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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Basada en hechos reales

El biopic, el género biográfico, se presta como ningún otro a la manipulación del espectador, para bien y para mal, porque juega con una coartada, casi una patente de corso, la de los “hechos históricos”. Pero ¿cómo saber si la realidad fue tal como se nos cuenta? ¿Cómo saber si el personaje retratado fue –o es- realmente como lo vemos reflejado en la pantalla? Es evidente que la película no nos lo aclarará. Con frecuencia un rótulo al final añade datos que por razones de diversa índole el director, el productor, o quien diablos sea el que lo haya decidido, no ha incluido en la narración. Suelen ser datos concisos y contrastables, desprovistos de valoraciones (bueno, esto no siempre), tal y tal fulano murieron en tal fecha, a tal y tal otro les metieron en la cárcel…

Eso de añadir ese tipo de información, como la de colocar en el frontispicio de la película la frase característica de “basada en hechos reales”, suele operar como antídoto frente a la incredulidad del espectador, pretende anularla aunque no siempre lo consigue. En el marco del BCN Film Fest, que acabará su primera edición mañana viernes, hemos visto un ejemplo de que esto: La casa de la esperanza, una coproducción de Estados Unidos, Reino Unido y República Checa, dirigida por Niki Caro.

Jessica Chastain, sin duda lo mejor de la función, es una especie de Oskar Schindler junto a su marido; ambos regentan un zoológico en Varsovia y cuando comienza la persecución de los judíos se las apañan para ocultar allí a cuantos pueden para salvarles de la deportación y la muerte seguras. Sabemos, porque se nos ha dicho, que las cosas sucedieron como vemos que pasan en la pantalla, pero algunas torpezas en el modo de presentarlas hacen que nos resulten a veces inverosímiles. Si uno se detiene a pensar, resulta muy poco creíble que aquellos desdichados no sean descubiertos por el malo de la película, en este caso el infortunado Daniel Brühl que viste las maneras y el uniforme militar germánicos, ni siquiera por más que éste pretenda hacer la vista gorda.

Precisamente este actor hispanoalemán también participaba en otra cinta aquejada de similares males, igualmente relacionada con las cositas tenebrosas de los filonazis: Colonia (Florian Gallenberg, 2015). Allí Brühl era el bueno, un joven secuestrado por la policía secreta pinochetista en el Chile de 1973 y encerrado en una cárcel secreta llamada Colonia Dignidad, a quien tiene que rescatar su angelical novia encarnada por Emma Watson. Hechos reales percibidos como poco probables. Lo real no siempre es verosímil en la pantalla.

Pero volvamos al inicio, el relato o el retrato histórico. En El BCN Film Fest se han presentado tres de características muy distintas y de variado interés. Uno de ellos, Churchill (Jonathan Teplitzky, 2017) se sitúa en 1944, en un breve lapso de tiempo, las 48 horas que preceden al desembarco del Día D para acometer la liberación del territorio francés y provocar el repliegue de las fuerzas ocupantes alemanas. El segundo es el último suspiro cinematográfico del gran director polaco Andrzej Wajda, terminado muy poco tiempo antes de su fallecimiento: Los últimos años del artista: Afterimage. El título alude al protagonista, el pintor vanguardista Wladyslav Strzeminski, humillado y perseguido hasta la muerte en 1952 por el régimen prosoviético de su país. El tercero, en fin, es una semblanza biográfica de la científica francesa de origen polaco, Marie Curie, rebelde con causa en el terreno del conocimiento e investigación, en el terreno amoroso y en el terreno social.

Muy poco tienen en común estos retazos de la Historia, salvo ese carácter pretendidamente verídico. Difícil dudar de su autenticidad en el curso del visionado de los filmes; tan sólo nos lo permitiría la consulta a fuentes ajenas y por tanto hemos de conformarnos, mientras duran las sesiones, con aceptar las visiones particulares de sus autores, a menos que uno tenga los conocimientos biográficos previos sobre ambos personajes.

Los prejuicios suelen ponernos en alerta: sobre Churchill se ha dicho y escrito tanto que resulta imposible delimitar dónde comienza el mito y dónde termina el ser humano. Teplitzky intenta abordar las zonas de sombra, las esquinas de la identidad de un personaje “bigger than life”, los aspectos menos conocidos o menos publicitados, si bien lo hace con cuidado y delicadeza: su perseverante práctica del levantamiento de vidrio, en particular rellenado su espacio vacío por un buen whiskie, su comportamiento atrabiliario y mandón, su carácter autoritario y despótico, sus arranques de ira… en este retrato hasta las volutas de humo requisadas al cigarro puro que semeja ser una prolongación natural de sus labios parecen estar marcando el territorio de un bulldog, grueso, gruñón y peligroso. Brian Cox se apodera del bombín, el puro y la voz y se transmuta en Churchill y nos hace olvidar su verdadera figura, como si nunca hubiéramos visto otros rasgos del prohombre que los del actor, un monstruo de la escena británica y mundial.

Contribuyen a la humanización del mito estos detalles de la estampa tanto como la relación que establece el dirigente con su esposa, a la que confiesa necesitar para ser él mismo. Y ayuda enormemente a que dejemos a un lado cualquier descreimiento la fabulosa interpretación de Miranda Richardson, otra que tal, actriz con letras de molde, capaz de darle la réplica al mismo Lucifer que se le pusiera por delante. Ahí tenemos a la pareja, la institución familiar, el eje sobre el que se yergue la tradición. El gigante, y a su sombra el apoyo imprescindible.

Zonas de sombra sí, pero la luz se impone al final cuando las dudas, las vacilaciones, las polémicas con los aliados, los miedos a no estar a la altura de la responsabilidad histórica, el compromiso con el pueblo dispuesto a inmolar a sus mejores jóvenes en la batalla por la libertad, cuando todos eso se aparca y resplandece el discurso del gran estadista, la película adquiere el perfil mitómano que había estado intentando burlar. ¿Recuerdan El discurso del Rey (Tom Hooper, 2010)? Por mucho que Jorge VI tartamudeara y caminara por senderos de cierto cariz estrafalario, el “speech” final le redimía y elevaba a la estratosfera donde habitan los héroes. Algo muy similar ocurre con este Churchill, humanizado sí, pero finalmente vuelto a divinizar consagrado por su discurso, el discurso político ante los micrófonos de la BBC y el discurso narrativo que nos lo acerca para volver a alejarlo. Es un discurso patriótico, acorde con los parámetros en los que se entiende comúnmente el término.

 

Wajda va por otros derroteros. De entrada Wladyslav Strzeminski es un artista revolucionario en un tiempo en que esta palabra había sido desprovista de todo significado por el Partido Obrero Unificado de Polonia, gobernante tras la conferencia de Yalta y fiel lacayo a las órdenes de Stalin. Un pintor vanguardista, excelente el actor  Boguslaw Linda, que se rebela contra la uniformidad del llamado realismo socialista y se convierte poco a poco en enemigo del Estado. Sufridor de avatares similares a los de su héroe, combatiente primero, represaliado después, el director construye su retrato a base de contrastes y paradojas.

Frente al colorido típico de las pinturas de Strzeminski, que imita en los créditos de entrada y salida, la fotografía gris plomiza durante el transcurso de la película. Frente al carácter rebelde y subversivo del artista, los encuadres y composición clásica de sus planos. Si Wladyslav Strzeminski rechaza el realismo socialista, Wajda nos entrega un filme imbuido de neorrealismo para darlo a conocer, en algunas secuencias, casi podríamos hablar de realismo soviético; la denuncia de las atrocidades del patrón (el Estado en este caso) y el modo en que el obrero oprimido sucumbe a su brutal acoso, privado de medios de subsistencia. El espíritu de Eisenstein no anda lejos.

El filme de Wajda es una reivindicación de una gloria del arte polaco, pero es en mayor medida el ajuste de cuentas con el partido comunista gobernante en su país en un período negro de su historia. La burocratización y el poder absoluto en manos de necios que veían traidores a la causa del pueblo por todas partes, adquiere tintes grotescos en algunos diálogos y acciones del filme. Wajda probablemente no exagera los rasgos autoritarios del régimen pero algunas frases entre el ministro de cultura y el pintor provocan extrañeza. Son por supuesto recreaciones y fabulaciones del guionista pero tal vez hubiera sido más creíble un punto mayor de sutileza; alguna línea parece brocha gorda, apunta o nos coloca en la sospecha de cierto maniqueísmo.

La reprobación y denuncia del autoritarismo es el fin último de este biopic limitado (no abarca toda el recorrido vital del biografiado) de Wladyslav Strzeminski. Con él la reivindicación de la libertad de creación artística y de la libertad en toda su extensión, también la necesidad de conocer la Historia, la propia historia, la historia de la Humanidad. Si los hechos narrados se corresponden escrupulosamente con lo acaecido tal vez no sea lo más importante. En todo caso, es lo más difícil de establecer.

Marie Noëlle transita a su vez por nuevos caminos en su retrato de Marie Curie. Es un retrato impresionista, de colores desvaídos y contornos suaves que contrastan con la determinación de la que hace gala esta mujer. Esta gran mujer, hay que decir, no sólo por sus grandes méritos en el dominio de la ciencia, la primera en recibir un premio Nobel (Física) y la única en recibir dos (Química) sino por la impresionante fortaleza de espíritu que supo mantener cuando, tras la muerte de su marido, Pierre Curie, mantuvo el tipo frente a la insoportable presión de una sociedad puritana que condenaba la libertad amorosa, sobre todo y especialmente la femenina.

La directora mantiene en equilibrio las dos líneas de fuerza del relato: de un lado el flanco didáctico, la divulgación de la importancia histórica de sus descubrimientos (el polonio y el radio, teoría de la radioactividad y el uso terapéutico de los rayos X, su utilidad en la curación de enfermedades como el cáncer) y la dificultad añadida a la que se enfrenta por ser mujer. De otro lado el cariz romántico de la historia, un romanticismo subido de tono que realza el enamoramiento contra todo y contra todos de Marie Curie, calurosamente encarnada por la actriz polaca Karolina Gruszka, que está dispuesta a renunciar antes al reconocimiento social y profesional que a las delicias y tormentos del amor. Divulgación científica, feminismo y romanticismo; conjugar estos elementos que operan narrativamente en escalas de lirismo muy diferentes es la mayor virtud de que hace gala Marie Noëlle.

 

En cuanto a la veracidad de este apunte biográfico, me remito a lo dicho al principio: su importancia es relativa y conduce la discusión a un terreno académico. Lo valioso es que en el relato todo lo que sucede responde a una misma lógica de verosimilitud. Y vemos cómo las tres fracciones de biopic citadas (en puridad el término se aplica a crónicas que abarcan un espacio de tiempo de mucha mayor extensión) emplean estrategias diversas con un mismo propósito, realzar la importancia del personaje convocado, darlo a conocer o revelar aspectos menos conocidos, reforzar las ideas políticas, sociales o culturales que cada uno encarna.