Guardo en la retina de mi espejo retrovisor cientos de besos. Miles de momentos usuáricos con dos pares de labios como telón de fondo. Y tras cada beso, un mundo transcrito en mi taxi-libre-ta:
Besos de enamorados. Besos del sapo a su princesa. Besos de peli muda, besos de ciencia ficción, besos de cortometraje y besos de cine porno.
Besos homosexuales y besos heterodoxos. Besos primerizos. Besos sin lengua: Millones de besos sin lengua. Besos en las mejillas, besos en el cuello y en la nuez. Besos entre una mujer blanca y un hombre negro.
Besos daltónicos. Besos etílicos.
Besos con las gafas empañadas. Besos sonoros y besos con sordina. Besos meticulosos (como si los labios del otro fueran un mundo sin explorar donde no cabe mapa, ni brújula, ni GPS, ni detector de salivas).
Besos húmedos y besos con halitosis. Besos bañados en lágrimas y besos muertos de celos, y besos desde el borde de un abismo hasta el borde de otro abismo. Besos que son mundos dentro de otro mundo dentro de otro mundo.
Besos con tortazo adjunto. Besos asépticos. Besos al teléfono móvil cuando el otro no está. Besantes que escanean el paladar del besado. Besos en la mano de su primera cita. Besos en la entrepierna de su tercera cita.
Besos envenenados y besos embalsamados. Besos que nunca dicen nada. Besos fríos y besos que derriten la tapicería del taxi. Besos con dientes. Besos urgentes y besos pausados.
Besos en la frente y en la barbilla: 69 besos.
Besos entre ventrículos y aurículas. Besos chulos y besos tímidos. Besos con los ojos abiertos y besos con los ojos del alma hinchados. Besos con sabor a menta, besos de Actimel. Besos de bienvenida y besos de aDiós
y besos de quien quiere no querer nunca quererte…