Sonia olvidó una carta de su amante en el bolsillo trasero del pantalón que acabó en la lavadora junto con la ropa de su marido. El centrifugado desmenuzó la carta, pero quedaron cachitos disueltos en el tambor y pegados en la ropa. No fue ella sino su propio marido quien sacó después la ropa de la lavadora para tenderla y se encontró con los trocitos de esa carta: palabras sueltas y difuminadas por el lavado cuya caligrafía se asemejaba a la de Jaime Sanjurjo, director de recursos humanos del grupo hotelero donde él trabajaba. En un trozo de papel leyó «placer», en otro «dolor profundo», en otro «aquella noche», en otro «cena», en otro «aquel hotel» y en otro «más remedio que despedirte».
El marido de Sonia se echó las manos a la cabeza. Pensó que era una carta para él. Una carta de despido. Todo encajaba: hace un par de noches había acudido a una cena de empresa en uno de los hoteles del grupo y acabó discutiendo con el inútil del hijo del jefe. Pero no esperaba que aquello fuera a tener consecuencias tan drásticas y a través de una carta.
Atacado salió de casa en dirección a la oficina, paró mi taxi y por el camino le oí llamar al tal Jaime: «¿Jaime? Oye, acabo de leer tu carta, bueno, entera no. La saqué desmenuzada de la lavadora y sólo conseguí leer algunas partes. ¿Despedido dices?, ¿¡cómo que estoy despedido!? Mira, voy para allá y me lo cuentas». Y sin dejar a su interlocutor decir nada, colgó.
En realidad Jaime no había despedido a mi usuario, sino que simplemente se estaba tirando a su mujer. Lo deduje por esa breve conversación telefónica, pero también porque al bajarse del taxi me encontré, pegado en el asiento, otro de esos trozos de papel. Decía: «el sabor de tus pe-«.
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Nota: Supongo que, aprovechando la coyuntura y con tal de evitar el verdadero contenido de esa carta, Jaime le diría que sí, que está despedido. Ahora bien, ¿qué es peor: enterarte de unos cuernos o irte al paro?