otra vez sus ojos quiero,
Su mirada es mi estrella,
Ya puede todo lo demás borrarse,
Todo muere, todo quiere morir.
Sólo la madre eterna queda,
La que nos trajo.
Su dedo travieso escribe
En el aire huido nuestro nombre.

Mi memoria de lector estuvo siempre más cerca de Hans Giebenrath que de Siddhartha. Quiero creer que no -o no sólo- por una cuestión generacional: no comulgo con el misticismo y soy biológicamente incapaz de comprender en qué diantres consisten los arrebatos del visionario.

Ha sido por mis taras de lector poco más que adolescente de Hermann Hesse, a quien ya había catalogado con la injusticia apresurada de la juventud, que me sorprenden ahora de tal forma sus poesías, de corte sencillamente modernista y con toques de psicologismo. O, mejor dicho, ese poemario minúsculo titulado Estaciones, que el premio Nobel publicó allá por 1931 en una edición casi familiar.

El librito es un primor por las poesías que se abren con cada estación-mejor dicho, con cada mes del año- y por las sencillas y bellas acuarelas de los paisajes familiares al propio pasado de Hesse, más «diletante que pintor». En este que he seleccionado, el poeta se encuentra, atribulado, mudando la piel en pleno noviembre.

IMAGEN: http://nobelprize.org

TRADUCCIÓN: Daniel Najmías

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El modernismo olvidado: Salvador Rueda

Quietud, pereza, languidez, sosiego…
un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
que le ha dejado fascinado y ciego.

El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.

Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.

La contradicción irresoluble en Salvador Rueda, al decir de Guillermo Carnero, tiene que ver con la forma y el fondo. Una forma modernista sobre un fondo (sin faltar) cateto y banal.

Salvador Rueda fue un poeta menor, un “iniciador superado”, según los manuales de la época. Su poesía dio lugar a un buen puñado de artículos finiseculares sobre el nuevo arte. Pero ya en las primeras décadas del siglo XX se vio que su recorrido era menor del esperado.

Quizá, más que el desdén, lo que enterró definitivamente a Rueda fueron los cariñosos epítetos de sus contemporáneos consagrados. Juan Ramón Jiménez, cuya poesía primera es deudora de la de Rueda, tituló Colorista español un artículo sobre él. Y ahí, implícitamente, está el olvido.

Me topé con unos cuantos poemas suyos en una antología de poetas del 98 preparada por Miguel García-Posada. Rueda, efectivamente, está entre los olvidados de esta (antes llamada) generación: los Fortún y cía.

Imágenes tópicas (“costas que encierran mi niñez”) y referencias al amor sagrado/amor profano. Versos leves y frondosos. Frescos también. De todos, Hora de fuego resume mejor que ninguno su poesía del terruño sin dejarse vencer demasiado por el tópico.

Un poema de Guillermo Carnero en el blog (16 de agosto de 2009)

Un poema de Fernando Fortún en el blog
(5 de abril de 2010)

IMAGEN: www.poetasandaluces.com

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Los comentarios-poemas de Al Sur de Gomaranto

Yo soy un enamorado del soneto
con el que escribo algún que otro comentario,
de los que inserto cada día en este diario
aunque al hacerlo me tachen de cateto.

Cateto e iletrado en verdad lo soy
no tengo estudios ni carrera alguna,
sin musas, no me inspiro ni en la luna,
lo que me sale de dentro es lo que doy.

Benévolos lectores agradecen
comentarios que inserto cada día
sé bien que esos honores no merecen.

Son una insignificante aportación
que entre tantos buenos comentarios
por ser tan pueriles llamen la atención.

Me recuerda, aunque no sé por qué puesto que no le conozco, a un ingenioso compañero de facultad que una vez se atrevió a escribir uno de sus estupendos romances -algún día con su permiso os traeré alguno- como comentario de texto en un examen.

Al Sur de Gomaranto lleva años dejando -día sí y día no- un poema de su propia cosecha en el blog (en éste y en otros del periódico). Muchos, por no decir todos, son maravillosos. El que hoy me ha permitido amablemente enseñaros a lo grande, lo publicó en el post de Ramón Gaya hace un par de días.

Ya era hora que de secundario, como él modestamente se dice, pasara a protagonista. Por comentarios-poemas como éste (o como éste, genial, sobre un tema de Anacreonte) se lo merece.

Gracias, ASG.

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Ramón Gaya y sus silencios

No es consuelo, silencio, no es olvido
lo que busco en tus manos como plumas;
lo que quiero de ti no son las brumas,
sino las certidumbres: lo perdido

con toda su verdad, lo que escondido
hoy descansa en tu seno, las espumas
de mi propio sufrir, y hasta las sumas
de las vidas y muertes que he vivido.

No es tampoco el recuerdo lo que espero
de tus manos delgadas, sino el clima
donde pueda moverme entre mis penas.

No esperar, mas tampoco el desespero.
Hacer, sí, de mí mismo aquella sima
en que pueda habitar como sin venas.

Una inconsciente trama de afectos une a los últimos poetas posteados. Trapiello los llama la generación de los solitarios, los difíciles. Yo os los voy trayendo poco a poco a todos, con más azar que necesidad. Hoy, Ramón Gaya. Su poesía, sus pinturas, sus diarios.

De atrás hacia adelante: hay algo más profundo que lo puramente estético en sus descripciones de la ciudad (Venecia, por ejemplo). Es una voluntad de anotar los efectos de la realidad sobre sí mismo. Una realidad que a los grandes artistas de la superficie les exalta, anega y hunde.

Esas palabras se transforman en sus cuadros en pinceladas delicadas, livianas, luminosas. El talento de Ramón Gaya para retener los instantes apagados, donde apenas sucede nada, es brutal. Sus paisajes negros de Cuernavaca, sus bodegones austeros, las miradas introspectivas de sus cuadros figurativos…

… o el silencio pintado, como en esta calle blanca de Altea, tan sólo otra forma de resolver el enigma que plantea su poesía (sin ir más allá, el soneto que publico sobre el silencio). Gaya amó el arte de Velazquez y Tiziano y los hizo soneto. Amó, a su vez, su oficio fundamental, y le sobró talento de escritor para dedicarle justos adjetivos, como estos que envuelven la mano del pintor:

(…) ni sabia, ni brutal, ni pensativa,
ni artesana, ni loca, ni ambiciosa,
ni puede ser sutil ni artificiosa;
la mano del pintor -la decisiva-
ha de ser una mano que se abstiene
-no muda, ni neutral, ni acobardada-,
una mano, vacante, de testigo (…).

IMAGEN: 1929 – Calle de Altea, Acuarela sobre papel – 43×32. Museo Ramón Gaya

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José Bergamín: ‘Esperando la mano de nieve’ (nº 178)

No escuches el ruido mentiroso
De un mundo estrepitoso y palabrero.
Escucha en el silencio de tu alma
Tu corazón, que también es silencio.
Vienes de un mundo de mortal memoria
Y vas a otro de inmortal olvido.
Entre los dos no sabes en cuál vives
Ni quién eres tú mismo.

Anciano paradigmático. Católico con pinta de hereje En 1982, la Universidad Complutense homenajeó al octogenario José Bergamín. Un año después, fue la izquierda abertzale la que convirtió su entierro en Hondarribia en un auto de fe político. Sus últimos años de vida habían sido más extraños aún que su ya de por sí extraña vida: su misantropía final, ese cabreo terco dirigido hacia casi todo el mundo, no hace justicia -creo- al escritor ingenioso y disparatado que fue Bergamín.

Está, además, la tentación de definirle a través de sus aforismos, que cultivó desde primera hora. Aforismos con un poquito de mala leche, cristianismo heterodoxo, Nietzsche y Unamuno. “El escepticismo es provisional aunque dure toda la vida”. “Existir es pensar; y pensar es comprometerse”. “El aforismo no es breve: es inconmensurable”.

Hay muchos juegos (de metafísica) sobre la muerte en su poesía. Mucho Siglo de Oro también. Paradojas sobre el tiempo, el sueño y el yo. Afirmaciones contundentes sobre la verdad y el silencio. Es una poesía de madurez escrita en la ancianidad. Estrofas cortas, sintéticas, profundas a veces, un tanto repetitivas otras, obsesionadas -siempre- con los mismos temas: los temas únicos.

El tiempo que estás perdiendo
Lo pierdes porque estás vivo.
Vivir es perder el tiempo.
Los que no pierden el tiempo,
Y es porque ya lo han perdido
Para siempre, son los muertos.

IMAGEN: www.fundacionbancosantander.com

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Fonemorama para la muerte de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010)

Si canto soy un cantueso
Si leo soy un león
Si emano soy una mano
Si amo soy un amasijo
Si lucho soy un serrucho
Si como soy como soy
Si río soy un río de risa
Si duermo enfermo de dormir
Si fumo me fumo hasta el humo
Si hablo me escucha el diablo
Si miento invento una verdad
Si me hundo me Carlos Edmundo

Por infeliz casualidad, tenía pensado traeros hoy un poema de José Bergamín. Otro de esos poetas atípicos que dio el siglo XX español (y vasco, sí). Un escritor que, como Carlos Edmundo de Ory, cultivó el humor -y su ariete, el aforismo- de una forma insólitamente jugosa.

Carlos Edmundo de Ory murió el jueves. Hacía un año y dos días que aquí publicaba uno de sus muchos sonetos, acompañado de un simpático retrato de dandy provecto sin pretensiones y unas cuantas palabras sobre su peculiar universo poético (aunque aquella vez olvidé mencionar la etiqueta literaria por la que estos días más se le recuerda: el postismo).

Carlos Edmundo de Ory ha muerto, dicen algunos, olvidado por todos. Yo no lo creo. Es cierto que su apellido suena tan lejano como su exilio de décadas, pero CEO no ha muerto para la prensa: en su muerte le han cubierto con los adjetivos (iconoclasta, rebelde, ¡raro!, insurrecto) que vivo en la intimidad le arroparon solo. Porque esto, la vida, trataba sobre la ironía, ¿verdad, Don Carlos?

IMAGEN: Efe

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‘Don Cógito lee el periodico’, de Zbigniew Herbert

En primera página
la noticia de la matanza de 120 soldados
la guerra ya duraba mucho
uno puede acostumbrarse
justo al lado información
de un crimen espectacular
con el retrato del asesino
la mirada de Don Cógito
salta indiferente
la hecatombe de los soldados
para sumergirse con deleite
en la descripción del espanto cotidiano
un agricultor de unos treinta años
en una depresión nerviosa
mató a su mujer
y a sus dos pequeñuelos
con precisión se describen
la ejecución del crimen
la posición de los cuerpos
y otros detalles
a los 120 caídos
inútil es buscar en un mapa
la excesiva lejanía
los oculta como una jungla
no estimulan la imaginación
son demasiados
la cifra cero al final
los transforma en una abstracción
un tema para meditar:
la aritmética de la compasión

Es el cuarto escritor polaco del siglo XX que traigo. Mi trato como lector con él es muchísimo más improvisado que el que mantuve con compatriotas como Milosz o Gombrowicz. Zbigniew Herbert acaba de hacer acto de aparición en mi vida: descubrimientos felices que te hacen retroceder a la infancia de tu literatura. De ahí que escriba con los nervios del primerizo y mantenga intacta la avidez por adoctrinar tan propia del converso.

Tengo delante su libro Informe desde la ciudad sitiada (Hiperión, 2008). Es un deleite absoluto. Todos los poemas -desde los poemas-denuncia de Don Cógito a los poemas de amor– son brutales y densos, intelectualmente demoledores, de una claridad dañina y fatal.

Nada de manierismos absurdos y artificialmente elevados a categoría de arte. Los versos de Herbert son los versos de un hombre intachable que no atiende al miedo de los cultos. Un poeta clásico y proteico que escribe versos como tratados humanísticos: un bárbaro en el jardín.

NOTA: En este magnífico blog -cuyo título es un guiño al poeta- encontraréis más papeles del polaco.

TRADUCCIÓN: Xaverio Ballester

IMAGEN: Anna Beata Bohdziewicz

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‘Médanos de la mente’, de Clara Janés

Médanos de la mente,
Formaciones fugaces de la memoria,
Ahogo y mansedumbre…
El látigo del sol fustiga las horas.
El tiempo alimenta la eternidad
Y no desmaya en su avance,
Pero el olvido es el río oculto
Donde se lavan los días
Para llegar purificador a la muerte.
Nada dicen los astros.
El augur agoniza de deseo.

Como siempre que relaciono la poesía con alguna de las bellas artes acabo hablando de pintura, pensé hoy en expandir un poco en campo. Clara Janés fue durante más veinte años admiradora y amiga de Eduardo Chillida. Por este orden: primero admiradora y luego amiga.

Todo comenzó con un bajorrelieve del escultor que contempló en una galería de arte madrileña allá por los años setenta. Luego, con los años -la madurez y la vejez- fueron llegando las poesías y las ganas de colaboración mutua (como las que, salvandotodas las distancias, tenemos en mente el @elbecario y yo).

Chillida, escultor que nunca rehuyó esculpir para poetas (Brossa) o filósofos (Heidegger), hablaba del arte en los mismo términos que Clara: como una forma de iluminar lo tenebroso y como una vía para preguntarse por el límite de la realidad. Ahí estaba todo.

Chillida murió en 2002. Unos años antes, el sueño de la poetisa de publicar un libro de poemas sobre (y con) grabados del escultor se hizo realidad (tras 11 fructuosos años de espera, eso sí). A mí, pese a que la obra de Chillida me impone respeto y me emociona, reconozco que la metafísica de los poemas de Janés, incluso teniendo delante su inspiración material, me supera.

Aunque algo, algo hay en ellos, ¿no?

NOTA: No he podido escanearos el grabado que acompañaba al poema (dudo también si hubiera podido, por aquello de los derechos de autor). En cualquier caso, si queréis hacer la prueba, aquí tenéis una página en la que aparecen algunos muy similares.

IMAGEN: Isaac Sibecas

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‘Planes de edificación’, de Henrik Ibsen

Tan vivo lo recuerdo cual si hoy pasado hubiese,
El día en que en un periódico vi mi primer poema.
En mi cuarto alquilado, yo fumaba tranquilo
Cigarro en mano, en sueños de placidez sumido.
“Haré un castillo aéreo que en todo el norte reluzca,
Dos alas tendrá: grande la una, pequeña la otra.
Habitará la grande un poeta inmortal;
Y en la otra una doncella me servirá la mesa”.
Yo encontraba en mi plan una hermosa armonía;
Lástima que surgieran luego en él contratiempos.
Al madurar su dueño, vio el castillo ridículo:
Chica era el ala grande; la pequeña hizo ruina.

Aunque soñé con labrarme una biografía elegante como enemigo del pueblo, nunca pasé de Henrik Ibsen (me falta, como mínimo, algo de carácter para llegar a ser un Thomas Stockmann). Y de él, de Ibsen, poco más. Uno que no es muy aficionado al teatro y que a veces, sólo a veces, se flagela por ello.

Quizá muchos de vosotros que admiráis las obras del noruego no supierais que, además de dramaturgo, fue un (tímido) poeta. Un poeta como muchos de los que por aquí han pasado: circunstancial, leve, cotidiano. En definitiva, poeta a tiempo parcial. La poesía como un acompañamiento sincero del yo, como un explicarse la vida por escrito, tasándola milemétricamente en versos.

Ibsen sólo publicó un libro de poesía, Digte (Poemas), que fue traducido al castellano por la editorial Losada hace pocos años. Dicho libro, su obra en suma, es una especie de cajón de sastre que alterna composiciones de tono elevado, casi místico, y composiciones -como La muerte de Abraham Lincoln– que dan cuenta de la realidad social y política de su tiempo. Además del poema que encabeza el post, de un pesimismo introspectivo brutal, os dejo para cerrar este otro, breve y genial, titulado Estrofa

Vivir es pelear con brujas
En la cordial y mental bóveda.
Crear es: conservar la espada
De Damocles sobre uno mismo.

TRADUCCIÓN: Jesús Pardo

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