Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Crónica de un buscador de salivas

En el paseo marítimo se acerca una pareja y me dice:

– ¿Eres el taxista ese del blog?

– ¿Qué es un blog? – contesto.

En realidad, esta frase es la primera que pronuncio en los dos últimos días. Tras semejante mutismo, mis cuerdas vocales parecen haberse convertido en sogas alrededor del cuello.

En los dos últimos días no he salido de la cabaña más que para hacer fotos y comer. Ni siquiera para esto último he necesitado pronunciar palabra alguna. Simplemente me sentaba en la misma mesa del mismo restaurante de siempre, esperaba al mismo camarero de siempre y al acercarse, le señalaba con el dedo el mismo plato combinado de la misma carta de siempre.

Ayer, mientras engullía con devoción mi segunda paella del día, escuché decirle al otro camarero:

– El de la mesa 3 solo puede ser guiri, sordomudo o gilipollas.

– O las tres cosas – le siguió el otro.

Cada vez que me daba la espalda le hacía una foto. Puede que le utilice como personaje para mi novela. Es calvo y con bigote. Podría pasar, pues, como usuario prototípico de mi taxi.

Después de comer siempre me encierro en mi cabaña a escribir. Ahora estoy escribiendo desde mi cabaña. Escribo. Estoy escribiendo. Escribo.

A intervalos, como digo, salgo a hacer fotos. Las Fallas ya se quemaron, así que fotografío a los lugareños, de espaldas, sin que se den cuenta. Luego, en mi cabaña, miro las fotos y fantaseo con sus vidas. Algunos también saldrán en mi novela. Toqueteo a las mujeres bonitas con el puntero del PhotoShop. Amplío sus ojos. Invierto sus labios. Coloreo sus labios. Le adjunto otra capa con los míos.

Y mi taxi bien, gracias. Permanece aparcado a mi vera, de vacaciones. Le tengo con los faros mirando al mar, por si aparece de repente una sirena nadando en medio de la noche.

Y las olas bien, gracias. No me acerco porque prefiero no tocar la saliva que desprenden al romperse en la línea de esta playa. Porque si probara la saliva dulce de esas olas ahora sé que no regresaría a Madrid en la puta vida.

Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla

Camino del Aeropuerto:

– Pues… me voy a pasar unos días a Cancún, ya sabe: sol, mujeres ligeritas de ropa, coctails, playas paradisiacas… – me soltó el usuario (allá donde más duele).

– Suena bien… – dije enseñándole los dientes a través del espejo.

– Y usted se queda en Madrid, ¿verdad? – me preguntó con cierto regustillo cabroncete.

– Ehhh… no. ¡Me voy!. ¡Me voy hoy mismo a… las Fallas!. ¡A ver las Fallas! – improvisé (no te jode…).

Así que, por culpa de unos cuantos pecados capitales (ira, envidia, etc.) proyectados en aquel usuario, tiré de contactos y en apenas diez minutos conseguí una cabaña a pie de playa en uno de esos campings que violan y salpican, a partes iguales, la costa levantina.

Pasé por casa para arramplar con lo básico (un bañador estampado, un par de mudas, 10 bolis bic, un paquete de 500 folios, tres baterías extra para el ordenador portátil y mi patito de goma Made in Hong Kong) y pocos minutos después del mediodía (P.M) salí de estampida con mi taxi a cuestas y el depósito lleno hasta las trancas (y barrancas).

En apenas cuatro horas (sin paradas, respetando las normas) ya estaba merodeando por un precioso pueblo de la costa levantina. Estaban en Fiestes Falleras:

(Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla):

Aprovecharé para desconectar del mundo por un número indeterminado de días (aún no lo he decidido; según la inspiración).

…y aparcaré mi taxi, bien a la vista, junto a la cabaña.

…y escribiré hasta que se me borren las huellas dactilares.

…y le pondré un Nick distinto a cada ola del mar (vuestros Nicks, por supueso).

… y comeré arroz avanda hasta que me salgan granos.

…y meditaré sobre lo humano, lo divino y lo taxístico.

…y me acordaré de nadie y os recordaré a todos.

…y apagaré el teléfono, y desconectaré mi sentido arácnido.

…y escribiré, y escribiré y escribiré hasta que al fin explote por sobredósis cada puta letra de la R.A.E.

Paja mental

Me siento (luego me existo) en el asiento (luego aexisto) del taxi, y está blando, tiene muelles, y el respaldo también está blando porque tiene muelles, y al arrancar, al circular, el pavimento parece blando porque las ruedas pisan como avergonzadas, sin querer hacer ruido gracias al aire de los pulmones de los neumáticos, gracias a sus amortiguadores que también son muelles pero a lo bestia.

Y así me muevo: rodeado de muelles y demás inventos que, en definitiva, me hacen creer que todo lo todo es blando, cuando no lo es. Que el asfalto es blando, que mis huesos son blandos, que el esqueleto de las palomas gilipollas también es blando, que que cualquier cosa que no sea blanda parece blanda aunque no sea blanda ni tenga putas ganas de serlo…

Extrapolo esta idea porque siempre me ha gustado extrapolar, y entonces pienso que, ¡por qué no!, podrían habernos diseñado con muelles en las encías (ya sabes, entre el diente y la carne) para masticarlo todo blando, como si los dientes parecieran ser de gomaespuma. Y si los dientes y las uñas fueran de gomaespuma este mundo giraría mucho mejor, o al menos más suave. Y si camináramos por cualquier acera de cualquier ciudad de cualquier país con pies de gomaespuma sujetos por unos huesos, por un esqueleto de gomaespuma los paseos también serían blandos y, por alusiones, las elucubraciones derivadas de esos paseos serían blandas y las ideas suaves y las conversaciones aterciopeladas.

Y con esto quiero decir que no quiero decir nada; que la vida es una esponja con forma de taxímetro y ‘los ojos no son ojos’ sino todo lo contrario. Que si pudiéramos darle la vuelta a esos ojos, a nuestros ojos (no más de 180º) para mirarnos por dentro, lo fliparíamos. Caeríamos en el abismo del contorsionista existencial.

Pues eso, que viva yo y mi bigote.

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NOTA ACLARATORIA: No tengo bigote