Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de mayo, 2014

Perderte a veces

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Buscando WiFi abierto volví a perderme por las calles de Praga. Mi mujer estaba en el hotel, durmiendo (ella duerme lo normal, pero yo en el extranjero soy insomne), así que aproveché para salir con mi portátil bajo el brazo a una de esas plazas con terrazas e internet, lo mismo que hice ayer y antes de ayer, solo que esta vez me dio por improvisar y adentrarme en otras calles. Y perderme. Me manejo bien con el inglés, pero soy hombre y taxista, lo cual me impide asumir que me he perdido por partida doble. Así que opté por elegir una terraza cualquiera y dejarme morir, cerveza en mano, cuando de repente se acercó a mí una pareja de japoneses y la chica me preguntó en inglés cómo se llegaba a la plaza de San Vito. Sin pensarlo dos veces les dije: “Go straight ahead, on the third street turn on the left and then, at the other side of the iron bridge, turn on the right”. Me lo inventé, claro (sobre todo lo del iron bridge), pero ahora ya éramos tres los perdidos en Praga y aquello me hizo sentir mejor. Luego tomé asiento en la primera terraza, pedí mi cerveza, encendí el ordenador y me dispuse a escribir estas palabras. Aproveché también para pedir la clave del WiFi del local al camarero, el cual me trajo una tarjeta con las claves que me dejó de una pieza:

USER: Café McQueen.

PASSWORD: simpulso.

Su clave era el mismo nick que uso yo para todo: en mi Twitter (@simpulso), en los comentarios de este blog, en mis timbas de poker online, en las webs de contactos, en mi mail de Yahoo… No sabía cómo interpretar aquello, así que uní cabos y concluí que a veces, para encontrarte a ti mismo, primero has de perderte a miles de kilómetros del lugar donde naciste.

La ciudad que habita en ti

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Hoy estuve de paseo turístico por la impactante Cesky Krumlov (foto), pequeña ciudad checa al sur de Praga, y las casitas, y los puentes, y las plazas parecían como sacadas de un cuento: todo límpido, armonioso y tan perfecto, que dolían las córneas. Y sentado en la terraza de una de esas placitas de ensueño, bebiéndome una pinta de cerveza checa, riquísima, comprendí que uno, en parte, es la ciudad donde habita. Y que a pesar de la perfección que me rodeaba, jamás sería capaz de vivir allí por siempre, ni mucho menos morir en ese preciso y precioso entorno. Supongo que faltaban yonkis, atascos, neones, chulos de barrio, graffitis, gafapastas, y ese cielo como diseñado por ordenador que solo tiene Madrid. Supongo que el entorno a veces turbio con tintes de belleza que desprende Madrid me ayuda, en gran medida, a escribir, y por tanto a mantenerme vivo, o al menos a sentirme expectante. ¿Cómo escribir ni media línea entre la belleza de ciudades como Cesky Krumlov? ¿Cómo encontrar el más mínimo atisbo de conflicto en ese riachuelo de agua cristalina, o en esas fachadas de colores tan vivos, o en esas gentes tan amables? Madrid aflora en mí un constante instinto de supervivencia que me impide descansar ni un segundo. Madrid me mantiene de continuo amenazado. Y sólo soy capaz de escribir bajo coacción. Necesito contradecirme constantemente. No sé si entiendes lo que quiero decir.

La derecha miediática

Toda muerte es injusta, qué duda cabe, pero no me llames monstruo por no sentir nada ante la muerte de algunos. Supongo que no tengo alma suficiente para tantos cadáveres, o al menos no daría abasto con las miles de muertes injustas que a diario se suceden y apenas nadie conoce. Tampoco ostento cargo público; por tanto no tengo por qué ceñirme al protocolo del duelo institucional en según qué casos. Y porque un muerto sea más o menos cercano, o haya sido visto por televisión o en los periódicos, no lo hace más mío o crece más mi duelo que con el resto de los muertos. Cierto es que alguna vez oí hablar de la difunta Isabel Carrasco que hoy copa los medios, y alguna de esas veces lancé improperios contra ella (¿12 sueldos con el paro que asola el país? ¡Jesús!) pero no por ello deseé su muerte ni la muerte de nadie. No era de mi agrado, como tantos otros muchos, pero jamás empuñaría un arma contra ella o contra nadie ni alentaría a nadie para que lo hiciera.

Quiero decir que no me alegro de su muerte pero tampoco me entristece (repito: apenas conozco de nada a esa mujer, y lo poco que conozco no fue merecedor de mi respeto). Me sorprendió la noticia, eso sí (aunque hoy sigo en Praga y me pillara lejos). Igual que me sorprendió, una vez más, la bajeza moral de quienes trataron de darle la vuelta al asunto intentando ganar rédito moral con el cadáver aún caliente. Me refiero, por supuesto, a todos esos ascoputos mal llamados periodistas, abiertos 24h a su bilis contra el terror que para ellos supone la izquierda en general, buscando conexiones imposibles con los escraches de Colau, o la extinta ETA, o incluso el humorista y gran talento Wyoming como instigadores en la sombra del suceso. Y luego, ya una vez demostrado que el crimen fue perpetrado por otro miembro díscolo de los suyos, lejos de agachar la cabeza o pedir perdón por su falta de rigor periodístico, siguieron cargando contra aquellos que buscamos ‘de mala fe’ interpretar lo que no era. Es decir: primero nos llamaron cómplices y luego, idiotas.

Lo suyo ahora es, sin duda, periodismo guerracivilista: lanzan todos sus dardos contra la misma diana, sea cual sea el suceso y haga lo que haga el contrario. Echo de menos, por tanto, periodistas de derechas más neutrales (como aquel ABC de antaño que yo compraba y leía con gusto) que contrasten, primero, y luego lancen sus dardos directos a la verdad. Aunque duela a diestra y siniestra. Y mientras no exijamos un periodismo libre de intereses espurios, el nuestro seguirá siendo un país de tercera.

Mendigo en Praga

FOTO: @simpulso desde la terraza de mi hotel en Praga

FOTO: @simpulso desde la terraza de mi hotel en Praga

Estoy en el bar del ático de un hotel en Praga. Junto al ordenador donde escribo, en mi mesita redonda y raquítica, me parapetan tres cadáveres de cervezas dobles, una cuarta medio muerta y las cenizas de media docena de Luckys bailando al aire en el cenicero. Mi reciente esposa duerme cuatro o cinco plantas más abajo, habitación 402, agotada después de un largo día de paseos reposados por el asombro del barrio judío. Supongo que el matrimonio es algo así como esto: vigilar desde el extranjero mientras ella duerme. O sentirme extranjero con el resto de las chicas mientras “la mía” duerme despreocupada. O en este caso, con el resto de las checas. Las mujeres checas son guapas pero de unos ojos tan fríos que congelan con la mirada cualquier atisbo de sensualidad. De hecho, ahora mismo una chica checa me está mirando de reojo un par de mesas más allá mientras finge leer una revista café en mano (en cada sorbo, me mira), y en otras circunstancias podría parecerme guapa (rubia, delgada, ojos azules, piel de cristal de Bohemia) y en su gesto podría encontrar una invitación al contacto visual y lo-que-surja. Sin embargo siento una especie de castración química que me impide ver en ella los mismos impulsos que pudiera interpretar en anteriores circunstancias. No me interesan las mujeres, o al menos no del mismo modo.

Ahora comparo. Tal vez sea eso, que comparo. El hombre casado se refugia en su concepto de “propiedad”. Los bienes gananciales, por ejemplo. Yo me acabo de casar en régimen de bienes gananciales sin pensarlo o discutirlo si quiera. Aunque en Madrid es así por defecto (justo al contrario que en Cataluña, que impera la separación de bienes), yo elegí los bienes gananciales por una cuestión de principios: Lo mío, que apenas es nada, se lo doy. Si no es con ella, no lo quiero. Además, casarte en separación de bienes implica en cierto modo contemplar la posibilidad del divorcio. Yo no lo contemplo, pero si un mal día me divorciara de ella, se lo daría todo. Mi taxi, mi casa: todo. Me importa una mierda. No concibo lo que tengo si no lo comparto con ella. Mi casa, mi taxi, mis ahorros. Se lo daría todo y me iría a vivir a Praga. Eso es: sería un mendigo en Praga. Y escribiría al desamor y pediría limosna en los muros de la casa donde nació Kafka.

Otra carta de amor

FOTO: @yeyodebote

FOTO: @yeyodebote

Ya lo ves. Toda buena historia comienza de noche y diluviando, y acaba con el sapo convertido en príncipe, y la princesa exportando todas las perdices que le sobran. Tú naciste princesa y lo serás por siempre. Yo, sin embargo, fui el sapo. Y la noche. Y la lluvia. Anduve mucho tiempo, demasiado, buscándome a mí mismo en un pozo sin fondo. Quién me iba a decir que aquel pozo, al final, sería un túnel, y tú la luz. O dicho de otro modo: tanto me busqué que te acabé encontrando. O dicho de otro modo: ya no soy capaz de entenderme sin ti. O dicho de otro modo: Sólo los hombres con suerte, cuando tocan fondo, entre el fango encuentran pecios y cofres con tesoros.

Gracias a ti ahora sé que el amor, como la vida, son dos medias naranjas exprimidas por igual: Imposible entender una mitad sin la otra. Se acabarían secando y, por tanto, muriendo solas. Yo no quiero morir solo: prefiero desvivirme por ti. Ser el beso medio lleno de tu boca. Y no cansarme nunca de casarme contigo.

(Fragmento del texto que leí el pasado sábado en mi boda)

Me caso

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Así es. Me caso en poco más de 24 horas. Me caso, por cierto, con una lectora de este blog. Ahora ya puedo decir que lo nuestro es una de esas historias de amor con Mayúsculas: Ella comenzó a leerme en 2007, cuando gané el II certamen del concurso 20blogs y Arsenio Escolar me propuso escribir posts y columnas en el diario más leído de España (gracias por TANTO, Arsenio). El caso es que acabó contactando conmigo y decidí conocerla. Viajó en mi taxi, a mi lado, dimos unos cuantos tumbos de su corazón al mío (y viceversa), y nada más perderla (por mi mala cabeza) supe que su ausencia dolía más que nada en este mundo. A veces, los que somos tontos por naturaleza, necesitamos tropezar quince veces en la misma piedra para darnos cuenta de la piedra, y del dolor, y de lo tontos que somos a veces.

Cierto es que nunca fui propenso al matrimonio (a mis 36 años, jamás se me ocurrió planteármelo siquiera), pero pasa el tiempo, comparas besos, haces balance, y al final concluyes que llegaste al tope del amor con ella, que ella lleva años copando tus más altos instintos, y que también lleva años durmiendo muchas noches en tu cama, y que las noches sin ella son mañanas sin mí. Pero, sobre todo, que ella es capaz de llenar cada hueco que me falta, y me sobra con eso, y quiero firmar su hasta que la muerte nos separe y yo vivir en paz conmigo mismo gracias a ella. Pasar el resto de mi vida intentando congelar lo feliz que soy con ella. Los silencios con ella. Su forma de mirarme. Mi asombro.

El sábado me casaré como dios manda: por lo civil. Sin salones horteras, ni crucifijos macabros, ni invitados por compromiso. Sólo asistirá la gente con la que realmente nos apetece brindar. La familia más cercana, un selecto grupo de amigos, yo con corbata (por primera vez en años) y, sobre todo, ella. Porque quiero que sea su día. Se lo doy. Se lo merece.

…………………………………………….

Sigue mi boda en Twitter: @simpulso

La arquitectura del beso

FOTO: Rock Hudson y Julie Andrews en Darling Lilli (1968)

FOTO: Rock Hudson y Julie Andrews en Darling Lilli (1968)

¿Recuerdas cómo fue tu primer beso? ¿Recuerdas el último? Sin duda el primero fue tímido, patoso, tirando a cutre. Buscaste besar como en las pelis, pero no esperabas que aquel contacto fuera mullido y tuviera sabor. No es fácil de imaginar los sentidos del gusto y del tacto de otra boca novata sin más referencia que la del cine y, por supuesto, tus sueños. Luego, con el segundo y tercer y cuarto beso, fuiste perfeccionando la técnica, rebasando poco a poco la barrera de las lenguas y jugando a un abanico de besos cada ves más amplio. Pasaron por tu boca varias chicas y entonces comprendiste que ninguna besaba igual, ni usaba la lengua del mismo modo. Algunas chicas abrían y cerraban la boca como peces fuera del agua, o como muñecos de ventriloquía. Otras, tensaban la lengua; o la movían en círculos monótonos, casi industriales; otras tensaban los labios o incluso absorbían como quien come un yogur sin cuchara y sin manos. A ti te gustaba más jugar al despiste. Buscabas besos creativos, interactivos; o al menos que ninguno fuera igual que el anterior. A los labios carnosos les dabas el protagonismo suave que merecían. Llegaste incluso a depurar tu modo de manejar los tiempos, y por lo tanto de variar la intensidad, y por lo tanto el calor y el deseo.

Después llegaron relaciones más largas y entonces comprendiste que los besos también pueden acabar muriendo de éxito, y se almidonan, y se diluyen o convierten en mero trámite, y ahí suele ser que recuerdas otras bocas y acabas buscando otras bocas. Cuando los besos se secan, el amor se cuartea y ya no hay saliva capaz de revivir lo que quiera que hubiera al principio. No hay reanimación posible. No hay boca a boca.

Con esto vengo a deciros que hoy me ha dado por comparar aquel primer beso con el último (de esta misma mañana), y entre ambos he notado un abismo irreconciliable: definitivamente, soy otro hombre. Me cansé de innovar con otras bocas y ahora aspiro a plantar mi bandera en un solo par de labios. Los labios más perfectos que he besado nunca, por cierto. Tal vez por eso sea que me planto, y me corte la coleta de los besos furtivos.

……………………………………………………………..

NOTA: Mañana en este blog, notición. Estén atentos.

Cauterizar el miedo

FOTO: edaemirdag

FOTO: edaemirdag

En esto que estás conduciendo y te da por alzar la vista al espejo y ahí están sus ojos (pardos, con manchas de miel), observándote, buscando tus ojos, y el caso es que antes de aquello no reparaste en ella porque apenas subió en tu taxi y se puso a hablar por teléfono (una de esas conversaciones anodinas), y además tomó asiento fuera de los márgenes de tu espejo, pero luego colgó y se hizo un silencio amortiguado por tu cedé de los Tindersticks casi de fondo, y en su mirada no supiste o no pudiste o no quisiste interpretar absolutamente nada. Aquellos ojos no te decían nada y sin embargo sentías algo a través de ellos. No era calma. No era deseo. Nada de eso. Tal vez ansiedad de la buena, tal vez ganas de quedarte ahí clavado. No es fácil toparte con desconocidos dispuestos a mantener su mirada clavada en la tuya. Pero por primera vez no hubo reacción por tu parte. Te quedas simplemente colgado en su mirada y sin pensar en nada, como un Windows XP (y tus pupilas el cursor que no funciona) y sin embargo hay algo que te impide reiniciar el sistema tal vez porque no tienes nada mejor que hacer ni te apetece hacer nada mejor que mirar sus ojos sin pensar en nada. ¿Cuánto tiempo hace que no piensas en nada? ¿Cuánto tiempo hace que no dejas la mente en blanco sin pensar que el blanco es blanco? Ni lo recuerdas. Siempre hay algo, un zumbido que invade tu cabeza en un sentido u otro: ideas difusas, a veces, o simplemente ruido que no te deja llegar a ese estado de relajación de cuando eras niño y tus traumas aún no eran traumas porque no sabías qué significaba la palabra trauma. ¿Cuántos años hace que no te relajas? Ni lo recuerdas. Pero ahora sí, con ella sí. O más bien con sus ojos ahí clavados. Tampoco te importa ella en su conjunto, ni lo que esté pensando ella en este preciso instante, ni sus intenciones si las tuviera. Sólo te dejas llevar por tu confianza ciega hacia esos ojos. Ojalá pudiéramos mirarnos todos contra todos de ese modo. Aunque fuera a través de un espejo, o tal vez gracias al espejo puedas hacerlo. Los espejos invierten tus miedos neutralizándolos cuando esos otros ojos demuestran tus mismos miedos. Dos ojos menos dos ojos igual a cero, piensas. El mismo miedo menos el mismo miedo igual a cero, piensas. Y aquellas fueron las mejores vacaciones de tu vida. De Tirso de Molina a Tribunal.

Europa y olé

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

El próximo 25 de mayo los españoles podremos elegir libre y democráticamente cuál será el partido que se arrodille ante Merkel. Los grandes ya están en campaña: el PSOE, que dejó el gobierno con 5 millones de parados, apuesta por el empleo. El PP de los 6 millones de parados y una deuda pública 28 puntos por encima que la que dejó el PSOE, dice que ellos saben hacerlo mejor: que de la crisis se sale comiendo yogures caducados y encomendándote a la virgen que proceda. Por otra parte el PSOE apuesta por un socialismo europeo unido, pero nadie sabe si se refiere también al partido socialista alemán que ahora gobierna en coalición con el CDU de Merkel, o al socialista francés de los recortes sin tregua a pesar del descontento de su propio partido. En cualquier caso, haga lo que haga el PSOE, recuerden que el PP siempre lo hará mejor. Lo dicen todos los medios que ellos mismos controlan. Lo dice La Razón, ABC, El Mundo (después cargarse a Pedro J), El País (después cargarse a Moreno), TVE, RTV Castilla-La Macha, TVG, TeleMadrid; y también lo diría Canal Nou, pero el PP valenciano la gestionó tan bien, lo han gestionado todo TAN bien, que ya tal.

Y entre tus Gürteles y mis EREs, entre tus sobres y la herencia recibida, ambos dos continúan intentando acapararlo todo. Acaparan portadas, titulares, minutos de oro en los telediarios de máxima audiencia. Pretenden dar a entender que no hay ni habrá más opción que el PP de siempre y el PSOE de toda la vida, y que todos los demás partidos, sin excepción, son radicales de uno u otro bando. La estrategia no es casual: a los dos les interesa el hartazgo del electorado. A los dos les interesa que el ciudadano indeciso se quede en casa y no vote. Quieren ganar, aunque sea por la mínima de su electorado más fiel, aunque sea con unos niveles de abstención históricos, y saben que el voto en blanco y el voto nulo les beneficia de cara al resultado final.

Por eso, ahora más que nunca, hay que votar. Vota a quien quieras, pero vota. Vota al menos malo de entre todos los grupos minoritarios, pero vota. Vota a la izquierda radical, a la derecha radical o al extremocentro radical. Pero infórmate un poco, lee los programas electorales de los demás grupos, y vota en consecuencia. Hay que cambiar este bucle como sea. Tú verás.

Humildad

FOTO: JD Hancock

FOTO: JD Hancock

No soy nada bueno recordando caras, pero la suya se me quedó: cincuenta años, ojos altivos, traje de chaqueta y maletín. Viajó en mi taxi hace cuatro años o cinco años, tal vez más. Lo recuerdo porque llamó mi atención su chulería emprendedora. Me habló del éxito y de lo fácil que era hacerse millonario en esta España nuestra: “Aquí el que no se hace de oro es porque no quiere, o porque no vale, o porque es un vago redomado”. Llegó a insinuarme que yo, como taxista, entraba en su categoría de tonto incapaz de aprovechar la ola del dinero fácil.

El caso es que ayer mismo, entre carrera y carrera, pasé por una de esas hamburgueserías que te atienden sin bajar del taxi. Entré en la línea, hice mi pedido a un altavoz, y al pasar por ventanilla, ahí estaba él: con su gorra, su uniforme azul y su diadema walkie-talkie. Al tenderme mi comida nos cruzamos las miradas. Creo que llegó a reconocerme (ya que al instante agachó la cabeza), aunque no estoy seguro.

Le pagué, comprobé mi pedido y en esto le dije:

-Disculpe, pero esto está mal. La pedí con extra de pepinillos.