Los funerales por la muerte del «querido líder» Kim Jong-il dejan imágenes sorprendentes, tanto las que se han tomado a pie de calle como desde el aire. Hemos visto primeros planos de lindas coreanas bien vestidas que lloraban sacudidas por hipos y ayes. Sus bocas onduladas, las lágrimas bailando por el filo de sus ojos achatados. Parecen actrices, con sus mullidos abrigos nuevos. O groupies de los Rolling Stones. O unas frikis adictas a la dictadura. Visto desde el aire, el gran funeral te recorre de frío la espalda por la exageración de símbolos, la orgía de banderas y fotos, esos ríos de cuerpos formando hileras negras sobre la nieve muda. En cualquier caso, da igual si lo vemos desde arriba o abajo, porque estamos viendo una mentira. Así que da igual si te da risa o pena. Por ejemplo, si te fijas en las dos fotos verás que hay una diferencia entre la primera, la verdadera, y la segunda, editada y enviada por la agencia oficial de noticias norcoreana a través de Reuters, que ha alertado de la manipulación. En la primera, un grupo de gente, junto a lo que parece una cámara, observan desde la izquierda la comitiva fúnebre. En la segunda han sido borrados. Porque molestaban, porque en vez de una cámara es un arma o porque el director de este gran teatro quiso manipular la foto para que ningún humano rompiera las filas que el sistema había previsto.
Yo imagino otra foto, suponiendo que los norcoreanos tuvieran derecho a opinar, viajar, escribir o leer. Se ve el gran edificio al fondo, un cubo de poder como un corazón helado. Y se ve un coche fúnebre llevando a lomos una foto exagerada. Una cara enorme y sin cuerpo, una sonrisa ridícula avanzando sola por una enorme llanura blanca y vacía.
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