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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Festín caníbal; veganos abstenerse

Comentaba con sorna mi buen amigo Santiago Tabernero tras entrevistar a Julia Ducournau por su estomagante película titulada en España Crudo (en Francia, mira por donde, Grave) lo sorprendente que le resultaba el aspecto de “parisina pija” de esta directora, en contraste con el realismo de algunos momentos de su vomipurgante incursión en el género gore que, lo confieso, no me tiene por miembro de su cofradía. En Sitges, naturalmente, encontró legiones de fans.

Resulta inútil preguntarse a estas alturas por la legitimidad de la provocación y si ésta justifica lo que muchos pueden considerar excesos; en realidad no hay nada que sea excesivo desde la óptica de la libertad creativa. Sin embargo, el buen sentido de Ducournau para la narrativa cinematográfica debería apuntar más hacia el terreno de lo sugerido que el de lo mostrado. Y de esta forma, creo yo, su argumentario ganaría mucho en consistencia y credibilidad.

Una secuencia que reúne las dos caras, positiva y negativa, de lo señalado es aquella en la que vemos en un video grabado con el móvil a los estudiantes excitadísimos mientras observan la acción previamente registrada con otro móvil: Justine, la protagonista, entregada a un macabro ejercicio de canibalismo con un cadáver que su hermana ha extraído del frigorífico de la morgue y se lo ofrece como señuelo sin permitir que llegue a morderlo en la mano, como ella pretende.

Dejando al margen el pequeño detalle de que no veo claro qué hace un cadáver humano en un colegio de veterinaria, en dicha secuencia la tensión por lo que sucede fuera de campo es mayúscula, cuando aún no sabemos de qué tratan las imágenes que los estudiantes están jaleando. La directora maneja el suspense de manera magistral jugando con tres planos temporales: el rostro de Justine asustada y horrorizada al verse en la grabación, de la cual probablemente ni siquiera se acuerde, los estudiantes arracimados en torno al teléfono sin que sepamos aún lo que ven, y por último la acción registrada en la morgue.

Esta secuencia termina por malograr la fuerza que desplegaba antes de mostrar lo que está fuera del campo de visión, precisamente cuando por fin lo vemos. Julia Ducournau se eleva cuando trabaja en el espacio off y cae cuando pisa el espacio on. Y lo mismo le sucede en términos generales a toda la película. Una secuencia magistral por el excelente juego de elipsis espacial, como es la primera, en la que vemos el accidente de carretera provocado por la hermana de Justine para proveerse de carne fresca, termina por resultar poco creíble, o al menos pierde la contundencia que tenía, cuando se repite la misma acción.

Ducournau, no le hace ascos a provocar arcadas en el espectador pero intenta, y esto es algo que valorar, no lanzarse a la piscina de hectólitros de hemoglobina que suelen desparramarse cuando se adentra uno en los incontinentes terrenos de la víscera. Lo intenta, pero no siempre lo consigue.

Algunos guiños a una película seminal, Carrie, de Brian de Palma, muestran a las claras la voluntad de la directora de Crudo de obtener el salvoconducto en el género de iniciación adolescente –el nombre de Justine, virgen al principio, también propone referencias al Marqués de Sade – pero esta fábula grotesca deja de ser de terror en el momento mismo en que se acaba, con un chiste final que desinfla el globo.

Dice Ducournau en sus entrevistas que quiere poner en contacto al espectador con su lado oscuro y que no cree que el canibalismo esté demasiado alejado de la naturaleza humana, se sorprende porque el asunto levante ampollas… en fin. Si ya me costaba un poco aceptar la virtud del sentido metafórico que la pulsión carnívora de Justine propone, obviamente el del despertar sexual, a la luz de esas declaraciones más gracia me hacía el comentario de mi amigo Santiago reseñado al principio.

Como no quiero pasar por un cinéfilo de estrechas tragaderas después de repudiar las procesiones del santo gore, me viene a la cabeza una película que milita sin empacho en esas hermandades. Se trata de Re-Animator, de Stuart Gordon (1985). Aparte el gusto desacomplejado por lo sanguinolento, no tienen nada en común desde el punto de vista argumental.

Barbara Crampton y la cabeza lujuriosa de David Gale en Re-Animator

Se diferencian sobre todo en el descacharrante sentido del humor del que Crudo adolece y es el condimento esencial en la fórmula para hacer más comestibles las imágenes indigestas. En una escena, el cunilingus del que es objeto una chica desnuda al que se aplica con deleite una cabeza decapitada figura entre lo más delirante y disparatado que recuerdo haber visto en la pantalla. ¡Puritito gore!

¡Alto ahí!, me dirá alguno, ¿a santo de qué viene hablar aquí de esta película que no tiene nada que ver con la otra? Tiene razón, pero la respuesta es que simplemente me apetecía; y el gancho, que las dos agitan el frasco de sangre hasta que salpica. Lo que pasa es que una esgrime coartada cultural y la otra no la necesita porque ya la tiene: nada menos que H.P.Lovecraft.