El fútbol me importa un huevo, pero algo tendrá cuando causa auténtico furor entre millones de aficionados de todo el mundo. Mil millones de moscas no pueden estar equivocadas. Así que me dio por ver el España-Italia de ayer. Me lo tragué enterito, prórroga y penaltis incluidos. La verdad es que, de no haber sido por las cuatro o cinco cervezas que cayeron (y la camarera: tremendo escote), me habría aburrido como un puto mono (¡cero goles en ciento veinte minutos!, ¡fascinante!).
Entre cerveza y cerveza también me dio por pensar que, tal vez, mil millones de moscas sí que podrían estar equivocadas. Pensé, por ejemplo, en los once millones de españoles que votaron al partido de Bárcenas (sumados a los otros nueve que siguieron confiando en los otros inútiles). O a los muchos millones más que, a estas alturas de la ciencia, siguen venerando a un ser imaginario. O a los millones de discos que vende Justin Bieber. O a los millones de visionados en YouTube del Gangnam Style. O al share de Tele5.
No estoy acostumbrado a actuar en masa (soy taxista; voy de uno en uno), pero tal vez las masas sólo sirvan para huir de ellas, o al menos para desconfiar, como poco. Cuando algo o alguien atrae a demasiada gente se sobreentiende una poderosa maquinaria oculta. Y en tal caso no es difícil dejar de pensar por uno mismo arrastrado o abrumado por el conjunto. De hecho, la gente tiende a diluirse porque es lo fácil. Y buscamos, ante todo, comodidad. Lo mayoritario, en fin, es fácil y es cómodo. Sólo tienes que dejarte arrastrar por la marea.