Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Defecto Podemos

Ayer mismo, un votante confeso del Partido Popular me confesó en mi taxi que el único camino cívico a la situación «que se nos viene encima” habría de pasar irreversiblemente por un pacto PP-PSOE, ante lo cual no pude más que responderle:

—¡Caramba! ¿Qué fue entonces de aquel PSOE corrupto que nos llevó a la ruina y hundió España?— dije tirando del argumentario Popular del último lustro.

—Ya, pero es que los de Podemos son peores.

—¿Peores que qué?

—Al menos el PSOE demostró ser fiel a la Constitución.

—¿A qué artículos exactamente? ¿Al Artículo 47 que dice que todo español tiene derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada? ¿Al 128 que dice que toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad estará subordinada al interés general? ¿O al 135 que se cargaron de un plumazo presionados por los grandes inversores?

—Podemos quiere controlar los medios de comunicación, igual que en Venezuela.

—Veamos… ¿quién dirige actualmente la agencia EFE? José Antonio Vera, exdirector de La Razón. ¿Quién dirige los informativos de TVE? Álvarez Gundín, exsubdirector de La Razón. ¿Quién dirige TVE? Sánchez Domínguez, excolumnista de La Razón. Todos ellos, en fin, nombrados sin consenso por el Partido Popular.

—No es lo mismo y, en cualquier caso, si gana Podemos será la hecatombe.

—¿Podría concretar un poco más?

—Yo tengo muchos más años que usted. Sé de lo que hablo. Estos quieren arrasar el país. ¡Mire el Pablo Iglesias ese! ¡Mire qué pintas se gasta!

—Acabáramos. Las pintas de Pablo Iglesias. Haber empezado por ahí.

–Seguro que acaban robando, como todos.

–Presunción de culpabilidad en diferido. Otro argumento de peso, qué duda cabe.

–Cuando le quiten su propia casa, ya lo lamentará.

–¿Se refiere a los bancos?

–No, no. Podemos. Dicen que van a expropiar todas las segundas viviendas.

–¿Pero cuándo y dónde han dicho eso?

–Lo escuché el otro día en 13TV.

–¿Emitieron declaraciones de Pablo Iglesias diciendo eso?

–No, no. Lo dijo un contertulio.

–Mire, déjelo.

–Se nota que es usted de Podemos, ¿eh?

–Yo no soy de nadie, caballero. Cuando ultimen su programa electoral lo leeré, y si me convence, tendrán mi voto. Pero, con independencia de algo tan lógico como es votar unas ideas u otras, no es ni medio normal el linchamiento al que están siendo sometidos. He escuchado auténticas barbaridades sobre ellos que luego han resultado ser falsas, o se han potenciado con la peor de las intenciones. Y esto sólo denota la baja calidad democrática que aún arrastra el país.

El cielo ahora mismo

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

El cielo ahora mismo es la habitación de un fumador soltero. Se deshace el gotelé y los coches no parecen disfrutar de los charcos: tocan el claxon, que es la forma fácil de gritar sin sentirte culpable. En esto se abre el semáforo, pero hay un autobús atravesado justo delante de mi taxi. Un chaval de pie en el interior del autobús me observa con ojos de preso en el vientre de Moby Dick. Se encoje de hombros, dibuja una estrella en el vaho del cristal. Sin duda llega tarde, aunque no parezca importarle demasiado. Giro el volante de mi taxi, intento cruzar aprovechando un hueco entre la barbilla del autobús y el coxis de una furgoneta de paquetería urgente. El conductor del autobús parece un muñeco de playmobil. La misma expresión simpática y sin embargo ausente. Acelero en cualquier caso. Sigue lloviendo. A ambos lados, paraguas. Hay un hombre en la boca del metro vendiendo paraguas. Curiosamente, es el único en la calle que no lleva paraguas. El que vende paraguas lleva un abrigo con capucha. Me fijo también en una pareja compartiendo un paraguas. Él sujeta el pomo. Ella se sujeta al brazo de él. Tal vez si ella le soltara, el chico saldría volando como Mary Poppins. Tal vez sea ella quien le mantiene a él con los pies en el suelo. También hay un hombre sentado en la acera con la mano erguida, pidiendo limosna. A su lado, un cartel en blanco, sin mensaje. Quizás el mensaje se encuentre escrito en el dorso y se confundiera al colocarlo. O quizás el mensaje sea ese: nada.

A todo esto, se me olvidaba. En el asiento trasero de mi taxi viaja una conocida parlamentaria del Congreso que nos representa a todos. No diré su nombre, no diré sus siglas. Sólo diré que en los veinte minutos que duró el trayecto, apenas levantó la vista de su teléfono móvil. Se mostró totalmente ajena a todo lo que os cuento. No observó el atasco, ni los paraguas, ni al vendedor de paraguas, ni a aquella pareja ingrávida, ni al mendigo. Por no fijarse, ni siquiera se fijó en la lluvia.

Nadie es culpable de nada

FOTO: RunioRedMane

FOTO: RunioRedMane

Yo no sé qué le fluye por dentro a ese hombre que viaja ahora mismo en mi taxi, en silencio, observando el tráfico a través del cristal. Es normal en apariencia, todos lo somos (también los asesinos en serie, también los maniaco depresivos, también los banqueros, a simple vista, son normales), pero ahí donde le ves, con su camisa normal, sus pantalones normales, su afeitado normal y sus gafas normales, ese hombre lleva consigo un pasado exacto e inigualable. Y ese pasado habrá forjado su modo de entender el mundo, que será distinto al mío aunque los dos, a fin de cuentas, habitemos ahora mismo el mismo espacio y viajemos juntos a un mismo destino. Y tal vez ese hombre que viaja ahora en mi taxi cambió aquel día que murió su padre, o cuando le tocó un buen pellizco en la lotería, o cuando se arregló los dientes y a partir de entonces busca cualquier excusa para sonreír (cosa que antes evitaba) o, tirando más atrás, cuando le expulsaron por vez primera del colegio, o con la primera y única hostia que le soltó su madre aquel fatídico 3 de marzo de 1983 a las doce y quince de la noche. Tal vez su camino se torció y se enderezó varias veces, o tal vez caiga y se levante con más facilidad que yo. Tal vez tienda a darle mil vueltas a las cosas, tal vez sea tremendamente indeciso, y todo por culpa de aquel penalti que lanzó en 3º de EGB y falló adrede porque la portera rival era la chica que le gustaba, y ni con esas consiguió salir con ella y entonces pensó que, de haberlo sabido, sin duda habría pegado un trallazo en plena escuadra y habría ganado el partido y el respeto de los suyos.

Son esos matices, a veces imperceptibles, los que nos marcan y acaban moldeando nuestra personalidad. Ciertamente no conozco ningún momento clave en la historia del usuario de mi taxi (no por falta de ganas) y sin embargo ahora viajamos juntos, y al mismo destino, lo cual nos llevará a tener un fragmento de pasado en común. De modo que yo habré influido en él y él, inevitablemente, habrá influido en mí (al igual que tantos otros que influyeron en la vida de ambos). Así que, en cierto modo, nadie tiene la culpa de nada.

Hombres salvados por mujeres

FOTO: Jacinta Lluch Valero

FOTO: Jacinta Lluch Valero

Todos cambiamos con el paso del tiempo (ley de vida, supongo), pero cierto es que algunos, más que cambiar por sí mismos, se dejan cambiar o se arrastran o amoldan a sus nuevas mitades. Acaban adoptando los rasgos más suaves de sus propias parejas, mutando de personalidad o tal vez limándola hasta encajar en sus preferencias, borrando a su vez cualquier rasgo propio o escondiéndolo o hibernándolo en la capa más profunda de su esencia innata.

Algo así intuí en aquel matrimonio de mi taxi: él tenía aspecto de tipo rudo aunque amansado, previsiblemente, por la fuerte influencia que sin duda le inyectaba ella. Me juego el cuello a que el tipo en cuestión, antes de conocerla, había sido un pieza de cuidado: el típico juerguista y mujeriego cuanto menos, dominante y difícil de domar, broncas y egoísta, pero ahora reconvertido en cordero dócil, tierno y sumiso con su mujer. Hablaba siempre un tono más bajo que ella, falseando su voz cazallera y colando en cada frase un cariño por aquí, un mi vida o un mi amor por allá, gracias a lo cual conseguía suavizar el trasfondo del mensaje. Si decía, por ejemplo: “Tu hermano es gilipollas, amor” (léase en tono melódico-meloso), no sonaba igual de incisivo que si le hubiera llamado «gilipollas» a secas con un tono más grueso. Había encontrado, pues, la salvación en ella: de bala perdida a balar cual oveja en su redil. Era ella quien le había suavizado, lo cual sin duda alguna (aunque en silencio) agradecía. Quién sabe cómo habría acabado de no haberse topado con la dosis ansiolítica precisa para acallar su poca y mala cabeza.

Algunas mujeres ejercen sin querer de madres salvadoras (raro es el caso opuesto), y es por eso que son y serán siempre intrínsecamente más fuertes que nosotros. No lo llames calzonazos, no. Llámalo supervivencia.

«Votaré al PP sobre todas las cosas»

Y mientras, en TeleMadrid… Consiguen dar la noticia de Francisco Granados sin nombrar al PP pero sí al PSOE (vía @elNota_Lebowski)

Y mientras, en TeleMadrid… Consiguen dar la noticia de Francisco Granados sin nombrar al PP pero sí al PSOE (vía @elNota_Lebowski)

Tras el escándalo de las tarjetas black perpetrado por dos miembros premium del Partido Popular, Blesa y Rato, tras el auto del juez Ruz demostrando una vez más que el PP pagó gran parte de las obras de su sede central con dinero negro (pantallas de plasma incluidas), tras la imputación de Acebes por la compra de acciones de un medio de comunicación afín (más afín aún, curiosamente, después de esa venta de acciones), tras el arresto del pupilo de Aguirre, Alberto Granados, por llevarse sacas de pasta pública a Suiza junto con otros 50 más (el presidente de la diputación de León entre ellos), la reacción de los usuarios de mi taxi más ostentosos, los de la derecha detodalavida, las Cármenes de peluquería diaria y anillos equivalentes al PIB de Urganda, los Borjas de blazer, Rolex y mirada emprendedora, los jóvenes Nicolases de pelo canalla y pulseritas rojigualdas en ambas muñecas, no se han hecho esperar: Todos ellos, sin excepción, como poseídos por una furia incontrolable, nunca vista hasta ahora en mi taxi, han cargado duramente contra Podemos.

—Como gobiernen los perroflautas me voy de España —me dijo uno en frío y sin venir a cuento.

—El Pablito ese quiere traernos Venezuela a España. ¡Qué horror! —soltó otra.

—He oído que lo primero que tienen pensado hacer es controlar todos los medios de comunicación. Igual que en las dictaduras bolivarianas y comunistas—añadió un tercero.

—¿Controlar los medios? ¡Qué escándalo! ¡El PP nunca haría eso! —dije yo con sarcasmo y sin embargo, para mi sorpresa, el tipo pensó que hablaba en serio y me dio la razón:

—¡Por supuesto que no! ¡No hay más que ver lo plurales que son ahora los informativos de TVE o los de TeleMadrid! ¡Da gusto verlos! –(juro que lo decía en serio, sin despeinarse)

Así que lo siento, me rindo. Yo con esta gente no puedo más que tirar la toalla. La derecha genética de este país se ha convertido en una suerte de secta del estilismo: roban, sí, pero saben llevar un traje con elegancia. No como el Pablemos, dios mío, un hombre con coleta. ¡Qué vergüenza!

¿Qué buscan las mujeres?

FOTO: Pixabay

Tal vez buscaras ser retórico al preguntar, desde el asiento trasero de mi taxi, qué buscan las mujeres, pero el trayecto era corto y el tráfico infernal. Así que opté por callarme y contestar por aquí. Espero que de algún modo te llegue, aunque me conformo con que llegue a todo aquel que se formule esa misma pregunta.

La pregunta es un error en sí misma: quien la plantea sin duda cree que todas las mujeres son iguales, lo cual es simplón y rematadamente falso. Es falso, incluso, cuando tu único objetivo es tener sexo con ella y lo que surja. Ni siquiera hay dos mujeres iguales en lo referente al cortejo. Hay talleres de seducción y todos, sin excepción, son zafios (si yo fuera mujer me sentiría profundamente ofendida por esto). Te enseñan seducir a las mujeres como un cazador enseña a abatir corzos. Es más: si a través de esas técnicas consiguieras seducir a alguna, esa mujer no valdrá la pena en absoluto.

Nunca hay que hablar de las mujeres en plural. Deberías plantearte la pregunta de otro modo: ¿Qué busca Laura? ¿Qué busca Maite? ¿Qué busca Sara? ¿Qué busca Eva? Y en las tres habrá un matiz completamente opuesto. Laura busca a un hombre canalla pero con su punto tierno, brutote en las formas pero sensible y detallista en el fondo. Un hombre que se lo curre con ella, capaz de humillarse en el cortejo pero, una vez afianzado, se muestre celoso y posesivo. Maite busca acorralar a un hombre en apariencia seguro de sí mismo aunque de intelecto frágil, con fisuras, potencialmente acomplejado. Sara sin embargo busca el equilibrio perfecto, un hombre exactamente igual que ella y por lo tanto previsible, sin sobresaltos. Prefiere lo aburrido y seguro a cualquier altibajo. Eva, por el contrario, no busca a nadie, así que ni lo intentes. Está plenamente centrada en su oposición a fiscal del Estado y es feliz así. Luego está Magda, que busca a cualquier desconocido que sin apenas mediar palabra la empotre en los lavabos de un tugurio. O Nuria, del Opus y virgen hasta el matrimonio. O Carmen, de tendencia depresiva que busca hombres problemáticos que motiven afianzar sus problemas. O Vanesa, que busca hombres con dinero para sacarles hasta el último euro. O Tania, que no sabe qué busca porque anda perdida y el mismo perfil de hombre podría enamorarla o serle indiferente según el día.

Y luego están los hombres que prefieren moldearse a cualquier perfil de mujer en lugar de buscar a la mujer que encaje en su perfil. Normalmente son hombres abocados al fracaso, aquellos que suelen preguntarse qué es lo que buscan las mujeres.

Y luego estamos aquellos que, en lugar de buscar, encontramos.

Quedan 3 meses y 21 días para el fin del mundo

Pudiera ser que montara en mi taxi una mujer con la cara recién lavada, y que en pleno trayecto le diera por sacar sus bártulos de molar del bolso y que ahí mismo, entre baches y giros y atascos, comenzara a maquillarse. Pudiera ser que por culpa de un frenazo brusco se le cayeran una cajita con polvos de maquillaje sobre el asiento, y que en su intento por sacudir la tapicería con la mano, los polvos quedaran aún más incrustados. Pudiera ser que al marcharse avergonzada y disponerme yo a frotar con fruición el asiento, me percatara del curioso dibujo que habrían formado los polvos sobre el lienzo de la tapicería: una suerte de rostro angelical con sus ojitos, su nariz difuminada y su halo a escasa distancia de la cabeza. Pudiera ser que le hiciera una foto al dibujo y lo colgara en mi muro de Facebook bajo el título “Mirad lo que ha aparecido de repente en el asiento de mi taxi” y que al instante, para mi sorpresa, la mancha en cuestión se convirtiera en un viral con miles de Megusta y centenares de comentarios. Pudiera ser que, entre esos cientos de comentarios, hubiera grupos religiosos tratando de contactar conmigo, instándome a verificar in situ la imagen en cuestión. Pudiera ser que, dado que me aburro como un mono, accediera a quedar con ellos y que un grupo de expertos de la Universidad de Massachusetts sometieran al asiento a un test infrarrojo y analizaran también una muestra del pigmento en cuestión. Pudiera ser que al final concluyeran que la imagen corresponde a San Andrés y los polvos, a un material desconocido por el hombre (que no por la mujer). Pudiera ser que, a partir de entonces, miles de devotos religiosos peregrinaran en dirección a mi taxi, haciendo largas colas para rezarle al asiento y regalarme ofrendas y donativos. Pudiera ser que, a raíz esto, se creara una nueva religión llamada «Simpulsianos del Último Día» (a raíz de mi perfil en Twitter: @simpulso) y que miles de devotos quedaran a merced de mis palabras. Pudiera ser que el mensaje analizado del ordenador de abordo de mi taxi «Quedan 3 meses y 21 días para su próxima revisión» fuera interpretado como una señal correspondiente a la fecha exacta del fin del mundo, y por lo tanto sólo se salvarían aquellos simpulsianos que en dicho día se encontraran dentro de un taxi. Pudiera ser que miles de simpulsianos repartidos por todo el mundo acabaran comprando todas las licencias de taxi de su ciudad con la intención de asegurarse un asiento el día del juicio final. Pudiera ser que los taxis del mundo entero acabaran en manos de simpulsianos que aprovecharían, a su vez, para convertir en sus creencias a todos y cada uno de los clientes que usaran taxis. Pudiera ser que al llegar el día del juicio final yo me encontrara en paradero desconocido, gastándome la pasta acumulada.

¿Te parece absurdo lo que cuento? Exacto.  La diferencia entre secta y religión está en su número de adeptos.

Los límites del humor (versión beta)

Chica conoce a chico en Twitter. Intercambian menciones (respuestas simpáticas a tuits ocurrentes). Llegan los DMs. Más DMs. Deciden agregarse en Facebook. Chica ojea las fotos del chico (le resulta interesante). Chico pincha en el álbum “Verano 2013 Ibiza con amigas” de la chica (se centra en su figura en bikini y en el piercing de su ombligo). Empiezan a chatearse. La primera noche, cuarenta minutos. La segunda, hora y media. La tercera, deciden quedar. Ella es de Madrid, él de Fuenlabrada. Ella vive con sus padres. Él vive solo, en el piso que en su día compró con su exnovia. Para mayor comodidad de ella, acuerdan quedar en el Mercado de San Miguel de Madrid. Él se acerca en coche y lo mete en el parking de la Plaza Mayor. Ella acude en Metro. Al verse a las nueve treinta en la puerta del mercado, se reconocen enseguida. Deciden tomarse unas cañas y picar algo en los puestos del mercado. El encuentro cara a cara parece funcionar. Las cervezas ayudan.

Después de cuatro o cinco cañas con sus pinchos, deciden pasarse al gintonic en un local más apartado. Y al segundo gintonic, se besan. Y al cuarto gintonic, pasadas ya las tres de la madrugada, el chico propone a la chica dormir en su casa. En Fuenlabrada.

—Venga, vale. ¿Cómo iremos?

—En mi coche. Lo tengo ahí mismo, en el parking.

—Ni hablar. Bebiste demasiado.

—Tranquila. Yo controlo.

—En serio. No insistas. Olvídalo.

Al final el chico, por no dejar su coche toda la noche en el parking, decide marcharse solo a casa. Por el camino, le paran en un control de la A-42, y cuadruplica la tasa de alcoholemia permitida. Le quitan en carnet, se lleva el coche una grúa, y el chico queda a la espera de vérselas con un juez.

La chica, por el contrario, toma un taxi de camino a casa. Mi taxi, para ser exactos. Tal vez movida por el alcohol, se arranca a hablar conmigo sin parar. Me cuenta toda su historia con aquel chico: que la cosa, en un principio pintaba bien, pero que al final la cagó comportándose como un niñato por culpa de lo del coche. Llegamos a su casa, se marcha, y en esto se deja olvidado el móvil en mi taxi. Caigo en la cuenta poco después de arrancar, cuando me sorprende un pitido en el asiento trasero del taxi. Me giro y encuentro su iPhone. El pitido corresponde a un Whatsapp del chico. Lo abro y leo: “Menudo putadón, tía. Acaban de trincarme en un control de alcoholemia. Multaza con juicio, sin puntos, y encima se llevan el coche (emoticono triste)”.

No puedo evitar hacerme pasar por ella y le contesto: “Te jodes, por niñato. Si hubiéramos pillado un taxi, ahora me tendrías en tu cama (emoticono de berenjena, emoticono de boca abierta)”.

Al instante llama la chica a su mismo móvil. Contesto: «Sí, sí. Aquí lo tengo. Doy la vuelta y regreso a tu portal en dos minutos». Me acerco de nuevo a su casa y le entrego el móvil. La chica me da mil gracias y se marcha. No sé qué pensará cuando vea el mensaje que envié en su nombre. Tal vez se lo tome con humor, tal vez justo lo contrario. Me pueden las formas, lo sé. Y lo siento.

Nota: En mi defensa diré que me reí bastante.

Pequeño manual del escritor dormido

FOTO: Bas Leenders

FOTO: Bas Leenders

Escribe. Aunque sólo sea para soñar con ligarte a esa chica, o para ordenar sobre el papel tus pensamientos. Escribe. Aunque no te guste lo que leas, aunque no te reconozcas. Aunque duela. El dolor es el paso necesario hasta alcanzar la verdad, aunque mientas, aunque ficciones otros mundos, siempre habrá posos, rastros de ADN en tus palabras, huellas más allá de lo que pisas. Y si hace años que no escribes, recupera esos escritos, léelos, viaja a través de ti mismo, recuerda quién eras, cómo eras, en qué te has convertido y pregúntate, en fin, qué pasó. Qué maldito infortunio provocó tu retirada de las letras, por qué huiste sin más. El devenir de la vida no es excusa, el trabajo no es excusa, las facturas no lo son, tampoco el zapping, ni el bostezo, ni la página en blanco. La página en blanco no existe, recuerda eso. De una página en blanco surgió Hamlet, surgió Trainspotting, surgió Memorias De Mis Putas Tristes. Sé sincero. Dejaste de escribir por miedo a ti. Aterra a veces hondear demasiado en uno mismo, tocar en hueso y seguir taladrando, y tal vez pienses que es mejor simplificar tus días, dormir en blanco por las noches, vivir con lo puesto y dejarte llevar por unas olas que no has provocado. Pero amar es desnudarse y demostrarlo, sentir frío, ser valiente y cobarde a la vez, estar vivo. Amar es escribir y viceversa.

¿Que realmente no sabes de qué escribir? Sal a la calle. Entra, por ejemplo, en un supermercado. Acércate a la caja y observa qué está comprando esa chica. Cereales, dos de leche, tarrina de helado de 500 ml., pizza margarita congelada, una bolsa de lechuga mezclum, un brick de caldo de pollo, vinagre de Módena, pack de seis Cocas Zero, bastoncillos para los oídos y una caja de (seis) condones Nature. Observa, además, en qué lugar de la cinta mecánica ha colocado cada producto. Primero, la tarrina de helado. Y los condones, entre la pizza y el caldo de pollo. Bien. Ahí tienes una historia. Un perfil. Tira del hilo y constrúyete un mundo alrededor. ¿Qué crees que hará la chica nada más salir del super? ¿Qué plan tendrá esta noche? ¿Y mañana sábado? ¿Cumplirá sus deseos o entrará en conflicto? Ahí lo tienes.

Ahora escribe esa historia de una sentada. No importa el estilo, ni el tono: ya lo pulirás. Después, léelo. Habrá algo de ti en ese escrito. Es más: habrá más de ti que de ella. Ella no es más que una excusa. Apenas un hilo conductor. Una puerta. Ábrela. No hay cojones. Ábrela.

Ojos blindados al mundo

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Conduzco un taxi por las calles de Madrid, capital del Reino, de modo que raro es el día que no me cruce con decenas de coches oficiales de ministros, diputados, consejeros, concejales, subsecretarios y demás altos cargos (y cargos medios) del Estado. En los últimos días me he dedicado a observarles en los semáforos (siempre y cuando no llevaran los cristales tintados o coches y motos de escolta abriéndoles el paso cual Moisés de los atascos, alegando «motivos de seguridad»). Los que sí se detienen (cargos medios, como digo) ya mantienen el semblante sereno de quien se intuye inmune a todo. Nunca miran a la calle y, cuando hablan por teléfono, observan sus uñas, o inclinan la mirada al interior del vehículo o al suelo. Jamás he conseguido cruzar la mirada con ninguno de esos hombres (y mujeres) de Estado. Suena raro, ya que es fácil hacerlo con cualquiera, en cualquier semáforo. Pruébalo y sabrás de lo que hablo. Prueba a observar fijamente al conductor o el acompañante de un vehículo cualquiera y ya verás cómo al instante cruzará su mirada contigo. Por eso digo que estos tipos son de una pasta especial, o se creen de una pasta especial, o tal vez tengan miedo de mezclarse con la gente, de clavar su mirada en un taxista, o en un mensajero o en un tornero fresador que se dirige al trabajo. Nunca, jamás, he conseguido que giraran su cabeza hacia la calle, hacia los coches, hacia el asfalto. Ni tocando el claxon.

Viajan de su casa al organismo oficial perpetuamente acompañados, protegidos. Ni siquiera han de esperar o caminar hacia el coche: la escolta y el chófer (perfectamente trajeados) les aguardan en doble fila en el portal de su finca, o en la puerta del restaurante, o en el salón de belleza, y ellos dicen dónde ir y desconectan, o hablan por teléfono, o leen sus papeles, y no saben, no interesa, qué se cuece fuera, en la calle, como si la calle estuviera representada únicamente en sus cifras, en sus gráficos, en sus informes. Y toman decisiones teóricas cuya práctica nos afecta a todos. Y nunca llegan a conocer las consecuencias exactas de sus actos porque no miran a la gente, rehuyen las miradas. Por lo tanto, no son de fiar.