Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de julio, 2014

¿Hay límite en los piropos?

FOTOGRAMA de 'La Tentación Vive Arriba'

FOTOGRAMA de ‘La Tentación Vive Arriba’

Hace un par de días varé mi taxi en una parada de tantas que salpican Madrid con otros seis taxis libres delante de mi taxi libre. Los taxistas hacían corro y decidí sumarme a ellos más por socializar un rato, despejarme y estirar las piernas. No conocía a ninguno de ellos, somos miles, pero es habitual charlar entre nosotros, unidos por una suerte de conciencia gremial. Pero al acercarme pude ver que todos, sin excepción, apenas se ceñían a lanzar piropos a las viandantes más ligeras de ropa, compitiendo los seis en osadía, a ver quién lanzaba el piropo más alto, o más ingenioso, o más directo. En una de estas, el taxista cabecilla soltó a una chica algo tan típico como «PERO CHIIIICA, VETE POR LA SOMBRA, QUE LOS BOMBONES SE DERRITEN AL SOL» y los otros le siguieron con otros tantos piropos a cual más manido aunque ninguno, bien es cierto, desagradable ni obsceno. El caso es que la chica objeto de los piropos en realidad quería tomar un taxi y le tocaba el turno al tipo de los BOMBONES, y la chica se negó a montar con él, y también se negó a montar en ninguno de los otros taxis que también participaron con sus piropos. Así que optó por subir al mío aunque yo era el último en llegar y, por tanto, no me tocaba el turno hasta seis taxis después. Los taxistas, tal vez por vergüenza, no dijeron nada por mi salto de turno y al final, la llevé.

En el trayecto la mujer me mostró su indignación por semejante arsenal de piropos, lo cual entendí pero no del todo, ya que piropos de tan baja intensidad no alcanzan la categoría de acoso, ni siquiera pretendían ligar con ello (de hecho NADIE consigue ligar de ese modo). Aunque también es cierto que ha de ser incómodo viajar en mismo taxi de un tipo que segundos antes llamó su atención sobre tu físico, lo cual amplía mi arsenal de dudas al respecto.

¿Tú qué opinas? ¿Hay límite en los piropos? ¿Halagan algunos? ¿Desagradan todos? ¿Tú qué habrías hecho en la misma situación de la chica?

Negar tu ombligo

FOTO: Ricard Aparicio

FOTO: Ricard Aparicio

No entiendo bien esta nueva moda extendida ahora entre las chicas de llevar vaqueros altos, por encima del ombligo, con esas interminables braguetas como cesáreas, aunque su límite inferior rebase la frontera de las nalgas, mostrando incluso parte de las nalgas, sin pudor por enseñar las nalgas. Llámame ajeno a los designios de la moda, pero yo recuerdo, no hace tanto, lo mucho que la gente se mofaba de aquel Julián Muñoz Street Style, que poco le faltaba al hombre para atarse el pantalón a las axilas, tachándolo por todos de extrema paletada. Y ahora, según parece, Muñoz se ha convertido en un icono sin querer desde su cárcel, encerrando también vosotras el placer de admirar la franja más sensual de vuestro cuerpo. ¿Dónde quedaron esos vientres planos, tan sutilmente suaves a la vista, custodiados por el raro y poderoso sumidero del ombligo? ¿Por qué condenásteis al destierro aquellos piercings ombligueros (auténticos imanes para el iris de los hombres) o esas leves curvitas cóncavas de los huesos caderiles que además hacían las veces de tensores del vientre, como pinzas de una piel tendida al sol? ¿Acaso ahora lo moderno es esconder lo más preciado, mostrando el culo a cambio, en una suerte de trueque sensorial para los hombres?

(¿Habrá detrás una intención preconsciente de ocultar o negar el ombligo como símbolo fantasma del cordón umbilical unido a sus madres?) 

Me cabrea muchísimo el asunto. Porque es verano. Y parece que el museo de los cuerpos cerró por vacaciones. Capaz serían, mis ojos, júrolo, de sacrificar escotes y nalgas a cambio de un mayor número de vientres desnudos. Tapaos, si os place, hasta el cuello, o cubríos los culos: podré con ello. Pero no me arrebatéis mis ganas de comerme las aceras desde el taxi, el placer inofensivo de dar vueltas en busca del vientre perfecto, o del piercing que emita las ondas precisas para atraparme. Como el insecto tonto que soy cuando detecto belleza.

¿Dios te ayuda?

FOTOGRAMA de 'La Vida de Brian'

FOTOGRAMA de ‘La Vida de Brian’

Frené mi taxi justo detrás de una furgoneta con un rótulo enorme que decía DIOS TE AYUDA y un dibujo de Jesús con la cara deformada por un golpe de chapa. La barbilla estaba hundida, y con el golpe se habían desencajado las puertas, partiendo la cara de Jesús en dos mitades y desplazando sus ojos hasta el punto de parecer, digamos, bizco. No entiendo mucho del tema religioso, pero aquella imagen de Jesús abollado y bizco parecía copar el Top Ten de las blasfemias casuales. Supongo que a veces los caminos del señor se pasan de frenada hasta el punto de empotrar el morro de Satán cochificado contra su propia deidad. Aunque tal vez, si en lugar de DIOS TE AYUDA hubiera rotulado MANTENGA LA DISTANCIA DE SEGURIDAD, aquel golpe jamás habría ocurrido.

Imagino al conductor de la furgoneta sagrada justo después de recibir el impacto, saliendo al grito de ¡Jesús bendito, qué ha pasado!, santiguándose (aunque demasiado tarde). Tiene que ser jodido resistirse a caer en la contradicción de la efectividad del rezo, máxime si acaban de fostiarte tu mensaje por detrás. ¿Qué interpretación habría que darle a esto? ¿Cubrirá su seguro la restauración del dibujo del hijo de Dios?

¿Qué nos queda?

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Control de daños. Amar es lo opuesto a devolver el dolor cuando te sientes dolido. Sólo intentas repelerlo, crear una capa a prueba de bombas alrededor de ella. Pensar en construir y no quedarte anclado en las grietas que vivimos. Ahora muchas parejas discuten por culpa de una crisis que no han provocado. Escasea el trabajo, y el poco que queda apenas da para malvivir. Pero no hay derecho a filtrar la lluvia de fuera en la cueva de dentro. No podemos permitir que los impagos cuarteen los labios que besan, o enfríen los brazos dispuestos al abrigo. Sólo los cuerpos emiten el calor que importa, no olvides esto. Es el único calor que se queda en la memoria. Y el resto, el frío de quienes ganan dinero inyectando frío, es temporal, aunque dure mucho tiempo y desespere. Puede parecer que las paredes que separan el amor de la intemperie cada vez sean más finas, y se acabe colando ruido en la paz que soñaste. Pero hay hojas y ramas y musgo para fortalecer el muro. Y no hay tormenta eterna si el refugio es bueno. También podemos ocupar la casa de ese hijoputa que nos echó de casa, o dormir en el taxi (hablo, por ahora, en sentido figurado, pero hay que estar atentos, al acecho). Y lo más importante: tenemos talento y nos tenemos. Y siempre podemos mudarnos a un país sin wifi, no lo descartes. Pero juntos. Pase lo que pase, siempre juntos. Porque sin ti, sin mí contigo, sin tu vaso a la mitad llenando la mitad del mío, ¿qué nos queda?

Malditos adultos

FOTO: Nelson de Witt

FOTO: Nelson de Witt

Cuando evitas lanzarte a bomba en la piscina porque ya no procede a tus treinta y tantos, cuando pides un triste cucurucho en el quiosco de helados aunque en secreto te siga apeteciendo un drácula, ahí te das cuenta que crecer es una pose, una trampa mortal enfocada a ampliar nuevos nichos de mercado, o a borrar cualquier rastro de lo que en esencia fuimos.

Nadie muere a bordo de un coche de juguete, nadie muere abatido por pistolas de agua, nadie muere fingiendo fumar cigarrillos de chocolate, nadie muere adicto al refresco de naranja, ni por sobredosis de caramelos, pero los coches matan, las balas matan, el tabaco mata, el alcohol mata y las pastillas matan. Así que crecer, tal vez, no sea más que una postura peligrosa y que los años, en verdad, nos hagan más cínicos y tontos, y ansiemos los mismos juguetes pero más letales. Echemos un vistazo atrás y pensemos por qué realmente dejamos de hacer muchas de esas cosas que nos entusiasmaban.

Somos niños disfrazados hasta el día en que olvidamos para siempre que llevamos un disfraz.

Desnudo integral

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Tengo treinta y seis años y sigo sin saber realmente quién soy, o qué busco. Conduzco un taxi y adoro mi taxi, eso es cierto. Me ayuda a buscar historias y por tanto a encontrarme. Y también escribo aunque eso es más necesidad que afición, y a veces lloro sin motivo, pero siempre procuro llorar sin que nadie me vea. Miento. Mi mujer es la única que me ha visto llorar alguna vez, motivo por el cual me casé con ella. Era eso o matarla. Pero la quiero demasiado.

Gracias a la escritura también he conseguido colaborar en radio y en otros medios. Algunos me pagan, y podría vivir sólo de eso si no estuviera hipotecado hasta las cejas. Compré una licencia de taxi buscando libertad, ya sabes: ser mi propio mi jefe, sin horarios, sin presiones, sin buitres merodeando y siete años después soy cada vez más esclavo de los bancos, y los pagos me oprimen la glotis. Pero en fin, al menos adoro mi trabajo y no me importa echarle horas. Catorce horas diarias, nada menos. Me gustaría dedicarle menos al taxi y más a la escritura, pero no puedo. Las deudas no me dejan. Y ahora, además, voy a ser padre.

Estoy escribiendo LA novela. Si todo sale bien saldrá en septiembre. Y juro que la trama os dejará sin palabras. Es brutal como un tsunami, cruel como las bombas de Israel sobre Gaza. La vuelta de tuerca necesaria para comprar más tiempo y dedicarlo a escribir otros proyectos. Escribir o morir, no hay más opciones. A decir verdad, ya tengo dos novelas casi acabadas, pero no acaban de convencerme del todo. No me atrevo a continuar con ellas, perdieron fuelle y las noto demasiado ajenas a mi estilo. En realidad no sé muy bien cuál es mi estilo, pero algo me dice que no es el momento. No me apetecen, fin de la historia. Acabarlas denotaría un estilo forzado, y eso se termina notando: el lector no es gilipollas. Ojo, hablo del lector como concepto. Algunos sí lo son. Y mucho. Y yo a veces también, por qué engañarnos.

Pero esta novela pienso acabarla. A pesar de los bancos, a pesar de la vida. Estoy durmiendo poco y soñando mucho. Es el único camino.

El maravilloso mundo de las obsesiones

FOTOGRAMA: Natalie Portman en el FILM V For Vendetta

FOTOGRAMA: Natalie Portman en el FILM V For Vendetta

Ayer me corté yo mismo el pelo como siempre, delante del espejo y con la maquinilla eléctrica, pero debí de prestarle poco interés al cogote, ya que me acabé dejando unos pelillos sin cortar en el hueso del cráneo donde muere la nuca. No fui consciente del descuido hasta hoy por la mañana, ya en mi taxi, después de unas cuantas carreras. Me toqué la cabeza en un gesto casual de amor propio y entonces al tacto noté una isla de pelos algo más largos que el resto. Y esa nimiedad echó por tierra el resto del día: no encontraba la hora de llegar a casa y reparar el descuido. Pero aún era pronto, así que decidí hacerme fuerte, pensar en otra cosa y seguir trabajando. Montó un nuevo usuario y le observé temeroso de que se diera cuenta de mi tara, y en efecto me miró el cogote, pero más bien guiado por las pistas del lenguaje de mis ojos. Nadie más había reparado en ello, al menos antes de que yo hubiera reparado en ello.

Aquí hay dos mundos que son el mismo mundo, pensé. Yo antes vivía tranquilo aun con la misma tara que ahora. Y tal vez este pudiera extrapolarse a todo lo demás. A la realidad de las cosas. A la vida: o eres de los que no se enteran, o eres de los que sufren.

Pero por otra parte había logrado desear más que nunca llegar a casa. Y en cierto modo me tranquilizaba pensar en mi casa como la solución a mis problemas, como un bálsamo, o el placebo perfecto para mis neuras. Por eso esta tarde, al llegar al fin casa, he decidido no cortarme esos pelos sobrantes. Así mañana, cuando salga a currar con el taxi, volveré a desear llegar a casa. Y pasado mañana haré lo mismo. Y así por siempre. Con un mechón de pelo más largo que el resto, pero alerta. Sufriendo, pero con ganas de llegar a casa.

Deja que mamá lea tu diario

FOTO: Gonmi

FOTO: Gonmi

Cambiaste el día en que tu propia madre comenzó a leer tu diario. Era uno de esos cuadernillos con candado pequeño, fácil de abrir apenas con un clip y un poco de maña. No tenías pruebas de que en verdad lo leyera, así que un día colocaste un pelo tuyo entre las páginas 37 y 38. Al día siguiente, en efecto, tu cabello seguía ahí, pero entre las páginas 41 y 42. Sin duda, cuando tu madre abrió el diario para leerlo, el pelo se desprendió y volvió a colocarlo con cuidado aunque en distinto lugar.

Pero lejos de montar en cólera, buscaste el modo de aprovecharte de aquello. Ahora que sabías que tu madre te leía, decidiste inventarte otra vida. Escribiste, por ejemplo, que habías discutido con tus amigas, o que te sentías horrible y acomplejada con la ropa de tu armario, o que ya no tenías ganas ni motivos para salir de casa. Todo era mentira, claro, pero aquello acabó surtiendo el efecto deseado: Tu madre, visiblemente preocupada por lo que leía a escondidas, empezó a animarte a que salieras más: te subió la hora de llegar a casa e incluso llegó a darte un buen dinero para renovar tu vestuario.

Aquel año tus notas fueron malas. En tu diario escribiste que, de haber tenido un ordenador portátil donde clasificar los temarios y buscar información adicional por internet, sin duda habrías aprobado mates y conocimiento del medio.

Esas navidades, sin siquiera pedirlo, tu madre te regaló el ordenador.

Pasaron los años y ahora, en mi taxi, me cuentas que tu madre nunca llegó a saber nada de aquello. De hecho, ahora estás casada, y has empezado otro nuevo diario con la intención de forzar el mismo efecto en tu marido. Sospecha que tienes un amante, y el diario es tu forma de hacerle creer que no.

Lamer tu hierro

FOTO: YouTube

FOTO: YouTube

De todas las mierdas que enturbian nuestras cabezas, lo difícil es discriminar la paja de la viga rica en hierro: quedarnos con la viga y lamerla a lo Cyrus aunque evitando, a ser posible, la pose de putón. A menudo acumulamos datos que se enquistan y supuran, y por tanto acaban encharcando nuestro ánimo, barriendo cual tsunami todo lo demás y a los demás.

Ya ando harto de usuarios que suben en mi taxi encabronados. Harto de noticias, malasangres y agoreros. Llevamos cinco años, CINCO o tal vez más, perdí la cuenta, acumulando demonios sin salida y urge un cambio social que empiece en cada uno, un cambio íntimo y transferible al resto, a nuestro entorno más directo. Que le den a esta panda de cínicos, pero yo te compro tus ganas, tu optimismo, tu risa: lamo tu hierro. Dime cómo lo haces y no me apenará imitarte y que el resto me imite lo que yo imite de ti. Construirnos en redes que resbalen oportunismos malsanos y remar justo al contrario de quienes dicen que rememos en su misma dirección. No hay que fiarse nunca de esos, ya están marcados. Pero no podemos dejarnos arrebatar las ganas por quienes no fueron ni serán nunca invitados.

Que cunda el ánimo, copón. Que cunda la risa.

Reservemos el derecho de admisión a nuestra fiesta.

Cómo mantener la cordura

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Banderas de España made in Taiwan. Treinta y seis canales emitiendo anuncios al mismo tiempo. Yogures que te regulan el tránsito. Textos xenófobos en diarios de tirada nacional. Dispensadores de palillos eléctricos con base autoadhesiva. Ácido hialurónico para los pómulos, para los labios. El poder cicatrizante de la baba de caracol. Masajes con virutas de oro. Dilataciones en los lóbulos de las orejas. Teléfonos móviles que funcionan debajo del agua. Chocolaterapia. Pastillas capaces de licuar la sangre. Pastillas que emulan la felicidad. Hackers insertando penes en una web de alquiler de bicis. Biodanza. Partos en piscinas. Goteras en el techo con la cara de Elvis. Un perro en monopatín cerrando el telediario. Millonarios aburridos escondiendo billetes de cincuenta en un parque público. Matarse haciendo parapente. Aplaudir cuando matan a un toro. Lanzar desde un camión tomates a la gente. Gente que acude en masa a recibir tomatazos. Drones legales según el tamaño. Pitonisas para insomnes. Llama al teléfono que aparece en pantalla y conoce tu futuro a uno treinta y dos euros el minuto (impuestos no incluidos).

¿Que no es para volverse rematadamente loco?