Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Tus huellas en mi nieve

Siempre que nieva creo que estás ahí debajo, tumbada. Fría y viva, como tú eres. Que duermes cubierta por un manto blanco.

Siempre que nieva pienso en sacar la pala y buscarte. Desenterrarte. Escarbar por toda la calle, sudando vaho, desesperado.

O mearlo todo para derretir la nieve. O esnifar la calle. O tumbarme y hacer el ángel y levitar y buscarte desde lo alto. O hundir mi nariz en la nieve y seguir tu rastro. O hundir dos cables pelados y esperar a que chispees. O pasar con mi taxi, calle arriba, calle abajo, calle arriba, calle abajo, hasta que mis ruedas te hagan gritar y escupir nieve.

Y, de encontrar tu cuerpo, te llevaría en brazos a la bañera de mi casa y abriría el grifo del agua caliente hasta que abrieras los ojos y me reconocieras. Entonces te preguntaría:

– ¿Por qué sólo apareces en invierno?

Después te abrazaría cual gota agarrada a la punta de una estalactita, pensando que somos lo mismo pero distintos. Distintos estados de un mismo agua.

Aunque mis huellas cubran el suelo antes que tu nieve.

Voces y cuerpos

Mi último estudio como Licenciado en Espejología del Profundismo ha sido un rotundo fracaso. Tras largos años de notas taxiales sigo sin encontrar relación alguna entre la voz de mis usuarios y su propio físico.

Hay personas gruesas con la voz dulce, rostros dulces con la voz gruesa, niñas lindas con la voz áspera, señoras feas con la voz sensual y apetecible, señores con bigote y canas con la voz aguda, hombrecillos agudos con la voz ronca, cachas con voz de tirillas. Hay voces copulables en cuerpos antieróticos, cuerpos copulables con voces antieróticas, niños con voz de hombre, casados con voz de viuda…

¿Cómo poder buscar tal relación si ni siquiera mi propia voz se asemeja a mi físico? Yo que tengo la voz peinada, y soy calvo…

Nota urgente: Si hay alguien en la sala cuya voz se corresponda con su cuerpo, por favor, que se ponga cuanto antes en contacto conmigo. Tengo que entregar el estudio mañana, en la UAM, y aun no tengo nada.

Desdoblamiento

Me desperté con un fuerte dolor de cabeza (provocado, supuse, por el golpetazo que me había dado la noche anterior tratando de hacer el salto del Pato).

Soy muy aprensivo en lo que respecta a los dolores (¿y si es un derrame?, ¿o una embolia?) así que, sin pensármelo dos veces decidí acudir al Ramón y Cajal para que me hicieran un scanner y salir de dudas. Así que me vestí rápido, bajé a la calle y busqué un taxi.

Entonces me ocurrió algo sorprendente. Tras tres tristes taxis ocupados conseguí parar uno libre y, al montarme, palidecí: ¡No podía ser!, ¡El taxista era yo mismo! Por alguna extraña razón (el golpe, quizás), mi cuerpo se había desdoblado en dos para juntarnos, azar mediante, en mi mismo taxi.

El taxista, osea, yo, osea, él, al verme, también se quedó pálido (los ojos como faros halógenos y la boca en cuarto creciente)

– ¡Pero si soy yo! – me dije al taxista.

– ¡Pero si soy yo! – me dije al usuario.

– ¿Me puedo llevar, por favor, al Ramón y Cajal? – me pregunté desde el asiento de atrás.

– Eh… ¡claro! – me dije accionando el taxímetro.

Lo que siguió fue la conversación más rara que he mantenido nunca en mi taxi. Hablaba, me veía y me escuchaba a la vez.

– ¿Y te duele mucho la cabeza? – me pregunté (por preguntar algo).

– Tú sabrás. Menuda hostia te pegaste anoche con la mesilla… – me dije, con tono despectivo.

Al llegar el taxista, o yo, me dije/dijo que si quería que me esperara para saber qué tal había ido la prueba.

– Si quieres te llamo por teléfono y te cuento – me dije.

– Si me llamas por teléfono, comunicarás; tenemos el mismo número, gilipollas… – me dije el taxista. – Mejor te espero aquí, y cuando salgas te llevo a casa.

Su/mi taxímetro marcaba 9,80€.

– ¿Te dejo algo de señal, o te fías?

– No te soporto…

En el hospital, un médico clavadito a Barack Obama (pero en blanco), me hizo el correspondiente scanner. No tenía nada (todo estaba en su sitio), pero por si acaso me dio una pastilla que me hizo efecto en seguida.

El dolor de cabeza desapareció antes de que la pastilla me llegara al estómago. Salí del hospital feliz, corriendo a contarle a mi otro yo que no tenía una embolia, ni un derrame, ni nada, pero mi/su taxi ya no estaba. Mi otro yo se había esfumado.

Ahora estoy confuso. No sé qué hacer para encontrar mi taxi. No sé dónde se habrá podido meter mi otro yo: Mi yo taxista.