Archivo de octubre, 2011

Cinco millones de parados y un cadáver

En la España de hace diez años se oía eso de que «quien está parado es porque quiere». Al parado le perseguía una sombra acusatoria de flojo, vago o jeta. Quizás conocías alguno. O te habían contado de alguien. Estar parado podía dar vergüenza en un país donde lo primero que se pregunta en los encuentros fortuitos es «Hombre qué tal, ¿cómo te va?, ¿dónde estás ahora? ¿el trabajo, bien?».

En la España de hoy todos conocemos a alguien en paro. Y ni es vago, ni flojo ni jeta. O sí. O no. Puede ser un arquitecto, un abogado, un químico, un fontanero o conductor de grúa, una soltera, un padre de familia o una señora a las puertas de una jubilación frustrada. Puede tener 25 años o 50. Puede ser alegre o depresivo. Espabilado o manta. Puede que haya vuelto a vivir con sus padres en un cuarto de camita rasa y peluches antiguos. Puede que su familia lo mantenga ante la incapacidad de los Estados y el capitalismo. Puede que no se lo merezca y que lo intente cada día. O que se haya echado a dormir la siesta de los tristes. O puede que cada mañana se trague, junto al café con leche, el orgullo, la formación y el talento. Es puro azar que te toque a ti y no a mí o viceversa. Por eso nos preocupa más a todos: ya no es problema doméstico, es una amenaza social.

Los cinco millones de currículums apilados en el INEM no son un problema de espacio, cantidad o matemáticas. No son una suma de frustraciones personales, sino un fracaso común. El de unos políticos, banqueros, líderes y mercados que han esquilmado la confianza de la sociedad, ya incapaz de generar riqueza, de aprovechar los talentos y las ideas que se apagan en las cabezas de esos cinco millones de aspirantes. Aspirantes a devorar el pequeño cadáver en el que se ha convertido el mercado laboral.

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No eran rebeldes, eran reaccionarios

La nueva Libia ha nacido con arrugas y olor a polvo viejo. En el nuevo régimen libio, la mujer que desobedezca a su padre o a su marido podrá ser sancionada. Se abolirá el divorcio, se penalizará el alcohol y se perseguirá la homosexualidad. También se permitirá la poligamia. Eso es lo que han anunciado los rebeldes, que en realidad han resultado ser muy reaccionarios. La OTAN entró en Libia con el mandato de proteger a la sociedad civil. No sé si la ha protegido de las bombas, que también ha lanzado, pero sin duda la ha dejado desnuda y tiritando bajo el zapato castrador de la ley islámica y la ha entregado a los brazos autoritarios de una oposición que nos vendieron como demócrata. ¿Puede haber democracia en el mismo país que castiga lo que se hace en la cama de una casa? ¿Se puede iniciar una nueva etapa con unos nuevos líderes haciendo fotos a un cadáver hinchado con su smartphone? ¿Estábamos en el bando de los buenos o todos eran malos? Como dijo Ortega y Gasset, decepcionado con el rumbo de la República tras apoyarla: «¡No era esto, no era esto!».

¿Privatizamos la política?

Me pregunto qué sabrá la atleta Marta Domínguez de política. O Toni Cantó. O tantos otros actores, actrices, atletas y famosos que acaban de gancho en las listas electorales de los partidos. Ganchos para cuerdas que ahorcan al sistema político, ya agonizante. Son los propios políticos quienes se han devaluado, con cosas como esta, con esas ideas antiguas construidas con discursos mediocres. Han perdido el respeto de la banca y las multinacionales y las petroleras, que son el nuevo estado-nación, así que se reúnen de tú a tú con lo que queda del estado-nación que era España. Y han perdido el respeto de los ciudadanos, atónitos al ver a esa clase política aletargada y acusica. No parece que estén los tiempos para jugar con los escaños ni para competir con listas de estrellas. Lo que necesitamos son gestores pegados al suelo. Políticos profesionales, que sepan economía, inglés, matemáticas, que sepan oratoria y sean solventes y honrados. Chupar rueda (alguna quemada) desde los 15 años en un partido no debería ser un mérito para ser diputado o ministro. 

Poner a una atleta en las listas del Senado del PP (antes fueron otros partidos, no es cosa de colores) es, además, una provocación a la inteligencia y la paciencia ciudadana. Seguramente una torpeza política. Es, además, otra muesca en la ya maltrecha percepción que los ciudadanos tienen de sus gobernantes, que no son los que nos merecemos. Por eso, al igual que nos replantean la privatización de algunos servicios públicos para ahorrar y ser eficaces, quizás haya que replantearse la privatización de la política. Que nos gobiernen los mejores, no los mejor colocados en su propio partido.

El filósofo Steve Jobs

Es estúpido, pero a veces impacta que se muera alguien tan conocido como Steve Jobs porque a veces pensamos que los ricos no se mueren, que los héroes son de metal, que los visionarios son de otra pasta. Pues no, son un cruce de viscosas, sangre, piel y células, a veces malignas. Como tú, como yo. La muerte de Jobs en una cama me ha sorprendido en la mía a las dos de la mañana. Una alerta de noticias decía: «Steve Jobs, cofundador de la empresa Apple, muere a los 56 años». Con los ojos a medias he boqueado aire, un oh como un suspiro pero hacia adentro. Ya de día y sin la maraña del sueño, leo un discurso de Jobs y lo que más me sorprende no es su muerte ni su iphone, que estoy intentando dejar junto al tabaco. Es su manera de pensar y su manera de vivir. 

Cómo ironizaba sobre su llegada al mundo: su madre biológica acordó darlo en adopción a «un abogado y su esposa; salvo que cuando nací decidieron en el último minuto que en realidad deseaban una niña». O cómo hilaba el presente y pasado, por ejemplo, cómo aquel tiempo dedicado a un inservible curso de caligrafía en la universidad se le dio la vuelta: «A priori, nada de esto tenía una aplicación práctica en mi vida. Diez años después, cuando estaba diseñando el primer ordenador Macintosh, todo tuvo sentido para mí. Y todo lo diseñamos en el Mac. Fue el primer ordenador con una bella tipografía (…). No podéis conectar los puntos mirando hacia el futuro; solo podéis conectarlos mirando hacia el pasado. Por lo tanto, tenéis que confiar en que los puntos, de alguna manera, se conectarán en vuestro futuro. Tenéis que confiar en algo, lo que sea». Es esa visión plácida, optimista y mágica de la vida la que me asombra de Jobs. Me quedo con esto, con su consejo «encontrad lo que amáis», al margen de las innegables bondades del maldito teléfono al que estoy atada por el cordón umbilical de un cargador.