Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de mayo, 2013

Ya no hay canciones como las de antes…

smiths

No sé tú, pero a mí ya no me emocionan las canciones como antes, o al menos ya no se hacen las canciones que se hacían antes: ya no hay temazos, ya no hay grupos que calen profundo (de esos que se pegan como lapas y no puedes dejar de escuchar una y otra vez), ya no hay estrellas. Me refiero a The Smiths, al Bowie de antaño, a los primeros discos de los Cure, Depeche Mode, U2, REM o incluso Madonna; me refiero a Pearl Jam, a Nirvana, a los Rollings, a los Ramones, a los Doors, a Metallica o al mejor Dylan. O aquí en España: los Héroes del Silencio, El Último de la Fila, el boom ochentero rollo Golpes Bajos o Alaska, o las letrazas de Sabina.

¿En qué se ha convertido toda esa explosión de creatividad?, ¿en Lady Gaga o Justin Bieber? ¿por qué ahora los chavales que suben en mi taxi y escuchan esos grupos, esas canciones, me miran como a un viejuno? ¿por qué asocian la música pasada a otra generación distinta a la suya? ¿qué novedades podrían aportarme ellos? ¿qué temazos nuevos, de los últimos años, son esos capaces de poner los pelos de punta?

Ilustradme, por favor.

Yo aporto uno: Somebody that I Used to Know, de Gotye (feat. Kimbra)

Jaulas para escritores

maquina

Estoy en uno de esos cafés literarios que ahora crecen como setas en el ala cool del centro de Madrid. Simplemente pasé por delante con mi taxi, me topé con la palabra mágica (¡WiFi!) y con un hueco libre en la misma puerta, y aparqué sin pensarlo. Pero ahora que estoy dentro, con el portátil abierto sobre una ridícula mesa de piedra y forja y bebiendo una cerveza de marca impronunciable que encima está caliente, miro alrededor y me da cierta vergüenza formar parte de esto. Me refiero a escribir en el mismo lugar donde escriben otros. Ahora mismo somos cinco, cada cual en su ridícula mesa. Todos con sus MacBooks y todos, excepto yo, bebiendo té, o agua coloreada, o lo que coño sea eso. Tecleando en cadena como monos escribidores, levantándose a cada rato a hojear tal o cual libro de los estantes como monos cogiendo plátanos. En fin, lo más parecido a un zoo que he visto nunca.

Desconozco qué andará escribiendo el resto. Tal vez sean tipos con talento y buena técnica, no lo dudo. Pero creo, sinceramente creo, que la literatura no es eso. ¿Acaso puedes pretender sentirte único, irrepetible, y plasmarlo con furia, y ganarte un estilo propio rodeado de otros que intentan hacer lo mismo? ¿acaso estamos a la caza de la misma musa?

El caso es que luego, fuera de aquí, todos somos unos mierdas. Me refiero a que, si algo bueno tiene la creación literaria, es que cualquier sin sustancia en la vida real puede jugar a ser dios a golpe de tecla. Por eso recomiendo escribir donde nadie escriba. Escribir en una parada de taxis, o en bares con gambas en el suelo, camareros ojerosos y un MARCA manoseado al fondo de la barra, o en la esquina más profunda de un burdel o en el bingo de tu barrio, en el anverso del cartón de marras. Ahí te sentirás único en tu especie. Ahí escribirás crecido y las musas saldrán solas.

Yo a los cafés literarios les pondría un ring de boxeo en el centro, al menos para que los escritores pudieran darse de hostias justo antes de ponerse a escribir. Porque se escribe mejor después de una derrota. Se escribe mejor con sangre de otro en los nudillos.

Tensar la cuerda floja

cuerda web

Dices que consumes drogas para estirar los días, para alargar las noches; que el speed, que el M, que la coca te mantienen despierto, atento y sin embargo ajeno a todo, dentro y fuera de todo, en modo mute aunque a veces el botón no funcione o se quede encasquillado.

Dices que sólo quieres darlo todo y justo ahora, disfrutar del instante o más bien, palabras textuales, tomarte unas vacaciones de ti mismo. Viajar a ser posible en business si la coca es buena, separar los pies del suelo y saber que no habrá cuerda capaz de contener tu ascenso al cielo de la nada; sentirte helio, intocable, inmortal, hasta que el cuerpo diga basta o ya no queden más billetes que enrollar. Un contacto directo con esa alma tuya que se esconde cuando no vas colocado. Jugar a ser un príncipe en el reino de tus santos cojones.

Y días sin dormir. Dos días, tres dias. Convertir el futuro en una suma de presentes continuos. Llenar el tiempo de ritmos progresivos y matices y luces que parpadean. Y al próximo cubata invito yo. Y si me invitas a una raya serás mi mejor amigo. Y sentiré tu abrazo y el sonido de tus palmadas en mi espalda en Dolby Surround Pro Logic. Y hablaremos de todo en profundidad y yo seré el centro de mi universo, y tú te serás el centro de tu universo, y nadie escuchará a nadie aunque sintáis el mismo efecto, gramo a gramo.

Pero yo te miro a través del espejo de mi taxi, miro tus ojos como platos, tu mandíbula de chicle y no puedo evitar decirte: a mí no me engañas. Sólo buscas evitar tu ruido. ¿Vivir rápido? ¿Para qué?

Un Cupido sin flecha de caducidad

rosas23gm

Al pasar con el taxi le vi con medio cuerpo metido en un cubo de basura, buscando tal vez, como tantos otros, sobras de comida que llevarse a la boca. No había ningún supermercado cerca, pero bien es cierto que todos los supermercados del centro ya estaban copados, había hostias por coger comida, y esos cientos de estómagos hambrientos se sabían de triste memoria a qué hora sacaban los cubos a la calle para lanzarse a la caza de tomates pochos, lechugas de hojas feas o, con suerte, alguna bandeja de carne caducada. Por eso no me extrañó verle buscar en un cubo distinto al circuito habitual: ya eran demasiados y no había mercado para tanta pobreza. Sin embargo, al acercar más el taxi pude leer en el cubo “floristería”. Me sorprendió saber que, en realidad, estaba rebuscando en el cubo de una la floristería contigua.

Luego el hombre sacó medio cuerpo del cubo. Había conseguido seleccionar unos cuantos claveles y orquídeas del fondo, los cuales agrupó y envolvió con mesura en papel de periódico para seguir después calle abajo, con aquel ramo improvisado en una mano y una bolsa en la otra.

Al día siguiente, sobre las nueve y media de la noche, me sorprendió ver de nuevo a aquel hombre, esta vez en la puerta trasera de un supermercado, buscando con otros tres hombres y otras dos mujeres alimentos en los cubos de basura, seleccionando entre todos los productos que aún parecían aptos para ser devorados. Pero un par de horas más tarde, le vi otra vez en el cubo de aquella floristería, cogiendo flores con taras o secas, esta vez petunias y pensamientos. Supuse entonces que aquella era su rutina diaria: primero buscar comida y después conseguir flores.

Le perdí el rastro durante un par de semanas, hasta que ayer, circulando con mi taxi por el túnel de la Plaza de España, volví a verle en un mugriento hueco de ese túnel, una suerte de cobertizo improvisado, durmiendo entre cartones con otros quince o veinte o treinta sin techo más. Le reconocí por sus zapatos azules descalzados a sus pies y por las flores. Ahí pude ver que las flores no eran para él, sino que estaban dispuestas en botellas de plástico junto a una mujer que dormía a su lado, bajo un cartón sujeto a la pared con dos muletas. Supuse por las muletas que ella no podía caminar, así que él buscaba cada día comida para los dos y flores para ella. La misma comida que otros tiraban a la basura. Las mismas flores que otros tiraban a la basura. Y en ese contraste comprendí que la luz y las ganas no caducan. Que el amor crece al margen de la puta vida.

La locura es relativa

arbol loco

Otro usuario de mi taxi me contó (en confianza, como todos) que oía voces en su cabeza. Pero no eran voces obsesivas, sino voces amables, cordiales: le daban consejos constructivos respecto a lo que hacer en cada momento. En este caso pensaba ir andando al psiquiatra, pero las voces de su cabeza le aconsejaron que mejor cogiera un taxi, que así llegaría antes e iría más cómodo.

De todos modos, por una razón o por otra, los consejos de las voces solían tender al consumismo, a gastar más de lo que podía permitirse e incluso a comprar objetos que no necesitaba. Hoy fue lo del taxi, pero ayer sus voces le llevaron a entrar en una tienda y comprar un wok, sin ser él nada de eso. Y el otro día compró una funda para móvil que ni siquiera era compatible con su móvil. Y un pastillero electrónico con memorias y alarmas que le costó una pasta. Y un dispensador de cerveza, aunque él sólo bebía refrescos y zumos.

Atento a esto, le dije que tal vez su cabeza captara la señal de la Tele Tienda y que esas voces eran, en realidad, infocomerciales, pero me miró como si estuviera loco.

Y en cierto modo no le faltaba razón. La locura, como todo, es relativa.

Anestesia general

cara plasma

Es posible adaptarse a las ruinas, convivir rodeado de mugre si sólo encuentras mugre alrededor y ya olvidaste el paisaje del pasado: aquel prado, las montañas, la decencia, la cordura. No hay más que lanzar bomba tras bomba para aturdir a la población más sensible (mientras se derrumban los cimientos de la democracia). Y seguir bombardeando hasta que ese sonido de obús sobrevolando nuestras cabezas se vuelva cotidiano o sólo eso: ruido de fondo. Como el ruido del tráfico, como los pájaros.

Las bombas las lanzan los medios cada día. Bombas sobre los pilares del Estado. Ayer mismo, por ejemplo, salieron a la luz nuevos apuntes contables del PP (a sumar a los de Bárcenas, Gúrteles, aportaciones de empresarios y barra libre de sobres para todos): 600.000€ turbios en tiempos de Aznar destinados al ex Presidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, cuya indecente gestión nos ha costado otros miles de millones de euros más. Siguiendo la desvergüenza acostumbrada, el PP sacó un comunicado afirmando que aquello se debía a otro un error contable. Así lo dijo. Un. Error. Contable. Y ya. Preguntaron después a Rajoy y Rajoy dijo que no tenía por costumbre hablar de ex Presidentes del Gobierno (excepto cuando se refiere a la herencia recibida, añado yo). Y ya. ¿Para qué dar más explicaciones a estas alturas del bombardeo?

No explican nada, no aclaran nada porque saben que ya les escuchamos como si fueran silbidos de obuses tras décadas de guerra. Ya sólo son ruido de fondo. Como el ruido del tráfico. Como los pájaros.

………………………………………………………………………..

Nota: Si te aburre el tema es señal de que han ganado.

¿Crees que te conoces?

adrien_brody_wallpaper_6-852x480

Grabas en HD tu propia voz y al escucharla te suenas raro, ajeno. Tu tono dista mucho del que escuchas mientras hablas, como si la resonancia del circuito interno de tu puto cráneo te ofreciera una audición distorsionada de ti mismo. Crees que no te conoces, en fin, y entonces comienzas a dudar de la opinión que aporta el resto de tus sentidos hacia ti mismo. Te miras en el espejo pero piensas que esa imagen pudiera estar también adulterada por el eco de tu punto de vista. Así que, para salir de dudas, decides preguntar a los demás cómo te ven.

Y aquí viene lo extraño, porque unos te ven guapo, otros te ven feo, otros resultón y otros no saben/ no contestan. El caso es que absolutamente nadie coincide en un mismo criterio. Por eso te da por pensar que emites una imagen poliédrica, y que tal vez le pase lo mismo al resto de los chicos y las chicas. Para comprobarlo preguntas a alguien ajeno a ti, un usuario cualquiera de tu taxi, su opinión acerca de un tercero:

-¿Usted qué opina de Adrien Brody?

El usuario de tu taxi te dice que Brody es feo. Tú opinas lo contrario, que es guapo. Y Elsa Pataky, supongo, también opinará que es guapo (al menos fueron novios por un tiempo). Entonces piensas: «Tal vez el usuario de mi taxi y yo tengamos un concepto distinto de belleza». Para corroborarlo, le vuelves a preguntar:

-¿Y le parece guapa Elsa Pataki?

Su respuesta desmonta, de nuevo, tu teoría. El usuario te ha respondido que sí (y tú en este caso opinas que también). Así que tal vez compartáis criterios respecto a las mujeres pero no hacia los hombres. Por eso vuelves a preguntar:

-¿Y María Dolores de Cospedal?

-¡Guapísima! -te responde sin dudarlo.

A ti, sin embargo, esa señora te parece un horror. Aunque bien es cierto que te ves condicionado por el cargo que ocupa y su forma de actuar. Si en lugar de política fuera, por ejemplo, azafata del AVE, tal vez pasaría de «horrorosa» a «resultona».

Así pues, es posible que al fin hayas dado con la solución a este dilema: Todo es subjetivo, incluso tu misma voz. Nadie puede afirmar nada respecto a uno mismo.

¿Te ves guapo? ¡Enhorabuena! Pero, ¿quién más te ve así?

¿Te ves feo? Descuida. Alguien te dirá que te equivocas.

Cuando la belleza es ciega

ojos blindness

Nunca había visto subir a mi taxi mujer de belleza tan pura. Ella tampoco: era ciega. Tal vez por eso su belleza reluciera más aún. La suya era, a fin de cuentas, una belleza libre, una belleza sin el vicio inevitable del espejo, sin las pistas del espejo, o el escrutinio del espejo. No era consciente de sus gestos más favorecidos, ni del carmín más adecuado, o de cómo articular los labios y que resulten sexys, y sin embargo todo en ella conjugaba de un modo salvaje y melodioso a su vez. Sus labios eran un tango aun sin haber aprendido a bailarlos, y arqueaba las cejas como mueve el pincel un pintor impresionista.

Y en casos como este no importa que te digan mil veces lo guapa que eres si no te puedes ver con tus propios ojos, ni comparar con las demás bellezas. No eres consciente y en cierto modo pierdes la importancia del aspecto físico aunque el tacto haga las veces del ojo pero mienta también: hay caras suaves pero feas a la vista; o rasgos bien definidos (que facilitan la imaginación) pero feos en conjunto.

Hablé con ella sólo por ver atentamente cómo movía sus labios. Incluso fingí detener el taxi en un semáforo (en realidad me eché a un lado del arcén) y me acerqué por entre el hueco de los asientos, casi cara a cara y a escasos centímetros, conteniendo el aliento por si notaba mi cercanía, evitando acercarme más por si notaba el calor de mi piel. Y así me mantuve un buen rato hasta que ella me dijo:

-Tarda mucho el semáforo, ¿no?

Y entonces comprendí que, de los cinco sentidos, la vista es el más dado a detener el tiempo.

La historia oculta de unas tetas de silicona

-Mi padre murió el año pasado y con el dinero de la herencia me operé las tetas. No sé por qué te cuento esto; voy pelín borracha, pero me has parecido un tío majo y además eres joven y seguro que ya habrás escuchado de todo en el taxi. A lo que iba: mi padre murió en julio, arreglamos los papeles en septiembre, y en octubre me aumenté un par de tallas. Me lo gasté íntegro, los 4.215€. Es más, cuando fui a la clínica, le dije al cirujano que me quería poner tetas por valor de 4.215€; que cuántas tallas sería eso más o menos. Yo no tenía ni pajolera idea de lo que costaba la operación, pero me daba remordimiento de conciencia tener ese dinero ahí, pudriéndose en el banco: ese dinero olía a muerto, tú ya me entiendes. Al final me pusieron un par de implantes de silicona y la verdad es que me quedaron unas tetas de fábula. Estoy contenta con el resultado, de veras te lo digo, pero ahora que estamos en confianza te confieso que me acaba de pasar algo muy muy muy heavy. No sé… necesitaba contárselo a alguien y chico, me has venido a huevo. Puedo tutearte, ¿verdad?

-Por supuesto -dije yo a través del espejo del taxi.

-Bueno, pues el otro día, hace un par de días o tres, fui a un bar con una amiga, un afterwork de esos de gintonics pijus máximus, ya sabes, y en esto me doy cuenta de que al otro lado de la barra hay un hombre super apuesto (aunque algo mayor para mi gusto) que no para de mirarme no sé si a mí o a mis tetas. Se marcha mi amiga un momento al baño y va el hombre, se me acerca, se presenta muy educado él, y nos ponemos a hablar. La verdad es que el tío era, es, un embaucador. Tenía una labia increíble. Bueno, a lo que iba: Vuelve mi amiga del baño, se la presento, y bla, bla, bla, nos invita a otra ronda y al final nos acabamos dando el número de teléfono. El tío, encantador, me llama al día siguiente, y me insiste en quedar para cenar hoy mismo en un restaurante de la de Dios. Y entonces pensé, por qué no. Así que quedamos, cenamos, risas, vino, copas, y va después y me invita a su casa, y al final pasa lo que tenía que pasar. Me lleva al dormitorio, comenzamos, ya sabes, con los sobeteos, me quita el vestido, el sujetador, y justo cuando me está comiendo las tetas, con perdón, comienza a entrarme una paranoia de la leche. Ya te dije que era mayor, pero el caso es que así tan de cerca me dio por pensar que podría ser mi padre. No sé… se daba un aire,incluso tenía la misma cicatriz detrás del cuello, y más o menos tenía la misma edad que mi padre cuando murió. Pero con todo y con eso, me dejé hacer. Y me da mucha vergüenza decirte esto, pero en plena confusión te juro que nunca antes me habían echado semajante polvazo. Imagínate a un tío clavadito a mi padre comiéndome, con perdón, los pezones, y yo mientras imaginando que está intentando succionarme igual que un bebé, pero no la leche materna, sino la silicona que precisamente llevo gracias a la muerte de mi padre. Y ahora no sé si estaría bien volver a quedar con él. ¿tú qué crees?

-¿Yo? Creo sinceramente que necesito unas vacaciones.

Enajenación ‘metal’

Supongo que, como a muchos idiotas, tu mayor sueño es que te toque la Lotería. Pero no un pellizquito, no: el Gordo. A ser posible con Bote. O mejor: el Euromillón. Decenas de millones de euros así, de repente. De un día para otro. La probabilidad es mínima, pero imagina que tienes un golpe de suerte y te acaba tocando.

¿Y ahora, qué? ¿Qué harás con ese sueño? ¿Comprar una casa con siete habitaciones, quince cuartos de baño y piscina con forma de riñón? ¿Viajar a la Polinesia? ¿Tirarte en la playa, daikiri en mano, mientras piensas: “¡soy rico, dios mío, RICO!”? ¿Comprar todo aquello que te venga a la cabeza sin pasarlo por el filtro de la cordura o la estricta necesidad?

¿Comprar amor, tal vez?

laparra webCuéntale eso mismo a José Laparra, empresario de éxito y expresidente del Club Deportivo Castellón. Resulta que el tal Laparra llegó a pagar a una pitonisa 165.000 euros para que le hiciera un conjuro de amor. El tipo lo tenía todo, en fin, excepto a la chica. El caso es que el conjuro, al final (¡oh sorpresa!), no funcionó. La chica no se enamoró de él por mucho que Laparra se frotara el cuerpo con tierra de cementerio (¿?). Y al darse cuenta del fraude el empresario intentó recuperar su dinero (con la inestimable ayuda de unos amiguetes sicarios) y la Guardia Civil los acabaron trincando con las manos en la masa. Los cinco detenidos pasaron a dependencias judiciales imputados por diversos delitos (allanamiento de morada, amenazas con arma de fuego, extorsión y pertenencia a banda criminal, entre otros). Así que todo apunta a que el rico y exitoso empresario acabará con sus huesos en la cárcel.

Después de esto, ¿sigues pensando que el dinero te lo da todo?

Pues yo opino justo lo contrario: que el dinero, cuando tienes más del que realmente necesitas, te acaba volviendo rematadamente estúpido.