Zapeando el Mp3 del taxi me topo con un tema de Oasis, Live Forever, y comienza a cantar el Gallagher. Traduzco: «Tal vez no quiera saber / cómo crece tu jardín / porque yo sólo quiero volar». Volar, dice. Con lo difícil que ya es conducir a ras del suelo. Veamos: Sácate el carnet de conducir, el teórico, el práctico y el psicotécnico, cómprate un coche. Asegúralo y llénalo de combustible. Respeta todas las normas de circulación: No bebas ni rebases cada límite de velocidad. ¿Cuál será el límite del cielo? ¿Qué dirá la DGT (Dirección Galáctica de Tráfico) al respecto?
Miro a lo alto. Dos ratas con alas se tropiezan entre ellas (¿serán gilipollas?) y casi caen, pero justo antes de impactar contra mi taxi retoman el vuelo.
[Inciso: ¿Sabías que las palomas son espías a sueldo de Esperanza Aguirre? Me lo dijo el otro día un usuario. Y le creí. Esa tía es capaz de eso y de mucho más]
Mi taxi sigue libre. A mí, me gustaría serlo. Manda huevos que mi taxi libre busque estar ocupado y yo me encuentre demasiado ocupado para ser libre.
Cansado de buscar a mi contrario apago el taxímetro y tomo una autopista que me lleve al aeropuerto (donde los aviones vuelan, sí, pero con un destino pactado: Eso es trampa). Y ahora las señales me indican que circule, como máximo, a 120, pero al instante me doy cuenta que los postes de esas señales salen del suelo aposte. Por eso las descarto y acelero para que el próximo cambio de rasante que se ve a lo lejos me eleve y me permita planear según lo planeado. Y efectivamente me elevo, con la aguja en 180, pero sólo unos segundos. Luego mi taxi se desploma, salen chispas de los bajos y del impacto revienta el silenciador del tubo de escape. El taxi comienza a sonar con acento macarra.
[Moraleja: ¿Ser libre? ¿Volar? Ni siquiera mis cojones]