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Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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El tercer ojo

El frenazo pilló a la usuaria tan desprevenida que acabó dándose de bruces contra el respaldo de mi asiento.

– ¡Mierda! – me dijo.

– ¿Se ha hecho daño? – pregunté pseudoasustado.

– No, no… pero acabo de perder una lentilla.

Paré como pude y ambos dos comenzamos a buscar la lentilla por todas partes (por el suelo alfombrillado del taxi, en cada rincón zurcido de la tapicería, debajo de los asientos delanteros…).

Al rato la mujer desistió:

– No te preocupes. Es una de esas lentillas desechables. Llevo más en el bolso.

Sin embargo, nada más bajarse (cual tuerta en el reino de los taxis), comencé a sentirme incómodo. Sabía que aquella lentilla aun estaba en algún recóndito lugar del habitáculo y eso hacía sentirme extrañamente observado. Como si un tercer ojo (distinto al de Dios) estuviera en todo momento percatándose de cada uno de mis movimientos.

– El Gran Hermano me vigila – pensé (pero con el rictus facial de quien parece no estar pensando).

Luego me acordé de las últimas palabras de aquella usuaria: ‘Es una de esas lentillas desechables’ lo cual me tranquilizó y me preocupó a la vez (en una dualidad insoportable): Como todo el mundo sabe, las lentillas desechables tienen una esperanza de vida limitada (agotada la cual, se vuelven ciegas).

Así pues, comprendí que en cualquier momento aquel tercer ojo dejaría de mirarme. Pero, ¿cuándo sucedería? ¿qué duración visual tiene una lentilla desechable?

El caso es que, desde entonces, no puedo pegar ojo.