– LA EDAD PROHIBIDA –
Después de una ligera búsqueda encontré a la candidata perfecta tumbada al sol, leyendo un libro en la piscina del camping. En esa pose, boca abajo y con su cabello rubio colgando cual cascada amazónica, me fue imposible ver su rostro aunque sí su espalda, sus muslos y un trémulo bikini color tiburón.
Una vez avistada me acerqué con disimulo hasta conseguir enfocar el título del libro, dato importante: Se trataba de «La guerra de los mundos» de H. G. Wells, lo cual indicaba que 1) era española o hispanohablante; 2) aficionada a la ciencia ficción y 3) capaz de sumergirse en su lectura y aislarse pese al ruido de los niños chapoteando y jugando a su alrededor (pasaba hojas y hojas sin despegar la vista ni retirarse la cortina del cabello; nada perturbaba su momento).
Tendí mi toalla a una distancia prudencial, nicercanilejos, y me fui al agua. Después de un par de largos de rigor me mantuve quieto, con los brazos apoyados en el bordillo y la mirada difusa, como distraída pero a la espera de ver, al fin, su cara en un renuncio suyo. Mientras tanto, moviendo las piernas bajo el agua (para aparentar estar haciendo algo) traté de idear una estrategia de acercamiento en función de los datos y las dudas que poco a poco me iban surgiendo: Estaba sola en la piscina (nadie se acercó a ella ni había más bolsos o toallas a su lado), lo cual no quería decir que estuviera sola en el camping. Una chica así no suele viajar sola sino con novio o marido o amigas o incluso padres y hermanos (sin conocer su cara me costaba adivinar una edad concreta o aproximada). Lo del novio o marido me aventuré a descartarlo: el novio o marido de una chica así tiende a ser protector, celoso aunque aparente respetar su espacio. De ser así él estaría ahí, con ella, o al menos su toalla o sus chanclas (para marcar su territorio cual orín de animal enamorado) aunque no se encontrara en ese preciso lugar sino nadando, o en el bar. Las parejas jóvenes que viajan juntas nunca se separan, y los grupos de amigas solteras tampoco, aunque en el caso de haber venido con amigas no las imagino en un camping aislado, sino en un pueblo con mar y bares y noche. Así pues no me quedaba otra opción, crucé los dedos, que la hipótesis de la estancia en familia.
En esto sonó un teléfono desde las tripas de su bolso. La rubia apoyó el libro abierto sobre el césped, metió la mano en el bolso, revolvió en su búsqueda y sacó el móvil. Luego se levantó de espaldas a mí. Al contestar la llamada me topé con su voz un tanto aguda:
– Tía… (…) Sí, en el camping de siempre… llegamos ayer. (…) No sé, tía… mi padre está insoportable. Quiere llevarme mañana a una visita guiada a no sé dónde, pero paso. Prefiero quedarme aquí, a mi bola, ya sabes…
En esto se dio la vuelta. Su cara de niña (más niña aún de lo que pensaba) me sorprendió. Tenía los labios gruesos, brackets en los dientes, mirada azul y unas graciosas pecas salpicando el resto. Me pregunté si llegaría siquiera a la mayoría de edad, lo cual, de repente, me hizo sentir absurdamente culpable. Cuando no sabes si el objetivo en cuestión alcanzó la edad legal de los 18, o si por el contrario aún faltan unos meses o quizás días para alcanzarlos, acabas entrando sin querer en un complejo bucle de dudas. El caso es que tenía cuerpo de mujer, ni un solo rasgo que invitara a pensar lo contrario: Pechos firmes, caderas y curvas bien definidas…
¿Acaso sólo puedes considerar a una mujer abiertamente atractiva (sin que nadie ponga por ello el grito en el cielo) a partir de su 18 cumpleaños (y ni un minuto antes)?
Por si acaso me marché de allí pero pensando en ella sin querer hacerlo; confuso una vez más aunque sin saber muy bien por qué: Me atrae. Me apetece conocerla. Podría encajar en mi proyecto. Su edad no importa. ¿Su edad importa?
Nota: Los hombres redactaron las leyes. Los hombres son imperfectos. Juzguen ustedes mismos.
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