Apenas me fijé en ella cuando subió a mi taxi. Yo estaba inmerso en otras cosas, inventando migas de pan para los pájaros de mi cabeza. Tan sólo escuché que me dijo: «Buenas noches. A la estación de Atocha, por favor» y por inercia accioné el taxímetro e inicié la marcha. Los pájaros continuaban picoteándome el cráneo, así que decidí matarlos a cañonazos echando mano de mi propio kit de supervivencia: una carpeta con CDs de música.
Aprovechando el siguiente semáforo tomé un CD al azar y lo introduje por el sexo del equipo. Al instante comenzó a sonar, a un volumen que no esperaba, los primeros acordes del Are you gonna be my girl.
En esto la usuaria comenzó a percutir con su pie el suelo del taxi, siguiendo el ritmo de la música.
– Me encanta este tema. ¿Podrías subirlo un poco? – me dijo.
– ¿Más?
– Sí. Por favor.
Subí el volumen a un nivel obsceno y entonces la chica comenzó a mover la cabeza y los hombros. Contagiado por su necesidad de seguir el ritmo, comencé yo también a percutir las manos sobre el volante. Y luego a mover el cuello, y luego el tronco. Y a cantar con ella.
– ¡Wow! Dan ganas de salir a la calle a bailar – me gritó.
En un arranque de simpulsismo, frené el taxi en plena calle Serrano y abrí mi puerta.
– Sal conmigo. Bailemos – dije.
La chica me sonrió y sin pensarlo siquiera abrió su puerta y salió a la calle. Ambos comenzamos a bailar alrededor del coche hasta quedarnos delante, aprovechando la luz de los faros como dos rockstars en el clamor de la noche. Me miraba y yo a ella, sonriendo los dos, moviéndonos pero ahora sin quitarnos los ojos del otro de encima, como unidos sendos iris con cadenas. Tampoco nos importaban los curiosos que poco a poco se iban acercando. No existían. Era guapa. Profundamente guapa. Ahí lo supe.
Se acabó la canción y empezó al instante Please, please, please, let me get what I want, de los Smiths, un tema mucho más lento y riguroso que ella, para mi asombro, también conocía. Y entonces ella comenzó a cantarla acercándose a mí, y yo también. Y quise abrazarla, o tal vez besarla, pero en esto apareció un coche de la policía que, como siempre, rompió la magia.
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Nota: Quince disculpas después reiniciamos la marcha hasta llegar a Atocha. Ella se tenía que marchar, perdía el AVE. Tampoco me dio su teléfono.
A efectos prácticos su AVE se llevó mis pájaros, sí. Pero son peores las mariposas.