Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de septiembre, 2013

Otra asombrosa historia de amor

lote rias

El día de su primer aniversario, Paco regaló a su esposa Esperanza un décimo de lotería cuyo número coincidía, día, mes y año, con su fecha de bodas. A ella le pareció un detalle de lo más romántico, así que le propuso continuar comprando ese mismo número, semana tras semana, durante el resto de sus vidas. Paco aceptó la propuesta de Esperanza, pero con una condición: que se alternaran al comprarlo. Una semana se encargaría ella, y a la semana siguiente se encargaría él como muestra de su amor recíproco. «La semana que te olvides de comprar el décimo, entenderé que habrás dejado de quererme», le dijo Paco a Esperanza en tono de broma. «Eso no pasará nunca», respondió ella.

Así pasaron 27 años, comprando todas las semanas el mismo décimo, una semana ella y a la siguiente semana él, sin que les tocara nada de importancia, apenas lo jugado raras veces, pero sin desistir jamás en su empeño. Tuvieron que pasar, como digo, 27 años, para que la suerte les jugara una doble y  tragicómica jugada: Justo ayer, estando Paco en el trabajo, tomó un momento el periódico para buscar, como cada semana, la sección de loterías, y de súbito se le cayó el café. Ahí estaba: era el suyo. Además, esa semana el premio traía bote, lo suficiente como para retirarse y vivir holgadamente durante el resto de sus vidas. Soltó un alarido y de inmediato llamó a Esperanza:

-¡Amor! ¡NOS HA TOCADO! ¡POR FIN SALIÓ NUESTRO NÚMERO!

Ella, sin embargo, enmudeció.

-¿Espe?, ¡contesta, Espe!, ¿qué te pasa?

Tras unos segundos de angustia entrecortada, Esperanza reconoció que, por primera vez en 27 años, había olvidado comprar el décimo.

Lo asombroso de esta historia viene ahora. Lejos de montar en cólera, Paco se asustó:

-¿Olvidaste comprar el décimo? ¿Eso significa que ya no me quieres?

-Entendería que me dejaras.

-No has contestado a mi pregunta. ¿ME QUIERES, O NO?

-Te quiero más que nunca, Paco. Sólo fue un olvido. Espero que algún día sepas perdonarme -dijo ella entre sollozos.

Nota: Paco, usuario de mi taxi, me contó todo esto instantes después de que sucediera, en el trayecto comprendido entre el trabajo y su casa. Poco antes de llegar me pidió detener el taxi un momento en una floristería. Quería comprar un ramo de rosas para Esperanza.

Sólo tú sabes calmar mis rarezas

cara cara

Soy tan cambiante que a veces me asusto al mirarme al espejo, como si no me reconociera a mí mismo o no recordara qué aspecto tengo. Esto es un problema teniendo en cuenta que conduzco un taxi y el espejo retrovisor domina en gran medida mi horizonte. A veces, mientras conduzco, me veo reflejado sin querer y no puedo evitar sobresaltarme: ¿quién coño es ese y por qué me está mirando fijamente? Me acerco al espejo y parece que me está mirando otro que no conozco. Pierdo, en fin, la noción de mi carcasa o peor aún, me creo okupado por un rostro que no es mi rostro, algo más adulto y desgastado que el que yo recordaba, como víctima de un desfase temporal del joven que me siento en creciente desfase con el hombre maduro que demuestra el espejo.

Y me asusto, claro, y este miedo también se refleja en mi rostro que no es mi rostro. Por eso luego, al llegar a casa, no hace falta decir nada. Sólo tú conoces el verdadero significado de cada expresión de mi rostro y los miedos adjuntos. Y sin mediar palabra te acercas y me besas despacio la frente, las mejillas, los labios, porque sabes que sentiré tus besos en tiempo real, y eso me conciliará conmigo mismo. Sólo tú sabes calmar mis rarezas.

Multa a un arranque creativo

indignado web

No hay mejor forma de blindarse del mundanal mundo que buscando universos paralelos en cualquier esquina. O inventando vidas más allá de tu propia vida sin más arma que tus cinco sentidos mezclados en esa coctelera que tenemos por cabeza. Ayer, por ejemplo, al caer la noche, llamó mi atención la forma en que la luz de las farolas se colaba por las ramas de los árboles de un parque. Hacía buen tiempo, así que decidí aparcar el taxi, sacar de la guantera mi boli Bic negro y mi cuaderno, me pasé por un chino a comprar un par de yonkilatas de cerveza, y tomé asiento sobre el césped a la espera de un ataque de musas. Apenas tardé un par de sorbos en ir soltando frases al azar primero, para luego ir formando el inicio de una historia en forma de relato cuya trama iba surgiendo poco a poco. Resulta asombroso lo mucho que te sorprende a veces tu propia cabeza cuando estás creando, cuando consigues dejarte llevar por el lado inconsciente más profundo.

Estaba, como digo, on fire escribiendo y bebiendo cerveza a intervalos bajo un árbol, disfrutando de mi mismidad y ajeno a todo, cuando de repente una sombra se cernió sobre mi cuaderno. Alcé la vista y ahí estaban, frente a mí, dos policías Municipales en amenazante pose.

-Buenas noches, caballero -me dijo uno de ellos.

-Buenas noches.

-¿Sabía usted que no se puede beber en la vía pública?

-Sí, sí que se puede, mire:

Y le di otro sorbo a mi cerveza.

-¡Qué! ¿Me estás buscando?

-No, señor. Son ustedes los que han venido a buscarme a mí. Yo aquí estaba, escribiendo tan tranquilo y sin meterme con nadie.

-Documentación, por favor -me dijo el otro policía.

-No la llevo encima. Está en mi coche.

-Vale. Le acompañamos a su vehículo.

Me levanté, fuimos a por mis documentos, y al ver que «mi coche» era un taxi, me pidieron también mis permisos municipales. Como todo lo tenía en regla, al final «sólo» me multaron por «consumo de alcohol en la vía pública»:

600 euros, la multa.

¡Despierta! ¡Nos la están colando!

Desde el inicio de la crisis, la banca española ya se ha «comido» un total de 219.397 millones de € del Estado entre inyecciones de capital (87.397 millones de €), compras de activos (67.888 millones de €) y avales del Tesoro (64.112 millones de €). Dicho de otro modo, cada español tendrá que abonar de sus impuestos 12.830€ a ese pozo impune y sin fondo que es la banca (datos vía GURUSBLOG), a sumar a comisiones, recargos e intereses millonarios de hipotecas y préstamos, o las miles de casas que nos quitan con la ayuda de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y revenden si no pagamos. A tenor de este dato esquizoide, llama mucho mi atención la forma en la que, poco a poco, hemos ido asumiendo tan escandalosa cifra, hasta el punto de obviarlo o desviar la atención hacia escándalos de cuantías infinitamente menores.

Hace un par de días, por ejemplo, se incendió twitter y también mi taxi al enterarnos de que los presos de las cárceles españolas disfrutan de un «menú especial» tres días al año (Nochebuena, Navidad, y el día de la Merced, patrona de los presos), es decir, entrecot y langostinos; lo cual le supone al Estado un gasto extra de, atención, 252.000€ (3,60€ cuesta el menú normal frente a los 7,20€ del «especial», vía @AntonioMaestre). Muchos, en las redes y en mi taxi, se indignaban por ese gasto añadido de 252.000€ «mientras otros muchos no tienen siquiera para comer». Sin ánimo de entrar en debates carcelarios, esa cuota extra de langostinos supone, hagan la cuenta resultante, un 0,000114% de lo que nos ha costado el rescate a la banca (o dicho de otro modo, tocaríamos a 0,005€ por español frente a esos 12.830€ que nos cuesta alimentar a la banca). Repito: cero coma cero cero cero uno por ciento. Cualquier estadista estaría flipando ante tal comparación. Y Blesa o Rato o el Consejo de Administración de Nova Caixa Galicia descojonándose de la risa.

Pero nada de esto es casual. Por algo los grandes medios (financiados directa o indirectamente por los bancos) se empeñan en desviar la atención hacia temas menores obviando la madre de todos los temas, el ESCÁNDALO en mayúsculas. Así que a partir de ahora, antes de echar la culpa de la crisis a los que, dicen ellos, vivimos por encima de nuestras posibilidades, comparen la cifra de esa culpa individual y aislada con esos más de doscientos mil millones. Y ese cero coma cero cero cero equis por ciento de la comparativa resultante, será inversamente proporcional al volumen de idiotez que nos invade.

Bicis en la ciudad sí, PERO…

bici web

Pongo por delante que me gustan las bicis; es más: yo mismo fui un ciclista concienciado antes de darme al alcohol y al tabaco. Las bicis me parecen una alternativa de transporte cojonuda y más ahora, con los índices de contaminación por las nubes y un transporte público cada vez más caro e ineficaz.

Ahora bien, y aquí viene el PERO. ¿Resultan ciudades como Madrid lugares cómodos para moverse en bici? Evidentemente, NO. En parte por culpa de la orografía (Madrid no es precisamente plana), pero también por el volumen de tráfico sin restricciones que soporta, la ausencia de arcenes, y un carril bici tan escaso como mal planteado. Además, Madrid cuenta con carriles BUS-TAXI separados del resto por «aletas de tiburón», que hacen del todo imposible el adelantamiento, y no pocas veces al día me toca, como taxista, circular a 10-15 kms/h detrás del ciclista urbano de turno sudando la gota gorda y cuesta arriba. En tales casos jamás se me ocurriría tocarles el claxon o intimidarles, sería peligroso para ellos. Pero sí que me entran ganas de soltar algún que otro improperio. Y es que no es de recibo que una larga fila de taxis libres y ocupados y autobuses atestados de usuarios tengan que circular atrapados a diez por hora porque al ciclista en cuestión, normalmente UNO, le dé por pasear sus huevos toreros a golpe de pedal, completamente ajeno al zisco que está formando tras de sí. Entiendo en ellos cierta reivindicación por un cambio de modelo en el transporte, por una ciudad más limpia, pero tal vez no caigan en la cuenta de que están jugando con el tiempo (y los nervios) del resto, aparte de poner en constante peligro su propia vida (nada más frágil que una bici). Y me refiero, en concreto, a esos ciclistas que circulan cuesta arriba por carriles BUS-TAXI o por calles estrechas y a un ritmo pausado, o zigzagueando entre los coches, no al resto de los ciclistas cívicos, que por suerte son mayoría. Ojalá ciudades como Madrid estuvieran preparadas para llenarse de bicis, pero mucho tendría que cambiar la distribución de las calles, el ordenamiento del tráfico y, sobre todo, la mentalidad de muchos, empezando por nuestros bipolares responsables políticos.

El armario

Juro que nunca antes me había pasado, pero esta mañana he sentido algo por un hombre.  No ha sido más que un leve impulso raro de atracción tal vez sexual, no estoy seguro. El hombre subió a mi taxi y primero fue su olor el que puso en pie de alarma mis sentidos. Luego me fijé en su rostro a través del espejo, en sus rasgos duros y angulosos, su perfecto afeitado, sus ojos color alquitrán, y noté la misma sensación de cuando observo atónito a cualquier mujer de belleza extrema, el mismo cosquilleo en el diafragma, la misma molestia incómoda en el pantalón. En cualquier otro momento o situación aquella simple imagen me habría provocado, cuanto menos, rechazo. Pero ya digo que ésta ha sido la primera vez, y no entiendo por qué ahora y así, de repente, y tengo treinta y cinco años, repito: treinta y cinco, y estoy confuso. Mucho.

Motivos

persiana

Hilos de luz a través de la persiana. Tu beso de buenos días, tu sonrisa, tu cabeza en mi pecho. Cantar en la ducha una de los Rollings. Creerme Mick Jagger bajo la lluvia. Escribirte mensajes de amor en el vaho del espejo. Hacer muecas locas, el olor a after shave.

Café con dos de azúcar y tostada mientras observo atónito un vídeo del reflote del Costa Concordia. Que te acerques y me preguntes qué tal te quedan esos pantalones. Asombrosa la ingeniería que reflota barcos. Asombroso tu cuerpo. Fregar el desayuno y dejar la taza como nueva, reluciente. Todo nuevo, reluciente, cada día.

Llevarte al trabajo en mi taxi. Buscar clientes por un mar de calles infinito y cambiante. Hablar con una usuaria de ochenta y tres años que viene de apuntarse a un curso de internet. Hablar de fútbol con un cura sin tener ni idea de fútbol, ni de curas. Hablar con un marchante de arte. También hablar solo, a veces. Pensar en ti cada dos o tres semáforos. Escribir historias en las paradas de taxis. Que alguien te lea y se emocione.

Los frágil

Sentirte a veces frágil es fácil si sabes disimularlo. Que nadie en la calle lo note, quiero decir. La ciudad no está hecha para ir dando pistas de dónde se encuentran tus grietas. No es plan de conducir tu taxi y llevar a todo volumen Lucha de Gigantes, del genio ausente Antonio Vega, y que alguien te levante la mano, y suba, y te encuentre en ese estadio de melancolía calma, como entre algodones impregnados de formol, brutalmente introspectivo y sin embargo atento al tráfico. Tienes que cambiar la música, poner algo vivo o tal vez neutro o amenazante. A no ser, claro está, que quien entre en tu taxi cumpla tu mismo perfil y su carcasa parezca débil, como esas mujeres de piel de nata y ojos acomplejados que al subir a tu taxi te indican un destino con tono de quien pide perdón por existir. Y entonces, sólo en esos casos, mantienes la música o incluso subes un par de puntos el volumen, lo justo para que ella note que esa canción también va por ella, en homenaje a todos los frágil. Y dado el caso no es difícil que se cree cierta conexión no verbal entre ambos, y te mire tímida a través del espejo como muestra de aprobación cómplice, e intente tararear o tan sólo mover los labios si no conoce del todo la letra. Sólo es su forma de decir: Eh, yo también me siento frágil ahora y me alegra poder compartirlo contigo, o al menos no tener miedo de ti, o no verme forzada a disimular mi estado.

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Esto nunca pasa en los autobuses o en el metro: demasiada gente alrededor y no es posible compartir tu música, ni tampoco se crea ese vínculo mágico, como envasado al vacío, que sólo se da en los taxis o tal vez en mi taxi nada más. Estoy enamorado de mi taxi, quiero decir. Y sinceramente creo que si todo el mundo tuviera la oportunidad de montar uno a uno en mi taxi, si pudieran vivir conmigo por un momento esos silencios cómplices, esas canciones que desarman, o pudieran demostrar sin disimulo el lado frágil de sus vidas, la tierra como planeta giraría más holgada. Más suave. Y es que todos, sin excepción, tenemos nuestro lado frágil, nuestra tara secreta, y también nuestro miedo a mostrarla. Y creemos, todos en el fondo creemos que ocultarla es de valientes, pero no. No hay mayor cobarde que un hombre oculto en su coraza. Siempre machote por fuera pero por dentro, igual de imperfecto que el resto.

Traumas, querido bruto, tenemos todos.

Libertad con fianza

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Llevé en mi taxi a una usuaria a un pueblecito de Ávila. La carrera era buena, pero pocos kilómetros antes de llegar, justo cuando circulábamos por una carretera secundaria del infierno, inhóspita, sin apenas arcenes y mucho bache, se me jodió el taxi. Simplemente se paró el motor, y apenas me dio tiempo a echarme a un lado y aparcar bajo la sombra de un árbol. En un primer vistazo parecía un fallo en el alternador, el cual había dejado de servir corriente a la batería hasta dejarla seca. No podía arreglarlo, así que llamé a la grúa. Aparte de esto, justo al llamar vi que el móvil apenas tenía un 10% de batería. La usuaria, por su parte, me dijo que ella se había dejado el suyo olvidado en la oficina, por lo que tendríamos que tirar los dos con mi 10%.

Primero llamé a la grúa. Le di mis señas aproximadas y colgué tan rápido como pude. Pero nada más colgar, sonó el teléfono. Era mi novia, tan inoportuna como siempre:

-Hola, amor. ¿Qué tal va el día? ¿Llegaras a tiempo para la cena?

-No, mira, llegaré tarde… Estoy en la provincia de Ávila y se me acaba de joder el taxi. Estoy esperando a la grúa y no sé cuánto tardaré en volver.

En esto la usuaria de mi taxi, nerviosa porque se agotara la batería del móvil, soltó en alto:

-¡Venga, cuelga ya!

-¿Quién es esa? -me preguntó de súbito mi novia.

-Es…

Y el móvil se apagó.

Nos quedamos, en fin, incomunicados, con el móvil sin batería (y sin posibilidad de cargarla), y rezando para que el tipo de la grúa nos encontrara con las señas que le había dado. Por otra parte mi novia, conociéndola, estaría en vilo después de oír la voz de otra mujer y justo se cortase la llamada antes de que pudiera explicárselo. Con más razón, si cabe, siendo como era consciente de mi pasado mujeriego. Por eso me sentí mal aun sin tener, en este caso, la culpa de nada, culpable por cuanto pudiera estar pensando mi novia de mí, y sin posibilidad de arreglar aquello de inmediato. La imaginé llamándome otra vez, y otra, y otra, y escuchando en bucle: «El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos», y ella engordando la paranoia en su cabeza, preguntándose quién demonios sería esa mujer con la que estaba, y por qué colgué el teléfono nada más percatarse de su presencia.

Por otra parte la mujer comenzó a hablarme para hacer tiempo mientras llegaba la grúa, y en seguida nos enfrascamos en una charla interesante, los dos fuera del taxi, sentados bajo la sombra de un árbol, y me miraba a los ojos y sonreía a veces. Hablamos, entre otras cosas, de la confianza en las parejas, de la sensación de libertad que sugiere, precisamente, la confianza plena del uno hacia el otro. A ese respecto se me ocurrió un juego de palabras: «Lo que dices es pasar de libertad y confianza a libertad con fianza», y en esto ella sonrió y se acercó a mí a peligrosa distancia, torneando los ojos, consciente de su poder de seducción.

Pero justo, en ese preciso momento, llegó la grúa.

Atrapada en su propio reflejo

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Una mujer que camina se mira de reojo en el reflejo de un escaparate. Un hombre que camina en dirección opuesta frena en seco, alza su cámara reflex y comienza a hacer fotos al reflejo de la chica en el escaparate. Ella de repente se le acerca furiosa y le dice oye, ¿por qué me estás haciendo fotos sin mi permiso? Él contesta que las fotos se las hizo al escaparate, no a ella, y que el reflejo de su rostro fue casual. Ya, vuelve ella, pero enfocaste adrede mi reflejo. En efecto, vuelve él, pero nadie es dueño del reflejo que proyecta.

A ella no le sirve esa excusa y le pide que borre esas fotos. El hombre contesta que, en todo caso, el permiso debería pedírselo al encargado de la tienda propietaria del escaparate y, por lo tanto, también de cualquier reflejo que se proyecte en él. Espera y lo aclaramos, añade.

El hombre entra en la tienda. Ella sigue quieta. A rato el hombre sale, y le dice a la mujer que el encargado le ha dado permiso para hacer tantas fotos como quiera, ya que el escaparate forma parte de la vía pública. Ella se ríe nerviosa y le suelta irónica: A ver, artista, enséñame esas fotos. El hombre busca en la pantalla de su cámara una foto en concreto y se la enseña. Ella se queda atónita. Él dice: «Aquí conseguí superponer el reflejo de tu rostro en el  rostro de la maniquí del escaparate. Busqué darle vida a la maniquí, o quitártela a ti. La pregunta es ¿quién gana a quién? ¿Tu rostro vivo y precioso sobre un cuerpo inerte, o acaso el maniquí te resta vida? Yo me decanto por lo primero. Tu encuadre perfecto parece conseguir que la maniquí desee romper el escaparate y fundirse en tu cuerpo como un guante».

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Nota: Yo estaba a escasos dos metros de ellos, en una parada de taxis. Fui testigo de todo, lo escuché todo. También cuando los dos se marcharon juntos a tomar un café.

(Arriba foto real de la maniquí del escaparate)