Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Besos suspensivos…

Guardo en la retina de mi espejo retrovisor cientos de besos. Miles de momentos usuáricos con dos pares de labios como telón de fondo. Y tras cada beso, un mundo transcrito en mi taxi-libre-ta:

Besos de enamorados. Besos del sapo a su princesa. Besos de peli muda, besos de ciencia ficción, besos de cortometraje y besos de cine porno.

Besos homosexuales y besos heterodoxos. Besos primerizos. Besos sin lengua: Millones de besos sin lengua. Besos en las mejillas, besos en el cuello y en la nuez. Besos entre una mujer blanca y un hombre negro.

Besos daltónicos. Besos etílicos.

Besos con las gafas empañadas. Besos sonoros y besos con sordina. Besos meticulosos (como si los labios del otro fueran un mundo sin explorar donde no cabe mapa, ni brújula, ni GPS, ni detector de salivas).

Besos húmedos y besos con halitosis. Besos bañados en lágrimas y besos muertos de celos, y besos desde el borde de un abismo hasta el borde de otro abismo. Besos que son mundos dentro de otro mundo dentro de otro mundo.

Besos con tortazo adjunto. Besos asépticos. Besos al teléfono móvil cuando el otro no está. Besantes que escanean el paladar del besado. Besos en la mano de su primera cita. Besos en la entrepierna de su tercera cita.

Besos envenenados y besos embalsamados. Besos que nunca dicen nada. Besos fríos y besos que derriten la tapicería del taxi. Besos con dientes. Besos urgentes y besos pausados.

Besos en la frente y en la barbilla: 69 besos.

Besos entre ventrículos y aurículas. Besos chulos y besos tímidos. Besos con los ojos abiertos y besos con los ojos del alma hinchados. Besos con sabor a menta, besos de Actimel. Besos de bienvenida y besos de aDiós

y besos de quien quiere no querer nunca quererte…

Ohm…

Relax, relax, relax… me digo mientras trato de encontrar un hueco entre dos coches que ahora giran, y frenan, y casi chocan con un tercero justo antes de abrirse el último puto semáforo de un José Abascal en parada cardiorrespiratoria, agonizante. Relax, relax… y acelero, y sorteo a un malabarista argentino, seguro que es argentino, el mismo que ahora se quita el sombrero en busca de monedas por entre decenas de coches que no pueden moverse, que mueren tras mi espejo de impotencia (cual niños jugando a presionar su vena aorta), y entonces tomo el Paseo de Recoletos a la derecha, justo donde cinco coches oficiales esperan en doble fila a sus correspondientes peces gordos, y pienso en peces, y miro al cielo: no llueve. Los peces gordos no tardarán en morir de asfixia. Relax… y un Agente de Movilidad con cara de pez poniendo multas, y un hombre gordo con bigote y pinta de comisario que cruza sin mirar (¿le atropello?), y otro en bici, y una mujer que me mira con ojos de no haber dormido en los últimos quince años, y un vagabundo buscando cáscaras de vida en la misma papelera donde otro vagabundo acaba de tirar una American Express sin fondos, supongo, y una joven guapísima, con su coleta y su gorra roja y su abrigo rojo repartiendo el 20minutos a la salida del Metro, y otro semáforo en verde después de otro semáforo en rojo, el mismo rojo que la gorra roja de la repartidora verde del periódico rojo, y mi taxímetro apagado por falta de argumentos. Y el horizonte más lejano se encuentra a diez metros, y me falta el aliento porque me he dejado las branquias en casa, porque yo también soy un pez aunque no tan gordo como esos otros peces gordos que se comen a los chicos. No tengo hambre. Relax, relax… y subo el volumen de la radio, Sultans of Swing de los Dire Straits, y a lo que veo le sumo lo que escucho, cada acorde nítido, y lo sumo también a lo que respiro, porque huele a una mezcla de tubos de escape, alergia primaveral y electricidad estática (¿a qué huele la electricidad estática?), y el tacto áspero del volante, de la palanca de cambios, del reloj, de cada goma de cada calcetín, y me pican los ojos, y me los toco porque soy tacto de tu tacto. Mi tacto. Tu tacto. Su tacto. Nuestros tactos. Vuestros tactos. Sus dedos. Me estoy volviendo loco. Irreversiblemente loco. Relax…

Colección de silencios

En mis post nilibres niocupados siempre hablo de conversaciones, de diálogos o de monólogos dentro del taxi.

¿Pero qué pasa con el silencio?

Ese silencio usuárico.

Silencio cómodo Vs. silencio incómodo:

Hay silencios que comienzan nada más indicarme el destino y no mueren hasta alcanzarlo. Esos son silencios cómodos, por su pacto interpretado entre líneas cuando el usuario parece ocupado (o bien simula estarlo) navegando en el menú de su teléfono móvil, o pasando las páginas del periódico con (dudoso) interés.

También parecen abonados al silencio aquellos que miran a través de su ventanilla sin reparar en nada más allá de sus propios adentros.

Luego están los silencios incómodos. Silencios forzados que irrumpen de súbito tras una larga conversación, cuando ya no queda más que decir, o bien cuando el tema que tratamos se pierde en su propia muerte súbita: ¿Cuánto puede durar una conversación entre dos desconocidos acerca del tiempo (el meteorológico, no el metafísico)?

………..

Flashback: Una vez comencé a hablar con un usuario del tiempo (como factor meteorológico), y acabamos debatiendo sobre la influencia de Nietzche en la Alemania Nazi mediante una curiosa concatenación de temas: Del tiempo pasamos a hablar del Sol, del Sol a su influencia en nuestro estado de ánimo, de ahí al factor mitológico de los astros (el Deus Sol Invictus, o ‘el invencible Dios Sol’, los Dioses Paganos, etc.) y de ahí a la influencia del Paganismo en la figura de Hitler. Y de Hitler pasamos a Nietche por culpa de un semáforo estropeado que, dicho sea de paso, provocó un tremendo atasco en la misma Plaza de la Diosa Cibeles.

………..

El silencio entre un taxista y el usuario sólo puede ser incómodo cuando te importa, en mayor o menor medida, el contrario. Cuando sabes e interiorizas que el otro está ahí, a escasos centímetros; un ser humano tan humano como tu propio ser. Cuando sabes que no transportas paquetes, o ganado (aunque si fuera por el olor que desprenden algunos…).

Por eso creo que no hay silencio cómodo sino empatía de menos.

Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla

Camino del Aeropuerto:

– Pues… me voy a pasar unos días a Cancún, ya sabe: sol, mujeres ligeritas de ropa, coctails, playas paradisiacas… – me soltó el usuario (allá donde más duele).

– Suena bien… – dije enseñándole los dientes a través del espejo.

– Y usted se queda en Madrid, ¿verdad? – me preguntó con cierto regustillo cabroncete.

– Ehhh… no. ¡Me voy!. ¡Me voy hoy mismo a… las Fallas!. ¡A ver las Fallas! – improvisé (no te jode…).

Así que, por culpa de unos cuantos pecados capitales (ira, envidia, etc.) proyectados en aquel usuario, tiré de contactos y en apenas diez minutos conseguí una cabaña a pie de playa en uno de esos campings que violan y salpican, a partes iguales, la costa levantina.

Pasé por casa para arramplar con lo básico (un bañador estampado, un par de mudas, 10 bolis bic, un paquete de 500 folios, tres baterías extra para el ordenador portátil y mi patito de goma Made in Hong Kong) y pocos minutos después del mediodía (P.M) salí de estampida con mi taxi a cuestas y el depósito lleno hasta las trancas (y barrancas).

En apenas cuatro horas (sin paradas, respetando las normas) ya estaba merodeando por un precioso pueblo de la costa levantina. Estaban en Fiestes Falleras:

(Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla):

Aprovecharé para desconectar del mundo por un número indeterminado de días (aún no lo he decidido; según la inspiración).

…y aparcaré mi taxi, bien a la vista, junto a la cabaña.

…y escribiré hasta que se me borren las huellas dactilares.

…y le pondré un Nick distinto a cada ola del mar (vuestros Nicks, por supueso).

… y comeré arroz avanda hasta que me salgan granos.

…y meditaré sobre lo humano, lo divino y lo taxístico.

…y me acordaré de nadie y os recordaré a todos.

…y apagaré el teléfono, y desconectaré mi sentido arácnido.

…y escribiré, y escribiré y escribiré hasta que al fin explote por sobredósis cada puta letra de la R.A.E.

Los cinco sentidos

Nunca se había montado en mi taxi un tipo tan normal. Su rostro era normal, su peinado era normal, sus gafas eran normales, su camisa era normal, su pantalón, su reloj y sus uñas eran normales. Me indicó su destino usando un tono de voz de lo más convencional. Un destino, por otra parte, bastante típico…

Luego mantuvimos una conversación de lo más normal. Sobre el tráfico, el tiempo y todo eso. A intervalos, el hombre miraba a través de su ventanilla con una expresión neutra, que no me decía nada.

Antes de bajarse, con el taxímetro marcando 4,85€, me tendió un billete de 5 € y me hizo una seña (la típica seña de mano extendida) para que me quedara con el cambio.

– El clásico redondeo – pensé.

Momentos después de perderle de vista me di cuenta que, en una ciudad como Madrid, conocer a alguien tan normal resultaba, cuanto menos, extraordinario. Se podría decir que su normalidad lo delató. Era tan normal que merecía la pena hacer de él una mención especial. Una estatua en cualquier plaza, o un post, o lo que sea.

Mi taxi es como la energía: Ni se crea, ni se destruye; solamente se transforma. No se crea porque es agnóstico. No se destruye porque está asegurado a todo riesgo. Y, sin embargo, se transforma en cada trayecto, con cada usuario. Porque en mi taxi siempre pasa algo. Ningún día es igual que el anterior, así como ningún usuario se parece a cualquier otro. Cada cual se dirige a un punto distinto, de su oficina al bar de copas, del hotel donde se hospeda al tanatorio municipal o del burdel a la Iglesia. Y todos me hablan en un tono distinto, y su piel desprende un olor distinto, y su destino demuestra una historia distinta. Como piezas de un puzzle urbano difíciles de encajar.

En este mundo están pasando cosas increíbles. Detalles que, si no prestamos la suficiente atención, acabarán pasando inadvertidos. Si quieres sacarle el mayor provecho a esta vida, te recomiendo que cojas un taxi, bajes la ventanilla y abras bien los ojos, los oídos, la nariz. Te recomiendo que saques la lengua y extiendas los dedos para tocarlo y besarlo todo.