Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Esos celos bastardos (segunda parte)

Paula salió de Prado del Rey a su hora de siempre y tomó el primer taxi de la parada. Desde el otro lado de la calle arranqué el mío y, manteniendo una distancia prudencial de tres o cuatro coches, me dispuse a seguirlo: Avenida de Portugal, Plaza de España, Princesa, Alberto Aguilera… 

En Alonso Martinez giró a la izquierda y se detuvo en un portal de la calle Miguel Ángel. Paula pagó la carrera, bajó del taxi y entró en el portal. Yo paré mi taxi a su altura y entré tras ella. 

Escuché cerrarse la puerta del ascensor. Me acerqué y comprobé su destino: quinto piso. Con ese dato busqué en los buzones algún quinto piso donde apareciera el nombre de MARIO. Lo encontré de inmediato. El 5º F. La chapa decía:

«MARIO G. R. – PSICOANALISTA -»

Paula nunca me dijo que acudiera a ningún psicoanalista. De ser así, ¿por qué lo tenía como «MARIO CUORE» en la agenda de su móvil?

En cualquier caso, me marché de allí.

Apenas dos horas después recibí una llamada de Paula. Parecía furiosa:

– ¿Por qué leíste los mensajes de mi móvil? – me preguntó nada más descolgar.

– Sólo uno. Bueno, dos. ¿»Necesito verte»? ¿quién coño es MARIO CUORE?

– Mi psicoanalista – me dijo.

– ¿Desde cuándo tienes un psicoanalista? ¿por qué lo llamas CUORE?

– Le llamo CUORE porque me ayudó a superar mi ruptura con Beatriz.

– Espera. ¿Beatriz? ¿quién es Beatriz?

– Es… era mi novia.

– ¿Tu novia? ¿eres… LESBIANA?

– No. Sí. No sé… – y rompió a llorar.

– ¿Bisexual?

– No lo entenderías…  – dijo entre sollozos.

– ¿El qué? ¿que tengo una novia lesbiana?

– Llamé a Mario porque, de repente, me acordé mucho de ella…

– ¿Mientras cenabas conmigo?

– Pensé que sólo conseguiría olvidarme de ella saliendo con alguien completamente opuesto.

– Y tanto. Ni más ni menos que con UN TÍO.

– Necesito seguir a tu lado, Daniel. Estos días han sido increíbles… Te quiero…

– Adiós.

Y colgué. Confuso.

Mundo táctil

Vivo rodeado de pantallas táctiles (la del móvil, la del ordenador, la del navegador GPS, la del monitor de TV del taxi, la del iPad…), de ahí mi lapsus: Se me había metido algo en un ojo. Aprovechando un semáforo me asomé al espejo retrovisor y, en lugar de abrirme el ojo con los dedos para buscar mejor la mota, toqué el espejo con la intención de seleccionar y agrandar la imagen, o algo así. Lo raro fue que nada más tocar el espejo se abrió una pestaña nueva (en mi párpado). Hice doble click en el espejo y aparecieron, de súbito, otras dos pestañas más sobre mi ojo derecho.

Asombrado, pasé el dedo por el reflejo de mi ojo en el espejo, de derecha a izquierda (como quien pasa de una foto a otra en un iPad) y, de súbito, mi ojo se giró 180º, mirando ahora hacia dentro, hacia mi cráneo, sólo ese ojo. Y así acabé: con el ojo izquierdo mirando hacia la calle y el derecho observando mi propio cerebro (con sus chispitas neuronales rodeando la corteza).

Se abrió el semáforo y los coches comenzaron a pitarme. Yo accioné los warning y acerqué de nuevo la cara ante mi espejo para darle con el dedo y retomar así la posición normal de mi ojo invertido. Pero no atiné, y en lugar de darle al reflejo de mi ojo derecho, le di al izquierdo, y me quedé completamente ciego para el mundo exterior, pero con unas vistas en 3D, bien nítidas, de mi coco por dentro.

Las neuronas se movían rápido, como siguiendo un espectacular entramado de terminaciones nerviosas a lo largo y ancho de mi corteza cerebral. Eran azules. Brillaban. Al instante comprendí que todas mis neuronas seguían un mismo camino alrededor del córtex. Un camino que, en su conjunto, formaba una silueta, la silueta de un rostro perfectamente delimitado: frente, nariz, boca, barbilla, cuello, nuca, cabello…

Reconocí la silueta. No existe otra igual en este mundo. Era la tuya. Manda huevos que sólo consiga ver las cosas más claras quedándome ciego. Te amo.