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Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Tu recuerdo caníbal

FOTO: Logga Wiggler

FOTO: Logga Wiggler

Me marcaste a fuego por dentro igual que se marca al ganado en el matadero. Sí, lo reconozco. Soy ganado. Me ganaste.

Pienso en ti y te busco por dentro, y te muerdo por dentro, y te como por dentro para saber a qué sabes después de tantos años. Busco en mi cabeza neuronas con tu nombre, tu bandera en el Everest de la memoria, y cada vez que te encuentro y te muerdo y te trago, sabes amarga, a margarita deshojada y a formol, y me atraganto pero al menos alimentas. Al menos sobrevivo un poco más.

Pero a veces calculo mal: voy a tientas, palpo tu marca entre las grietas blandas del cerebro y en lugar de morder el punto exacto muerdo otra cosa, no sé, un cachito del lóbulo occipital, o del lóbulo oczapecual y pierdo la vista, o me falla mi capacidad cognitiva, o se me paraliza medio cuerpo y el otro arrastra el doble de su peso, o me da por babear, o por coleccionar musgo, o por odiar al diferente.

Por eso, si alguna vez te cruzas con algún tonto, si montas en un taxi y piensas: este taxista es idiota, o crees que al vecino del quinto le falta un hervor, o no entiendes por qué hay reos que simpatizan con sus verdugos, ten en cuenta que, tal vez, todos ellos antes eran listos. Fueron listos pero el recuerdo caníbal les consumió por dentro.

La casa

Tengo una casa en mi cabeza, la típica casa en la que sueñas vivir, ya sabes, con su jardincito, su pequeña piscina, su garaje para mi taxi y una buhardilla donde escribir. También tengo pensado que viviré solo, y que yo mismo me encargaré de limpiar el polvo y de planchar la ropa (me encanta planchar: siempre que plancho me imagino capitán de un barco aplanando las olas del mar). 

Y en la casa de al lado vivirá una vecina de esas con un marido que viaja mucho. Perros no. Ni gatos. Me angustian los vertebrados que no hablan.

Con el tiempo he ido perfeccionando cada detalle de esa casa hasta tal punto, que ahora la tengo perfectamente instalada en mi cabeza. Y recorro sus pasillos mentalmente, y entro en el baño de abajo, todo está muy limpio, y me veo escribiendo en la buhardilla, por ejemplo, lo que lees. Esto que lees ahora está escrito desde la buhardilla de mi casa de dentro.

Pero últimamente me está pasando algo inquietante. Desde hace un tiempo no puedo evitar asociar habitaciones de esa casa con mis estados de ánimo. Cuando algo me asusta, me veo de inmediato en la habitación del fondo del pasillo a la derecha, acurrucado en la esquina opuesta a la ventana. O cuando estoy motivado, me veo en el salón, donde se encuentra el equipo de música. O si cambio de estado de ánimo, me veo subiendo o bajando las escaleras de mi casa de dentro. O si monta en mi taxi alguna guapa usuaria me veo en el dormitorio. Pero no en el mío real, sino en la cama con dosel de mi casa de dentro.

Anoche, por ejemplo, desperté flotando en la piscina. Mi psiquiatra dice que la piscina representa el vientre de mi madre, que me ahogaba en su líquido amniótico. Yo no sé qué pensar. Estoy confuso.

Mundo táctil

Vivo rodeado de pantallas táctiles (la del móvil, la del ordenador, la del navegador GPS, la del monitor de TV del taxi, la del iPad…), de ahí mi lapsus: Se me había metido algo en un ojo. Aprovechando un semáforo me asomé al espejo retrovisor y, en lugar de abrirme el ojo con los dedos para buscar mejor la mota, toqué el espejo con la intención de seleccionar y agrandar la imagen, o algo así. Lo raro fue que nada más tocar el espejo se abrió una pestaña nueva (en mi párpado). Hice doble click en el espejo y aparecieron, de súbito, otras dos pestañas más sobre mi ojo derecho.

Asombrado, pasé el dedo por el reflejo de mi ojo en el espejo, de derecha a izquierda (como quien pasa de una foto a otra en un iPad) y, de súbito, mi ojo se giró 180º, mirando ahora hacia dentro, hacia mi cráneo, sólo ese ojo. Y así acabé: con el ojo izquierdo mirando hacia la calle y el derecho observando mi propio cerebro (con sus chispitas neuronales rodeando la corteza).

Se abrió el semáforo y los coches comenzaron a pitarme. Yo accioné los warning y acerqué de nuevo la cara ante mi espejo para darle con el dedo y retomar así la posición normal de mi ojo invertido. Pero no atiné, y en lugar de darle al reflejo de mi ojo derecho, le di al izquierdo, y me quedé completamente ciego para el mundo exterior, pero con unas vistas en 3D, bien nítidas, de mi coco por dentro.

Las neuronas se movían rápido, como siguiendo un espectacular entramado de terminaciones nerviosas a lo largo y ancho de mi corteza cerebral. Eran azules. Brillaban. Al instante comprendí que todas mis neuronas seguían un mismo camino alrededor del córtex. Un camino que, en su conjunto, formaba una silueta, la silueta de un rostro perfectamente delimitado: frente, nariz, boca, barbilla, cuello, nuca, cabello…

Reconocí la silueta. No existe otra igual en este mundo. Era la tuya. Manda huevos que sólo consiga ver las cosas más claras quedándome ciego. Te amo.

31 días conmigo mismo (Día 25)

– BIOPSIAR TU PROPIO CEREBRO –

Según dicen, los mejores historiadores de un país suelen ser precisamente extranjeros por esa visión objetiva implícita en su distancia. Así pues decidí alejarme del camping caminando por la playa y luego campo a través, hasta alcanzar lo alto de una loma desde donde se podía divisar toda su extensión: la entrada de acceso por carretera, las parcelas con tiendas y caravanas, los bungalows, la piscina, el Market, el bar de Leyna, los aseos y duchas y el camino hacia la playa. ´

Desde aquella loma el camping tenía la forma de un cráneo diseccionado, con sus dos hemisferios cerebrales perfectamente delimitados por el camino de asfalto:

En el hemisferio izquierdo (el del raciocinio) estaba, precistamente, el bar de Leyna, la lavandería, el bungalow de Miss Fisher y la parcela de unos catalanes que se pasaban el día haciendo sudokus.

En el derecho (el de los sentimientos) estaba mi bungalow, la parcela vacía de Beatriz, otras dos parcelas habitadas por cinco moteros que llegaron hace tres o cuatro días (anoche jugué al poker con ellos y perdí, por cierto), la piscina (el agua podría ser un derrame de mi materia gris) y el acceso a la playa.

Todo, en fin, encajaba a la perfección. Aquel camping de mis últimos 25 días era un cerebro en medio de la nada, tal vez el mío propio sacado de mi mismo cuerpo. Puede que mi estancia aquí no fuera casual, sino una oportunidad única para conocerme desde fuera, biopsiar mi propio cerebro con forma de camping, analizar las muestras extraídas y sacar conclusiones.

Nota: En esto me di cuenta de algo. El techo de todos los bungalows eran de color madera excepto el del mío. El techo de mi bungalow era el único negro. ¿Será un tumor? 

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