Presten especial atención a su ojo derecho. Parece estar buscando meterse en el campo de visión del izquierdo tal vez para hablar con él: «¿Tú qué miras?», o por celos: «¿Por qué me rehuyes? ¿por qué no me devuelves la mirada?» Suena ingrato que un ojo busque al otro y éste le responda girándose al mismo lado como enfadado con él, o actuando tan iguales que parecen siameses (noadías; siameses), como gatos pero no: no hay gato encerrado en su mirada. Ojo por ojo y el mundo quedó aciago. Pero además, ese ojo derecho, en su giro brutal movido por la búsqueda, perdió parte de su visión real adentrándose en la cuenca, como si no le bastara con lo palpable y buscara conjugar su interior con lo de fuera en un intento de consenso: la mitad del iris apuntando hacia el mundo y la otra mitad atenta a sus pensamientos. No se fía de la realidad, o tal vez le aburra o le canse o siempre necesite darle un toque personal a lo que observa.
El espejo parece el maestro de sus miradas y sus ojos las pupilas obedientes. Y ese eyeliner demarcando su frontera entre el cielo y el infierno, ese eyeliner dibujado por quien mira en formato cine, 16:9, esa frontera artificial de lo que observa, esa sombra intentando asombrar el mar en calma embebido en sus ojos. ¿Que le lleva a una mujer a decidir pintarse de un modo u otro? ¿Dice algo, mucho o nada cómo se maquille? En esto no soy ducho (¡iluminadme!), pero de algo estoy seguro: Patricia sabe mirar y mirarse.
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