Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Mi carnet de conducir agoniza

De los 12 puntos del carnet de conducir ya sólo me quedan 3. Eso me pasa por decir que la vida es como un videojuego…

– Un radar me quitó 3 puntos que luego derivaron en una extraña cita a ciegas.

– Otros 3 puntos por hacer uso del teléfono móvil en marcha. Paradójica multa: Me pararon mientras hablaba, precisamente, con mi compañía de seguros acerca de la tramitación de mi anterior multa. Se lo conté al Policía Municipal y se echó a reír. Pero no me perdonó la multa.

– Otros 3 puntos por escribir un poema en marcha.

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Estimada D.G.T.:

Huelga decir que mi carnet de conducir agoniza. Si me faltaran esos tres últimos puntos no podría volver a conducir mi taxi en una buena temporada. No es que le tenga miedo a unas largas vacaciones (de hecho, me vendría bien descansar) pero resulta que también utilizo mi taxi como fuente de inspiración para mis historias. Si me quitaran el carnet también me vería obligado a prescindir de mi blog.

Una cosa es el trabajo y otra el vicio de escribir. Al trabajo le pueden dar por el culo, pero no me jodan la musa, ¿ok?

La maleta o la vida

Al verle con aquella maleta con ruedas bajé del taxi con la intención de abrirle el maletero:

– ¿La dejamos en el maletero? – le pregunté.

– ¿Y entonces cómo coño quieres que respire? – me dijo.

Al acercarme reparé en mi error. De la maleta salían dos tubitos que aquel hombre llevaba insertados en la nariz. Se trataba de un respirador portátil que le mantenía unido a la vida y a la calle al mismo tiempo.

– Disculpe – dije agachando la cabeza.

El hombre se sentó a mi lado, con el respirador a sus pies. Fue un trayecto incómodo, raro. Nunca antes había viajado nadie con uno de sus órganos vitales fuera de su cuerpo (concretamente sobre la alfombrilla delantera derecha).

– ¿Debería cobrarle algún suplemento extracorpóreo? – pensé sin perder de vista la maleta.

El hombre, por su parte, permaneció impasible, mirando a través de la ventanilla con una dignidad envidiable; como quien respira de prestado. No abrió la boca (ni la cremallera de sus bronquios) hasta que llegamos a su destino:

– Bueno… tengo que cargar esta mierda antes que me quede sin aliento – me dijo tendiéndome un billete de 10€.

Luego se marchó con su respiración por los suelos, sorteando bordillos, escalones y demás irregularidades flemáticas.

Yo hice lo propio encendiendo el iPod que llevo conectado al equipo de audio del taxi. Al subir el volumen mi corazón comenzó a latir más y más deprisa.

– Al fin y al cabo, no somos tan distintos… – me dije.

Contamíname

El A-e-i-o-u-ntamiento de Madrid ha instalado, en plena plaza de Colón, monitores con información sobre los niveles de la calidad del aire que respiramos (no sé si retocados, o no, con el Photoshop).

Por su parte, la insigne concejala de Medio Ambiente Ana Botella (supongo que tras haberse bebido un par de tragos de sí misma), justificó los altísimos niveles de contaminación en la Estación Meteorológica de Recoletos alegando que «convendría hacer la media entre todas las Estaciones de Madrid, ya que nadie permanece todo el día en Recoletos; yo misma trabajo ahí pero también me muevo por otras zonas con niveles de contaminación mucho más bajos».

También culpó como causante al «polvo africano», como si los pobres senegaleses, o los marroquíes, no pudieran fornicar a sus anchas sin su correspondiente y obligado sentimiento de culpa.

Sin embargo, sigo pensando al respecto que somos unos desagradecidos: ¿Quién necesita aire limpio teniendo Wi-fi?. ¿Quién necesita aire teniendo en casa un decodificador de TDT?. ¿Quién necesita respirar pudiendo llenar la nevera de yogures con Omega-3?.

(Por cierto: ¿existió previamente el Omega-1 ó el Omega-2?)

Y luego quieren suvbencionar el «taxi ecológico», para que de aquí al dos mil nosecuantos todos los taxis de Madrid sean Verdes (¿pero no eran blancos, y con una raya roja?). Y esto está muy bien, sí señor, o señora, pese al daltonismo conceptual que sugiere entre líneas.

Pero creo que deberían empezar por subvencionar, como Dios (su Dios ese de los Legionarios de Cristo) manda, medidas de seguridad para todo aquel taxista susceptible de ser degollado por cualquier usuario cabrón de navaja en mano (y escrúpulos volando). Porque esos 100 euros que están dando por una Mampara de Seguridad (que le cuesta al taxista 1.200), no sirven de mucho. Porque esos cero euros que están dando por instalar un localizador conectado con la Policía (que le cuesta al taxista 2.600), no sirven de nada.

…………………

Señora Botella: Espero que, con estos datos, no esté queriendo decir que ‘quien quiera trabajar seguro, que se lo pague’. Y, sobre todo, espero que no esté queriendo decir que ‘quien quiera aire limpio, que se compre una botella de oxígeno’, porque yo a usted no le haría el boca a boca (léase el doble sentido) ni jarto de Jack Daniel´s.

Hombrepordios…

Todo arde (si le aplicas la chispa adecuada)

Crear una obra de arte para que luego arda en mil llamas. Fabricar un petardo con la intención de provocar ruido, destrucción, chispas, nada.

O bien nacer sabiendo que algún día vas a morir. Que no habrá indulto. Que no quieres, ni te planteas, ser indultado.

Cuando una Falla pasa del sustantivo al verbo. Fallar adrede. Quemar nuestro particular concepto de belleza adrede. Reducir a cenizas todas esas horas de trabajo alrededor de un público que ya sabe cuál será el final de la función: El prota, la prota (o lo prota) siempre muere quemado.

¿Qué tiene el fuego?. ¿Por qué el motor de mi taxi necesita una secuencia interminable de chispas para funcionar?

Y las Fallas (del verbo Fallar) aparecen como en secuencias: Los lugareños se visten con sus mejores galas. La Fallera Mayor prende la mecha. Luego rompe a llorar. Todas las Falleras Mayores del mundo acaban deshechas en lágrimas cuando la Falla se convierte en polvo, cuando las cenizas sustituyen al arte. Siempre es así. Gracias a Dios.

Y las tracas. Miles de petardos dispuestos en línea que buscan el caos, y lo consiguen, pero con orden. Es el orden del caos. Acción y reacción.

Decenas de tímpanos sangrantes esparcidos sobre el frío asfalto mientras el técnico sanitario de la Creu Roja continúa apoyado en su ambulancia fumando sin ganas su cigarrillo bajo en nicotina.

Porque todo lo bello debería de arder tarde o temprano. Todas las cenizas deberían ser entendidas como metáforas de una belleza que se te escapa entre los dedos.

Y la traca final es nada comparado con el Juicio Final. Menos mal que hace ya bastante tiempo que perdimos este, y muchos otros Juicios

Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla

Camino del Aeropuerto:

– Pues… me voy a pasar unos días a Cancún, ya sabe: sol, mujeres ligeritas de ropa, coctails, playas paradisiacas… – me soltó el usuario (allá donde más duele).

– Suena bien… – dije enseñándole los dientes a través del espejo.

– Y usted se queda en Madrid, ¿verdad? – me preguntó con cierto regustillo cabroncete.

– Ehhh… no. ¡Me voy!. ¡Me voy hoy mismo a… las Fallas!. ¡A ver las Fallas! – improvisé (no te jode…).

Así que, por culpa de unos cuantos pecados capitales (ira, envidia, etc.) proyectados en aquel usuario, tiré de contactos y en apenas diez minutos conseguí una cabaña a pie de playa en uno de esos campings que violan y salpican, a partes iguales, la costa levantina.

Pasé por casa para arramplar con lo básico (un bañador estampado, un par de mudas, 10 bolis bic, un paquete de 500 folios, tres baterías extra para el ordenador portátil y mi patito de goma Made in Hong Kong) y pocos minutos después del mediodía (P.M) salí de estampida con mi taxi a cuestas y el depósito lleno hasta las trancas (y barrancas).

En apenas cuatro horas (sin paradas, respetando las normas) ya estaba merodeando por un precioso pueblo de la costa levantina. Estaban en Fiestes Falleras:

(Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla):

Aprovecharé para desconectar del mundo por un número indeterminado de días (aún no lo he decidido; según la inspiración).

…y aparcaré mi taxi, bien a la vista, junto a la cabaña.

…y escribiré hasta que se me borren las huellas dactilares.

…y le pondré un Nick distinto a cada ola del mar (vuestros Nicks, por supueso).

… y comeré arroz avanda hasta que me salgan granos.

…y meditaré sobre lo humano, lo divino y lo taxístico.

…y me acordaré de nadie y os recordaré a todos.

…y apagaré el teléfono, y desconectaré mi sentido arácnido.

…y escribiré, y escribiré y escribiré hasta que al fin explote por sobredósis cada puta letra de la R.A.E.

Control de alcoholemia

Madrugada del sábado. Control de alcoholemia en plena Gran Vía de Madrid. Un Policía Municipal me obliga a someterme a la prueba mientras mueve de arriba abajo su espada de luz. Me siento Han Solo interceptado por Darth Vader.

En el asiento trasero, la princesa Leia (con treinta años más) me dice:

– No habrá bebido, ¿verdad?

– ¿Que no?. Bufff… No sé ni cómo me tengo en pie. Llevo un pedo… – digo con las manos en la cabeza.

– Buenas noches. Le vamos a someter a un control de alcoholemia. Detenga el taxímetro y sople por aquí – me dice Darth Vader (ahora con su espada de luz bajo la axila).

Y mientras, la princesa Leia mirándome con los ojos como dos ensaimadas mallorquinas.

– Sople de continuo hasta que yo le diga – de nuevo Darth Vader.

– Pffffffffffffhhhhhh…

– Bien… cero, cero. Puede continuar la marcha.

Tras sortear el control:

– ¿No me dijo que estaba borracho?

– Vaya… acabo de echarme al coleto cinco cervezas, tres tequilas y cuatro cubatas.

– Y entonces… ¿cómo ha podido dar negativo?

– Muy fácil… siempre bebo con el pulmón derecho y soplo con el izquierdo.

– Eso es imposible…

– ¿Imposible?. No hay más que beber inclinando el cuerpo en un ángulo de 45º a la derecha, y luego soplar en el control girando la cabeza otros 45º a la izquierda. De este modo, cada pulmón actúa con total independencia…

– Está de broma, ¿verdad?

– Pues CLARO que estoy de broma. ¡No soy un suicida!

Cómo dejar de fumar por 2,40€

Al fin he conseguido dejar de fumar.

Sin parches, ni chicles, ni libros, ni charlas médicas: sólo he necesitado una cámara y mi taxímetro en marcha como único testigo metafórico del asunto.

Al fin pude soltarme, vaciar cada víscera de fumata blanca hasta conseguir apagar (sobre el mismo cenicero de siempre) el último cigarrillo de mi taxivida.

Necesité apenas 2,40€ de taxímetro (que luego me aboné a mí mismo) para concluir entonando aquella frase fundacional que, sin duda, me perseguirá cual letanía a partir de ahora:

«El humo no es más que humo. Solo es humo»

Impresionante documento:

Enterrado en sus cenizas

– Se han dejado algo aquí… – dijo la siguiente usuaria. Se trataba de una cajita pequeña y metálica con forma de pastillero.

– Gracias – dije al tomarlo de su mano.

– Parece un pastillero, ¿no?. Pues, menuda gracia… imagínese que lleva alguna medicación para el corazón o algo así… esperemos que no la eche demasiado… en falta… usted ya me entiende – elucubró la mujer en voz alta.

Dicho esto, y aprovechando el siguiente semáforo, decidí abrir la cajita:

– ¡Hostias! – solté.

– ¿De qué se trata? – me preguntó la mujer movida por mi asombro.

– Es una… colilla arrugada. Nada más. Una colilla de… Ducados. Con su filtro manchado de carmín… mire… – dije mientras se lo mostraba.

– El último cigarrillo de una mujer, sin duda… – dijo asomando la cabeza.

– Pero… antes que usted… montó un hombre mayor… el pastillero tiene que ser suyo… – dije.

– ¿Por qué razón iba a llevar ese hombre, en el bolsillo, una cajita con la colilla de una mujer?

Noche en fuego

Todo estaba preparado para «cubrir» la Noche en Blanco (con mi taxi, mi cámara, mi libreta , siete cafés en el cuerpo y buen jazz de fondo). Sin embargo, los acontecimientos aquí relatados cambiaron el rumbo de mis planes…

20.45 del sábado. Circulando libre por Cardenal Herrera Oria me topo con una cortina de humo inmensa y, a su lado, unos cuantos coches aparcados sobre la acera. Gente corriendo, gritando. Desconcierto. Yo también paro.

Entonces compruebo que, al otro lado del parque, en la calle Río Bullaque, el quinto piso de un edificio de viviendas se encuentra ardiendo. Sus llamas salen de, al menos, dos balcones. Alguien grita:

– ¡Hay una chica dentro!

Efectivamente, en la ventana contigua al foco del incendio una mano en alto trata de llamar nuestra atención. Comienza a pedir auxilio:

– ¡Me ahogo…!; ¡no puedo salir…!; ¡me ahogo…!

Momentos después llegan los bomberos. Uno de ellos comienza a hablar con ella a través de un megáfono:

– SEÑORA…

– ¡Tiren la puerta!. 5ºC. ¡Me ahogo…!

– NO SE PREOCUPE, SEÑORA. EN ESTOS MOMENTOS ESTÁN SUBIENDO VARIOS COMPAÑEROS…

El tipo del megáfono recomendó a la mujer tumbarse en el suelo (el humo siempre asciende, y desde el suelo se respira mejor). En todo momento no dejó de comunicarse con ella, tratando de tranquilizarla con su voz firme y segura, aunque la situación no diera pie a a demasiadas esperanzas…

Los bomberos tardaron algo más de diez minutos en socorrer a la mujer. Pudieron acceder a su ventana saltando desde uno de los balcones incendiados. Tanto el bombero del megáfono como los héroes que consiguieron rescatarla me ayudaron a pensar que este país no está del todo perdido: aún quedan profesionales capaces de dejarse la piel por cualquier ciudadano anónimo.

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Nota: Mi compromiso moral e informativo con la causa me llevó a sacar alguna foto y un vídeo en el que, pese a su malísima calidad, se pueden escuchar las voces del bombero hablando con aquella mujer. Los pelos como escarpias…

Por cierto…

Crónica de la Noche en Blanco: Lluvia, atascos, miles de personas de muy buen royo, y el Metro cerrado.

Fumata negra

¿Puede un taxista dejar de fumar?. La respuesta es , por supuesto que puede… De hecho, yo dejo de fumar de 20 a 30 veces al día. Enciendo un pitillo y, tras un par de caladas o tres, siempre aparece (ley de Murphy mediante) el usuario de marras con su brazo en alto cuya simple presencia me obliga a apagarlo (nunca fumo con el taxi ocupado). Y entonces pienso:

– Este es el último que me fumo. Se acabó…

Pero en cuanto se baja el cliente, reculo:

– Bueno, venga… uno más.

Efectivamente, soy uno de esos fumadores que quieren dejarlo. Quiero dejar de fumar a raíz de esa ley antitabaco cuya campaña me ha convertido en un fumador arrepentido. De hecho, ahora miro al no fumador con envidia, y si fumo lo hago con miedo, en solitario, desterrado de cualquier local libre de humos, de cualquier niño, o de cualquier no fumador concienciado con la causa. La ley antitabaco se preocupa por la salud del no fumador y por la salud de quien al fin ha sido capaz de dejarlo. Sin embargo, parecen haberse olvidado del fumador arrepentido que no sabe cómo dejarlo, que acumula en cada calada una nueva carga en su conciencia.

Para dejar de fumar, según dicen, necesitamos “fuerza de voluntad”.He visitado unas cuantas farmacias en busca de cápsulas, gotas (o incluso supositorios) para reforzar mi “fuerza de voluntad”, pero nada, que no existen. Tienen pastillas para la memoria, para el sueño o para la falta de concentración, pero para lo mío, nada de nada. Entonces, si mi cuerpo, por sí mismo, no segrega esa fuerza, ¿qué hago?

Nota: He pasado por los parches, los chicles de nicotina, los cigarrillos de plástico, el libro «Es fácil dejar de fumar si sabes cómo» (siete lecturas) y su DVD con el mismo título (cuatro visionados), el libro «Es fácil que las mujeres dejen de fumar», también de Allen Carr (salta a la vista que no soy mujer pero, según mi carácter sensiblón, pensé que podría funcionar… cinco lecturas), y tantos otros libros con igual resultado: después de leerlos, me acabo fumando sus hojas…