Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de julio, 2014

Morir un rato

FOTO: LinaMon

FOTO: LinaMon

No está mal, de vez en cuando, morir un rato, huir de uno mismo, vivir otras vidas. Dicen que las vacaciones sirven para descansar, pero yo no puedo ni quiero descansar, o al menos mi cabeza es incapaz de hacerlo. Y no, no lo digo con orgullo: es un lastre, más bien un virus, como algo que supura y necesita drenarse. La cura, en este caso, consiste en no parar de escribir. O escribo o se me hincha la cabeza (hipertensión intracraneal, se llama), o escribo o me explotarán las venas, o escribo o moriré de verdad. Prefiero tomarlo como un tratamiento crónico y acostumbrarme a ello, como el diabético, o mejor: como un yonki solitario.

Durante todo el mes de agosto cerraré este blog para no hacer otra cosa que escribir. Llevo una novela dentro y necesito soltarla a borbotones, sin interrupción por parte de nada ni de nadie, sin excusas, sin mi taxi, sin téléfono, encerrado a cal y canto en mi casita de Dénia con vistas al mar. Y no, no lo digo con pena: son mis vacaciones. Necesito vivir esa vida novelada que me está consumiendo, viajar a través del flipante poder de la imaginación. Y sobre todo, que mi hija nazca en noviembre con un libro bajo el brazo.

Así que adiós. Hasta luego. Iré contando, tal vez, el proceso creativo a través de mi cuenta en Twitter o en el Facebook de este blog. Lo demás, cualquier otro intento de contacto con el mundo, me importará un carajo.

Nos vemos en septiembre, familia. Deseadme ganas.

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Nota a pie de tumba: Si te aburres este Agosto o echaras de menos tu rutina nilibreniocupada, te invito a que releas los 1.707 posts de este blog (aquí el archivo) y linkees tus posts favoritos en el espacio de comentarios.

Carta de ruptura estándar

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Ayer subió en mi taxi una histórica lectora de este blog. En realidad no tenía intención de coger un taxi, pero al salir del trabajo, andando en dirección al autobús de vuelta a casa, se fijó en el rótulo ‘nilibreniocupado’ del maletero de mi taxi y decidió montarse y hacer el trayecto conmigo. El caso es que hablando de todo un poco llegó a confesarme que estaba atravesando un mal momento con su novio, hasta el punto de haber tomado la firme decisión de romper cuanto antes con él. El caso es que no se atrevía a hacerlo en persona: se sentía indefensa a su lado, o más bien anulada, y sabía que haciéndolo cara a cara acabaría reculando y cediendo a su terreno. Había intentado escribirle una carta, pero que no conseguía dar con el punto y la rabia exacta que merecía. Por eso me pidió la echara una mano. Que escribiera yo una carta en su nombre a partir de los detalles que después, cervezas mediante, me acabó contando. Quiero decir que al final accedí a su petición. Accedí a cambio de que me dejara publicar la carta en este blog. «Hazlo», me dijo, «total, sé que Javi no lee blogs ni nada más allá de revistas de coches; el Marca, a lo sumo».

Por tanto, aquí la carta:

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Basta, Javi, basta, se acabó.

Ya no quiero ni puedo ni debo seguir con esto. Han sido dos años de mentiras, tú en tu mundo y yo agarrándome a ese mundo como una simple turista o peor: como una garrapata. Eres tan hermético y tan jodidamente egoísta que ahora incluso dudo de que llegaras a quererme de verdad, o al menos la décima parte de lo que yo te quise. Sí, hablo en pasado: te quise. Porque al fin he conseguido darle la vuelta a tu espejo y proyectar ese amor hacia mí misma. Al fin he conseguido verme como soy, como era antes de ti, y no como he intentado ser contigo: una madre y un cuerpo en exclusiva. Ahora sé que valgo más de lo que tú podrías pagar en siete vidas. Al principio, tonta de mí, pensaba que esa luz al final del túnel donde me metiste era la salida, la esperanza de que al fin cambiarías, pero no. La luz eran los focos de tu puto Seat León, que has mimado y querido más que a nada en este mundo. ¿Recuerdas el verano pasado que nos quedamos sin ir a Roquetas porque te fundiste el sueldo en unas llantas nuevas (a tu imagen y semejanza: de perfil bajo)? Pues no te preocupes, Javi. No seré yo quien se interponga entre vosotros. A partir de ahora, podrás follarte a tu León siempre que quieras.

Me dí cuenta tarde, ya lo ves, pero al menos mi ceguera tiene cura: la receta es perderte de vista. Así que chao, hasta nunca. Ah, y no me pases a buscar esta tarde para ir al concierto de Placebo. Pagué yo las entradas y tú no existes, así que iré con mi amiga Claudia.

Cariño, te lo puedo explicar…

Resulta que ayer por la tarde me pagó una mujer la carrera del taxi con su tarjeta de crédito y al teclear yo el importe en el datáfono debí de confundirme, ya que acabé cobrando 4,50€ en lugar de los 45,00€ de la carrera (sí, fue una carrera larga: a Parla, nada menos). Caí en la cuenta demasiado tarde y claro, cuarenta euros son cuarenta euros, así que llamé al banco para preguntar cómo podría reclamar a la mujer la diferencia. Los del banco me dijeron que el cargo en cuestión correspondía a una VISA Corporativa, y me dieron un número de teléfono de la empresa a la cual pertenecía. Llamé a ese número, descolgó un tipo con voz de cazallero, le conté lo sucedido y me dijo que, por motivos de confidencialidad, no podía darme el contacto de la chica y tampoco pagarme la empresa como tal, ya que era un tema entre ella y yo. El caso es que insistí tantísimo, que al final el tipo me dio una solución.

La empresa a la cual había llamado resultó ser un emporio de webs porno. El tipo, muy amable, me pidió que describiera a la usuaria («cabello oscuro y liso con flequillo sesentero, calavera tatuada en el hombro izquierdo, enormes pechos») y al instante me dijo que, indudablemente, se trataba de Chonchi Glamour, una de sus «chicas webcam». Finalmente me aconsejó que accediera a la web y contratara un videochat con ella para hablar directamente de lo sucedido y llegar entre los dos a un acuerdo. De hecho, como acto de buena voluntad por su parte, me acabó regalando un pase Premium para acceder a la web sin coste alguno.

Así que nada más llegar a casa entré en la web porno, busqué y pinché en el videochat en directo de la tal Chonchi Glamour, me dispuse a hablar con ella, y cuando ya estábamos a punto de llegar a un acuerdo, entraste tú en el cuarto y te pusiste hecha una furia. Si me viste sin pantalones, amor, era sólo porque hacía un calor del carajo. Y el kleenex que encontraste a mi lado fue lo primero que encontré a mano: pensaba usarlo para anotar el número de la VISA de la chica y cobrar al fin esos cuarenta euros que, dicho sea de paso, ayudarían bastante a sostener nuestra precaria economía familiar. Amor.

Sólo espero que leas esto en casa de tu hermana, ya que has decidido no atender a mis llamadas ni a los Whatsapps.

Vuelve, pichurri. Te echo de menos.

Viejóvenes

FOTOGRAMA del FILM American Beauty

FOTOGRAMA del FILM American Beauty

Y qué decir de los hombres ya maduros que viajan en mi taxi y observan con ojos de no querer, como con culpa, a esas chicas de dieciocho o veinte años que pasean sus encantos por la calle, procurando admirar de reojo y sin poder evitarlo, so pena de ser tildados de babosos viejos verdes o peor: de patetismo irreversible. Hay un debate interno en esas miradas que lanzan: «Dios santo, si podría ser mi hija» aunque consuele saber que no es ilegal desearlas: son mayores de edad, a la postre. Pero en casos como estos evitan lanzarme comentarios y hacerme partícipe: «Mira qué pedazo de tía ahí, a tu derecha» como hacen con otras mujeres más acordes a sus años. Les da vergüenza admitir su pulsión por las más jóvenes. Y es curioso que aunque el hombre en cuestión envejezca y su mujer, por tanto, envejezca a la par, continúe manteniendo intactas sus preferencias ancladas a un pasado exacto: cuando ellos eran igualmente jóvenes y era lo propio alternar con esas chicas jóvenes. No son todos, por supuesto, y tampoco los critico; pero ha de ser ingrato en estos casos constatar que sus cuerpos languidecen mientras siguen deseando esas pieles tersas y esos pechos firmes aunque aún sin experiencia. No valoran, por tanto, la experiencia. O prefieren lo nuevo a la experiencia.

Sin embargo los expertos dicen que el mayor potencial sexual de las mujeres se encuentra entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco años, y puestos a elegir, llega un punto en que la experiencia se valora aún más que el mismo cuerpo. La sensibilidad que adquieren las pieles, por ejemplo. La magnitud del orgasmo. Conocerse de memoria, saber qué gusta y potenciarlo. Cuestión de prioridades, ¿tú qué opinas?

Born to be guay

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

En mi infancia, los coches de choque me sirvieron para distinguir entre dos clases de niños: los que buscaban chocarse, y los que esquivaban los golpes. Entre los primeros había auténticos suicidas capaces de dañarse con tal de golpear al contrario, buscando el choque frontal sin estrategia alguna, ya que otros, al menos, buscaban encerrar al contrario para minimizar su daño (lo cual les hacía igual de crueles aunque bastante más listos).

Yo, por supuesto, era de los pocos que evitaban chocar y ser chocados. No entendía qué podía haber de divertido en golpear a nadie. Me ceñía simplemente al placer de conducir a mi aire: born to be guay; vive y deja vivir.

Con los años, ya ves, me hice taxista, y el que chocaba de frente ahora es portero de discoteca, y el que empleaba la estrategia de encerrar al contrario ahora trabaja encorbatado en uno de esos bancos que en su día colocaron Preferentes.

Así que a los hechos me remito: si quieres saber qué será de tus hijos en un futuro, llévalos a los coches de choque y observa atentamente cómo se comportan.

Mi hija

FOTO: Meagan

FOTO: Meagan

Mientras escribo esto mi hija, de -4 meses de vida (entendiendo vida como etapa comprendida entre el primer y el último aliento), se está formando plácida en el vientre de su madre. Bueno, en realidad ya está formada. Ya tiene párpados, uñas, riñones, coxis, barbilla, latidos, e incluso llora aunque sus lágrimas se mezclen con el líquido amniótico y no encuentre más juguete a mano que el cordón umbilical. Ya está formada y ahora simplemente crece a la velocidad de las plantas. Está AHÍ, al otro lado, aunque no pueda verla sin mediación de un ecógrafo. De hecho, mi mujer y yo acabamos de ver a nuestra hija en 3D, y todo apunta a que ha heredado la belleza sideral de su madre. Es realmente asombroso observar en pantalla sus bracitos en pose tierna y despreocupada, o escuchar el latido real en tiempo real, o saber que todo va según procede. Aún cuesta creer en ese proceso inicial del hombre y la mujer y el amor y el líquido y el óvulo y la genética y el resto. Es tremendo, si lo piensas. Imposible asimilar por mucho que hayas leído, o te hartes de ver en bucle  documentales de La2.

Por eso y por tantos otros motivos, cada día que pasa admiro y envidio más a las mujeres. A menudo observo absorto el vientre de mi esposa y poso mi mano, mi oreja, y no consigo salir de mi asombro. También suelo hablar con mi hija a través del ombligo. Le cuento historias fantásticas de taxis mientras su madre duerme porque sé que me está escuchando. Hay un vínculo especial entre los dos, estoy seguro. Una unión imposible de explicar con palabras. Y aunque aún no haya nacido (diecisiete semanas faltan: ciento diecinueve días: dos mil ochocientas cincuenta y seis horas), ya estoy en condiciones de decir que quiero a mi mujer y a mi hija como a nada en el mundo. Sólo por eso estoy seguro de que seré un buen padre. Y también, que sufriré muchísimo. Y que seré el hombre más feliz de la tierra.

Palabras

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

La barba crece a una velocidad de la hostia y pienso en ti: lo ocupas todo. Pienso en ti como un ente, como un puente incontinente presente entre lo ausente y lo aparente (contente, Daniel…) si miente, simiente, semilla, la milla de distancia entre tu mente (nuevamente enfrente) y yo entretanto entretenido, tenido en cuenta, tu nido en venta, temido en Cuenca y aledaños con el paso, con el peso de los años y los daños y los paños tendidos al portento viento y por tanto miro y viro el taxi y maximizo mi enfermizo cobertizo que hizo esquizo el baño del maño que llevo dentro.

Y me adhiero a ti.

Adherir. Ad herir. Herir. Pegarse al cuerpo. Pegar. Herir. Ir.

Insisto: La barba crece a una velocidad de la hostia.

Lo que sé de Israel

Hace tiempo viajé a Israel para dar una charla sobre blogs y literatura on line invitado por el Instituto Cervantes de Tel Aviv. Huelga decir que en los tres días que duró mi estancia me trataron fantástico, y que tuve la ocasión de hablar honestamente con israelís y judíos de todas las partes del mundo (argentinos, franceses, incluso rusos), así como con un buen número de españoles destinados a la Embajada y al Instituto en cuestión.

Por una parte, llamó mi atención que algunos de los españoles becados en la Embajada eligieran Tel Aviv como destino, movidos principalmente por su condición sexual (según me contaron, aproximadamente el 25% de los habitantes de Tel Aviv eran abiertamente gays). De hecho, lo normal era cruzarte con tipos musculados y embutidos en camisetas de tirantes paseando por su inmensa playa (muy al estilo de Miami), o en las terrazas, en extraño contraste con algún que otro judío ultraortodoxo de sombrero, traje negro y sendos rizos a ambos lados de la cara.

Llamó mi atención la sensación de seguridad que se vivía en la ciudad. Podías caminar a altas horas de la noche sin temor a que pasara nada. Llamó mi atención el altísimo nivel de vida que podía intuirse por la cantidad de hotelazos de cinco estrellas, casoplones particulares, cochazos y hasta taxis (muchos eran Mercedes de alta gama). Llamó mi atención el miedo de quienes no eran judíos hacia los servicios secretos del Mosad (me contaron historias terroríficas de personas que desaparecían, o eran encerradas y aisladas durante años, sin pruebas ni derecho a un abogado). Pensé que exageraban, pero cuando ya me disponía a abandonar Tel Aviv, yo mismo fui retenido e interrogado en el aeropuerto por una agente del Mosad. Viajaba solo, con mi barba de tres días, lo cual, supongo, levantó sus sospechas. Me cachearon de muy malos modos, abrieron con destornilladores las tripas de mi ordenador, y me interrogaron en una sala durante más de dos horas, mirándome a los ojos y gritando. De nada les sirvió mi carta firmada y sellada por la Embajada de España que explicaba los motivos de mi estancia, o el intento de mediación por parte de la persona de la Embajada que me acompañó al aeropuerto. Después de aquello me enteré que, en mi mismo vuelo a Madrid, se quedaron retenidos dos turistas españoles por el simple hechos de llevar en sus maletas un pañuelo palestino.

Ante semejante cúmulo de vejaciones (y el miedo y la impotencia que llegué a sufrir), y sintiéndolo mucho por la buena gente que había conocido allí, me juré no volver nunca a más a Israel.

Pero al judío de Israel le tranquiliza esto. El judío de Israel vive instalado en una especie de psicosis permanente alimentada por el propio Estado de Israel. Por ejemplo todos los Israelís, sin excepción, hombres y mujeres, están obligados a formarse militarmente durante dos años durísimos. De hecho, después de su «servicio militar», suelen concederse un año sabático para viajar por el mundo y «desintoxicarse de la salvaje instrucción militar» (palabras textuales de quien me lo contó). Era habitual ver a chavales jóvenes con fusiles de asalto por las calles de vuelta del cuartel, o incluso pequeños autobuses de línea conducidos por militares con la intención de preservar la seguridad de sus ocupantes.  También tienen prohibido cruzar y conocer la realidad de Gaza, a no ser que cuenten con pasaporte diplomático. Aunque es cierto también, yo lo viví, que son tremendamente críticos cuando les llegan noticias de la  la muerte de niños palestinos. Critican y les apena mucho la contundencia desmesurada de su propio ejército. Así que, por lo que pude ver, son mucho más humanos y sensibles los judíos de Israel que el Estado de Israel, es decir, sus dirigentes respaldados por las grandes potencias (EE.UU. principalmente). No confundamos esto.

El amor y los números

FOTO: Mr Hicks46

FOTO: Mr Hicks46

Un hombre y una mujer, los dos disfrazados de ejecutivos, ultimaban en mi taxi su balance de resultados para el consejo de accionistas de una empresa o algo así, no estuve atento. Sólo me fijé en el amor que se colaba. Quiero decir que intentaban ocuparse del trabajo, pero no podían evitar filtrar las ganas de él hacia ella y viceversa entre los números, las gráficas, y el decoro de mis ojos observándoles de cerca. Les era sin duda imposible separar lo laboral de sus dos cuerpos, ella y él cuadrando cifras aunque hubieran preferido cuadrar el balance de sus cuellos buscándose la boca. De hecho, no podían evitar alternar números, piropos y gráficos.

– Aquí en el balance del primer trimestre no me cuadra esta curva -decía ella.

-Tus curvas sí que cuadran en mis manos -decía él.

-Centrémonos en esto, por favor -volvía ella.

-Vale, perdón. Veamos… Tienes que sumar la cuota variable de febrero al pasivo de marzo -volvió él.

-Hablando de pasivo. -volvía ella-. Un día, con calma, tenemos que jugar a…

-¡Para! -volvía él. -Después de la Junta… nos juntaremos.

Era cosa de dos, pensé observándoles con disimulo. Ninguno de los dos podía evitarlo. Siempre acababan encajando palabras técnicas en su mundo privado. En cierto modo humanizaban los números. Dotaban a los números de vida y sentimientos. Ojalá eso mismo en el Fondo Monetario Internacional, o en el Banco de España. Créditos blandos al máximo interés de abrazar otros cuerpos. O que los tipos de interés busquen a otras tipas de interés. O que los números se vuelvan rojos carmín de tanto besarlos. Ojalá.

Canciones que incendian el alma

FOTO: PublicDomainPictures

FOTO: PublicDomainPictures

Algo sigue vivo dentro cuando escuchas canciones de antaño y te encharcan igual que antes, te aíslan igual que antes, te trasladan al mismo lugar de aquella primera escucha que encendió la chispa, o a esa exacta chica asociada al momento aunque no recuerdes su nombre, o qué habrá sido de ella.

No sé qué tendrá la música y su extraña cualidad de etiquetar tus emociones, Enjoy the silence cuando sobran las palabras, Eye in the sky cuando buscas comprimir belleza calma en un instante, Are you gonna be my girl para sentirte canalla, Aviones Plateados para la huir con el rabo entre las piernas, Always on my mind para amores desnudos sin peros en la lengua, Creep para la rabia, There´s a light that never goes out para mezclar melancolía y optimismo, o aquella de los Piratas, Años 80, cuando necesitas mostrarle el dedo al espejo, o Somebody that I used to Know (o Y Sin Embargo) para esa fina línea entre el ni contigo y ni sin ti. O qué decir de Losing My Religion.

Cuántas piedras en el mechero que avivan la llama. Qué pirómano me siento.